“El regreso a Casa: la meditación como paradoja del viaje espiritual"
Tomaremos como ícono de nuestra reflexión la parábola del
Padre misericordioso (Lucas 15, 11-32).
Un ícono es una imagen que expresa un enorme potencial de
significado. Es un resumen abierto al infinito. Una ventana sobre el Misterio.
En la parábola es evidente y central el tema que nos
atañe: la casa.
La casa es el personaje central oculto de la parábola. Es
como la contrafigura o contraparte del Padre. La casa es la parte invisible del
Padre. Podríamos ver en la casa la parte femenina del Padre o el lado materno
de Dios.
·
Profundizamos
en el significado de la casa.
Cuando hablamos de casa hablamos de un espacio
antropológico[1] que subraya esencialmente tres realidades:
1)
Intimidad
2)
Seguridad
3)
Amor
Nuestra casa es el espacio íntimo, donde podemos revelarnos sin miedos ni tabúes. Donde
podemos ser nosotros mismos sin miedo al juicio, porque nos sentimos aceptados.
Donde podemos caminar de calzoncillo o bombacha tranquilamente: ¡qué libertad!
Nuestra casa es el espacio donde nos sentimos seguros. Seguros de las tormentas
climáticas y emocionales. El espacio donde nos sentimos protegidos y amparados.
El ser humano necesita un mínimo espacio de seguridad para desarrollarse. Por
eso es uno de lo gran temas actuales en Uruguay: la inseguridad nos cuestiona,
no nos permite vivir y crecer.
Nuestra casa es el espacio del amor. Es el espacio donde nos sentimos amados y donde podemos amar
y aprender a amar con serenidad. Donde el amor se hace perdón y se puede
siempre recomenzar. El espacio también donde – generalmente – el amor engendra
la vida. Donde el amor toma forma y color: ¡que hermoso!
Todos estos aspectos antropológicos de la casa son
expresión y reflejo de Otra Casa. La Casa que es nuestro verdadero y único
hogar: Dios. La Divinidad. Lo eterno. La Paz. La Vida. Nuestra esencia.
En este sentido podemos identificar la Casa con nuestra verdadera
identidad, con nuestro autentico ser. En el budismo se habla de “autentica naturaleza” y la iluminación
corresponde esencialmente a este descubrimiento.
Se vislumbra entonces la importancia fundamental de
entender el camino espiritual desde esta perspectiva: el regreso a la Casa.
Si el camino espiritual no nos lleva a Casa, ¿qué sentido
tiene? Si no me conduce al descubrimiento de mi identidad eterna, ¿para que me
sirve?
Las desviaciones de la espiritualidad en el seno del
cristianismo han llevado a una comprensión superficial y parcial del camino
espiritual: crecimiento en las virtudes, “ser más buenos”, rezar, ir a Misa,
ayudar al prójimo.
Todas cosas “buenas”, pero que olvidan lo esencial. El olvido de lo esencial parece ser una
constante del ser humano. Jesús también lo recuerda con fuerza: “¡Ay de ustedes, maestros de la ley y
fariseos hipócritas, que pagan el diezmo de la menta, del anís y del comino, y
descuidan lo más importante de la ley: la justicia, la misericordia y la fidelidad”
(Mt 23, 23-24).
En las tradiciones místicas orientales – taoísmo,
budismo, hinduismo – el tema del olvido es clave. La experiencia del amor y de la
plenitud pasa por recordar quienes somos.
¿Quién soy yo?
·
La
pregunta olvidada en la iglesia asociada al poder e institucionalizada.
·
La
pregunta clave de teólogos y obispos de los primeros siglos.
·
La
pregunta esencial en las tradiciones místicas de la humanidad, especialmente en
oriente como hemos subrayado.
Por eso “la moda” del oriente espiritual, del new age, de
las terapias alternativas, del reiki, yoga, etcétera. El hombre occidental está
cansado de una espiritualidad exterior y – en muchos casos – hipócrita.
