No podemos hablar de “espiritualidad”
sin hacer – por lo menos – una brevísima referencia a la antropología. La
antropología es la ciencia que estudia el ser humano. Hoy en día – la ciencia
lo confirma desde distintos campos del saber – está prácticamente aceptado que
el ser humano consta de tres dimensiones: cuerpo, psique, espíritu. Son las
tres dimensiones que constituyen a la persona humana y están íntimamente
interconectadas. No hay una sin la otra y cada dimensión afecta directa o
indirectamente a las demás.
En lo concreto de la existencia el ser
humano se percibe en unidad y cuanto más crece esta percepción unitaria e
integral más crecemos humanamente y más nos sentimos plenos y realizados.
La dimensión espiritual – por su
carácter invisible y escurridizo – es sin duda la más difícil
de abordar, delimitar, estudiar.
Casi siempre la vivimos en su faceta
inconsciente y por eso no logra desplegar todo su potencial.
Cuando nos entregamos a una experiencia
que tiene que ver con el amor auténtico, con la belleza, con la ética, con el
arte, estamos viviendo esta desconocida cuanto esencial dimensión espiritual.
Obviamente es prácticamente imposible
delimitar tal experiencia y encerrarla en un cuarto oscuro e inexpugnable. La
experiencia “espiritual” siempre viene mezclada, vivida, comprendida y
expresada a través de las otras dimensiones: psique y cuerpo.
¨
Dos
grandes rasgos del “espíritu” que hay que educar
1.
El espíritu nunca enferma. Es nuestra
parte mejor, siempre sana, siempre disponible. Puede estar bloqueada, pero
nunca enferma. A menudo el sufrimiento psíquico bloquea el acceso a esta
dimensión. El proceso de sanación psicológico es entonces importante para
desbloquear la dimensión espiritual. Educar al espíritu es educar a conectar
con lo mejor de cada y con nuestra parte sana.
2.
El espíritu nos conecta al Ser y revela
el Ser. Somos: simple palabra, milagro infinito. Educar a conectarse
con la pura y simple experiencia de ser es esencial y fuente de una gran paz y
alegría.
Educar a la espiritualidad es entonces la clave de la educación. Por eso
asombra y asusta que en la educación la dimensión espiritual explicita está prácticamente ausente.
Ausente en la familia, ausente en la escuela, a menudo ausente en la iglesia. De
vez en cuando aparece de rebote, cuando se tratan los valores y la moral.
Estoy convencido que la crisis de
nuestra sociedad occidental y en general de nuestro mundo globalizado no es
tanto una crisis de valores sino una crisis de profundidad. El cambio de época
nos agarró en la superficie, la ridiculez, la apariencia, lo pseudo-valores.
Alcanza prender la tele o abrir cualquier red social para darse cuenta.
Trabajar la dimensión espiritual es
trabajar lo profundo. Y cuando
hablamos de “profundo” hablamos de estabilidad, eternidad, plenitud.
Hablar de profundidad es hablar de interioridad. Las palabras son signos
que apuntan a lo real. No hay que restringir la realidad y la vida a las
palabras. La realidad es compleja y se puede abordar mejor desde la riqueza de
múltiples palabras.
Otra palabra que podemos usar como
sinónimo y complemento de “profundidad” e “interioridad” es la palabra
“altura”. En la historia muchas veces se describió el camino espiritual como
una ascensión: caminar hacia la
cumbre.
¨ Trabajar lo espiritual
Hay un gran malentendido que afecta a la
educación de manera más contundente que otras áreas. El malentendido de creer
que la dimensión espiritual no necesita ser trabajada ni educada.
La educación formal – pública y privada
– se ocupa esencialmente de cuerpo y psique. La reducción es aún más fuerte
cuando por psique se entiende simplemente lo racional. Entonces educar se
convierte en llenar la cabeza de los estudiantes de informaciones. El mundo
psíquico es mucho más amplio y complejo que la simple dimensión intelectual/racional.
Hay varias inteligencias, como descubrió
el pionero Howard Gardner (1943) con su teoría de las inteligencias múltiples.
Cuando desarrollamos parcialmente
nuestras múltiples inteligencias – o peor dejamos algunas sin desarrollar –
observamos grandes paradojas que están a la vista de todos: profesionales
excelentes pero personas muy pocos éticas o afectivamente inmaduros; personas
que cursaron solo primaria y desarrollaron la dimensión ética y son
afectivamente maduras. Solo para poner dos simples ejemplos.
La dimensión espiritual necesita ser
trabajada y educada, como cualquier otra dimensión y aspecto humano.
Para ser trabajada antes tiene que ser reconocida y asumida.
El camino educativo tendría que
acompañar estos tres pasos: ayudar a reconocer, asumir y trabajar la dimensión
espiritual.
Afirma Francesc Torralba (Barcelona
1967) – doctor en filosofía y teología – en su libro “Inteligencia espiritual”:
“Jacques Maritain,
en «Por una filosofía de la educación» (1947), expone la necesidad de una
educación de lo espiritual. Según el pensador francés, la educación tiene por
tarea esencial formar a la persona, pero esta formación escapa tanto al maestro
como al discípulo y reside en lo que él denomina «principio vital interior». A
su juicio, la espiritualidad es la esencia de la educación. No se puede medir
ni cuantificar, pero funda la acción educativa. Olvidar esta dimensión esencial
significa reducir el aprendizaje a una mécanica sin significado humano al
servicio del rendimiento.”
¨ ¿Cómo trabajar lo espiritual?
Podemos trabajar lo espiritual desde
distintos enfoques y prácticas. Cada enfoque y cada práctica tendrá – como todo
– sus ventajas y desventajas, sus puntos fuertes y sus debilidades.
Podemos trabajar lo espiritual a través
del arte, los valores éticos, la entrega, la solidaridad, la naturaleza.
A mi entender hay un punto central que
tendría que ser el eje del trabajo espiritual: la práctica del silencio.
El silencio es el “caldo de cultivo” de
la dimensión espiritual.
Hay zonas de nuestro ser que están en el
limite entre lo psíquico y lo espiritual: sentimientos y emociones.
Generalmente en la educación trabajamos
(con frecuencia muy superficialmente u ocasionalmente) los sentimientos y las
emociones solo desde lo psicológico, dejando a un lado lo espiritual. Y a
menudo ocurre que trabajamos estas dimensiones cuando ya no podemos evitarlas:
situaciones de crisis y de quiebres.
La práctica constante del silencio y la
educación al silencio ofrece dos grandes y fundamentales pilares:
1. Nos
enseña a conectarnos con nuestro ser más profundo, con nuestra verdadera
identidad. El ser humano es mucho más que su cuerpo, sus pensamientos, su
racionalidad, sus sentimientos y emociones. Todas estas realidades son inestables
y pasajeras. ¿Qué es lo estable y eterno?
Ahí apunta la práctica del silencio.
2. Nos
enseña a conocer, reconocer y asumir nuestra persona entera: nuestra luces y
sombras, nuestros sentimientos y emociones. ¿Cómo
vivir una vida plena si no me conozco? ¿Cómo realizarme si no puedo ni nombrar
lo que siento y lo que me pasa?
Por todo esto me parece esencial que se introduzca
de alguna manera la educación a la espiritualidad y al silencio en los planes
curriculares de la educación pública y privada.
Stefano Cartabia
stefanocartabiaomi@gmail.com
www.agujeroflauta.blogspot.com
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