Queremos experiencia. Queremos autenticidad. “Queremos vivirlo a Dios, no pensarlo”,
como decía Blaise Pascal.
Queremos en el fondo, volver a Casa. Sentirnos en Casa.
Acá empieza a asomar lo paradójico de la condición humana: ¿por qué nos fuimos de la Casa?
¿Por qué hemos olvidado quienes somos, nuestra identidad?
Volviendo a nuestro ícono: ¿Por qué el hijo menor se fue
de la casa paterna?
Tal vez es una pregunta sin una respuesta clara y
definitiva. Tal vez ni él nunca lo pudo adivinar.
¿Aburrimiento? ¿Necesidad de diversión? ¿Búsqueda de sí
mismo? ¿Rechazo del Padre y sus reglas? ¿Celos del hermano?
Acá lo fundamental es dar mi respuesta: ¿por qué me fui
de Casa? ¿Qué estoy buscando?
Todo esto tiene que ver con nuestra historia y nuestra
heridas.
En realidad todas estas preguntas y las respuestas que
podamos vislumbrar son secundarias. Hasta que no tocamos la raíz seguiremos deambulando
perdidos por el mundo, intentando respuestas superficiales o encontrando
escusas.
¿Por qué se fue el hijo menor? ¿Por qué nos fuimos?
Esencialmente el hijo menor se fue porque no se sintió amado. Porque no se sentía en Casa. La faltaba plenitud y el
corazón humano solo encuentra la paz en la plenitud. Estamos hechos por el
infinito[2].
Nos fuimos a buscar el Amor. Todos nuestros deseos –
superficiales o profundos que sean – expresan en el fondo esta única búsqueda.
Seguimos profundizando y entrando en el meollo de la
paradoja: el hijo menor se fue para
buscar lo que ya tenía. Más aún: se fue para buscar lo que ya era. ¡Tremenda paradoja!
Es la paradoja central que viene admirable e
increíblemente subrayada por todas las tradiciones místicas de la humanidad.
En palabras del poeta musulmán Rumi: “Tu eres lo que estás buscando”.
El sabio hindú Nisargadatta lo dice de esta manera: “En lugar de buscar la paz que usted no
tiene, intente hallar aquella que jamás perdió”.
O como afirma el maestro espiritual laico norteamericano
Leonard Jacobson: “Estamos en un viaje
para convertirnos en aquello que ya somos. Esa es la paradoja de nuestras vidas”.
El hecho de que el hijo no se “sentía” amado no significa que no lo era.
Esto obviamente vale para nosotros. Buscamos
compulsivamente el amor porque no nos sentimos amados plenamente. Siempre nos
parece que nos falta algo: “estoy
bien…pero…”, “sería feliz…pero”,
“si tuviera o pasara esto…”.
No nos sentimos completos, no nos sentimos en Casa. De
ahí la búsqueda.
Todas nuestras búsquedas, como las del hijo menor, en
algún momento nos llevarán a vivir situaciones de dolor, incomprensiones,
humillaciones, tristeza y desolación. ¿Quién no sufrió en algún momento de su
vida?
Hasta que volvamos. Siempre estamos volviendo a Casa.
Todas las rutas nos llevan a Casa y todo lo que te ocurre es para que encuentre
el camino de regreso a Casa. Podemos leer esto en clave de misericordia. La misericordia
es darse cuenta que todos los caminos te llevan a Casa: ¡fantástico!
¿Qué ocurre cuando regresamos o estamos regresando
vislumbrando la Casa?
Sigue la paradoja: ¡nos damos cuenta de que nunca nos
fuimos!
En el fondo siempre fuimos amados y fuimos amor. El Padre
siempre estuvo ahí. La Casa siempre estuvo ahí. Los místicos lo repiten: en
sentido estricto solo existe Dios. “Fuera de Dios no hay otra cosa que la nada” dice Maestro Eckhart.
En la tradición bíblica el salmo lo afirma bellamente:
“¿A dónde iré para
estar lejos de tu espíritu?
¿A
dónde huiré de tu presencia?
Si
subo al cielo, allí estás tú;
si me
tiendo en el Abismo, estás presente.
Si
tomara las alas de la aurora
y
fuera a habitar en los confines del mar,
también
allí me llevaría tu mano
y me
sostendría tu derecha.
Si
dijera: “¡Que me cubran las tinieblas
y la
luz sea como la noche a mi alrededor!”,
las
tinieblas no serían oscuras para ti
y la
noche sería clara como el día”
(Salmo 139, 7-12).
En realidad todas nuestras búsquedas se desarrollan
adentro mismo de la divinidad, en el seno de Dios.
La búsqueda que nos quita la paz, el sentirnos lejos de
Casa, el no sentirnos plenamente amados y aceptados, son todas experiencias psicológicas (de la mente) no ontológicas [3](de la conciencia).
Reales en cuanto experiencias, ilusorias en cuanto a
realidad.
En otras palabras: mi
experiencia de no sentirme en Casa es real, pero de hecho estoy en Casa y
siempre lo estuve.
Eso es muy típico y es casi una constante en el
desarrollo del niño: diría que es casi una regla. Todos los niños en algunas
etapas de su crecimiento no se sienten plenamente amados y acepados por sus
padres y eso genera heridas emocionales reales. Pero en muchos casos es la
percepción del niño que es errada: interpretan como no-amor el amor
incondicional de los padres.
Esta percepción errada con las consiguientes heridas los
llevará a irse de casa/Casa para buscar plena aceptación y un amor radical y
totalizante. Hasta que – sería el desarrollo esperable del camino espiritual –
podrán darse cuenta de su error (olvido) y podrán perdonarse y perdonar.
Estarán de vuelta en casa/Casa.
·
Centrándonos
en la meditación.
¿Por qué es tan importante la práctica meditativa?
Porque en el fondo reordena la percepción de la realidad:
se unifica la percepción subjetiva (lo
que yo siento) con la realidad objetiva (lo que es). De la separación a la unidad.
Empiezo a sentirme en Casa, empiezo a darme cuenta de lo
errado o parcial de mi percepción y – paulatinamente o repentinamente – caigo
en la cuenta de que siempre estuve en Casa. Se unifica mi percepción, se
unifica mi vida. Me doy cuenta de que nunca estuve separado, que lo UNO es mi
identidad profunda.
La meditación gira alrededor de dos ejes: silencio
y quietud.
Adentrándonos en este Misterio descubrimos que silencio y
quietud son nuestra Casa, corresponden a nuestra “autentica naturaleza”, a
nuestra identidad.
A un nivel más superficial, silencio y quietud nos
proporcionan los beneficios y sensaciones psicológicas propias de la casa:
intimidad, seguridad, amor. Beneficios y sensaciones que, en nuestro caminar
histórico y encarnado, son importantes.
Sentarse en meditación cumple perfectamente con la
paradoja típica de la condición humana: en medio de la sensación constante de
estar afuera nos sentamos para darnos cuenta que estamos adentro.
Maestro Eckhart, místico cristiano del 1200 decía: “Dios ya está en su casa, somos nosotros que
salimos a dar un paseo”.
Meditar es volver a Casa, continuamente estar volviendo: ¡aunque
nunca nos fuimos!
La práctica meditativa me ubica justamente en el Centro y en el Fondo:
centro y fondo que son los lugares de Dios. Descubro paradójicamente que en mi
centro no estoy yo: está Dios.
Descubro “que mi fondo y el fondo de Dios
son el mismo y único fondo”(Eckhart).
Desde este Centro y este Fondo aprendemos a conocer y manejar los
mecanismos mentales y emocionales. Nos vamos dando cuenta que la sensación de
estar afuera de Casa (no sentirnos plenamente amados) por cuanto real sea, es
una sensación.
Es tu mente (pensamientos, sentimientos, emociones) que te hace creer
que estás afuera. En realidad estás adentro y nunca te fuiste.
El silencio y la quietud te llevan al lugar desde el cual nunca te
fuiste: la Casa.
De la mente al corazón.
Nos preguntamos: ¿es necesario
este paradójico viaje?
Es necesario si, a nadie se les ahorra. Es parte de la condición
humana. Lo recorrieron Buda, Jesús y miles de maestros y santos.
Es el viaje más apasionante. El viaje de la creatividad. Un viaje que
termina bien porque nunca ha comenzado.
“El viaje más largo
es el que se hace hacia el interior de uno mismo” (Hammarskjöld[4])
“No hay un camino
para vuestra vida. Ustedes mismos son el camino” (Seikichi Toguchi[5])
Es el viaje donde Dios se crea y se conoce a si mismo a través de
todo lo existente.
·
El
presente
Una de las experiencias más importantes para comprender
la paradoja del viaje espiritual y de la meditación es la experiencia del presente.
El presente lo podemos comparar a la Casa. Presente es el otro nombre de Dios
(interesante que presente en español signifique también regalo).
Siempre estamos en el presente, aunque raras veces
vivimos el presente.
Siempre es ahora.
Siempre vivimos en el ahora y siempre
fue y será ahora. Pasado y futuro son
experiencias psicológicas que solo rozan lo real.
Lo real es siempre y solo el ahora.
Lo que nos sucede con el presente nos sucede con la Casa.
En el momento que estás pensando: “quiero vivir en el presente” ya estás afuera
del presente: otra vez aparece la paradoja. Eso ocurre porque el pensamiento
nunca puede estar en el ahora. Solo
el silencio y la quietud pueden estar en el ahora.
El presente simplemente es, no puede ser pensado. Si el
presente simplemente es, nosotros simplemente somos.
Por eso en la tradición zen se insiste con el discípulo:
“no intentes ser un Buda, sé un Buda”.
Que significa: no pongas distancia donde no hay. La distancia la pone la mente,
pero en realidad no existe.
Referido a nuestro tema: no intentes buscar la Casa o
regresar a Casa cuando nunca te fuiste.
En otros y cristianos términos: no intentes ser el amor
cuando ya lo eres. Intentar ser lo que ya somos nos llevaría a perdernos y a
sufrir.
De igual manera nos perderemos y sufriremos, pero no te
preocupes: estás en Casa.
Dicho todo eso solo queda el silencio. Un silencio
agradecido, total, pleno.
Un silencio roto solo por la única oración sensata:
¡gracias!
“Si la única oración que dijera en toda su vida fuera ¡gracias!,
bastaría” (Maestro Eckhart).
Stefano Cartabia OMI
[1] Todo lo que se refiere a lo propiamente humano.
[2] "El universo visible, el que es hijo del
instinto de conservación, me viene estrecho, como una jaula que me resulta
chica, y contra cuyos barrotes da en sus revuelos mi alma; fáltame en él aire
que respirar. Más, más y cada vez más; quiero ser yo, y sin dejar de serlo, ser
además los otros, adentrarme a la totalidad de las cosas visibles e invisibles,
extenderme a lo ilimitado del espacio y prolongarme a lo inacabable del tiempo.
De no serlo todo y por siempre, es como si no fuera, y por lo menos ser todo
yo, y serlo para siempre jamás. Y ser yo, es ser todos los demás. ¡O todo o
nada!" (Miguel de
Unamuno, 1864-1936, fue poeta, escritor y filosofo español).
[3] Que se refiere al ser, a lo esencial, estable, eterno. La
ontología (del griego) es la ciencia del ser.
[4] Político y pacifista sueco, 1905-1961. Fue secretario general de
las Naciones Unidas y premio Nobel por la paz (póstumo) en 1961,
[5] Maestro de karate japonés, 1917-1998.
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