Reformular a la
iglesia: un camino urgente y necesario.
“¡A
vino nuevo, odres nuevos!” (Mc 2, 22).
“Nadie usa un pedazo de género nuevo para remendar un vestido viejo,
porque el pedazo añadido tira del vestido viejo y la rotura se hace más
grande. Tampoco se pone vino nuevo en odres viejos, porque hará reventar
los odres, y ya no servirán más ni el vino ni los odres. ¡A vino nuevo, odres
nuevos!” (Mc 2, 21-22).
Es este el ícono evangélico que – a mi
manera de ver – mejor muestra la situación actual de la iglesia y del
cristianismo. Por todos lados se pide renovación y desde muchos lugares surgen
experiencias renovadoras o intentos de renovación. Es la frescura de la
espiritualidad que se abre camino entre los senderos casi desiertos de una
religión en agonía: ¡Es el vino nuevo que se hace presente para regalarnos el
amor y celebrar la vida! Pero insistimos en poner este vino nuevo en odres
viejos. Ese es el drama de la iglesia: aferrada a los odres de la doctrina y
sus obsoletas estructuras no sabe aprovechar ni disfrutar del vino nuevo. A
menudo no sabe que hacer con este vino nuevo y se desperdicia.
Necesitamos odres nuevos para este vino
espumante y gracioso, un vino lleno de vida y de burbujas, un vino de buen
cuerpo y robusto. Un vino con tanta fuerza que va rompiendo sin piedad los
odres desgastados y rajados.
Es el vino nuevo que pide reformular al
cristianismo y a la iglesia.
“Reformular
a la iglesia”: propuesta un tanto atrevida y riesgosa. Fiel a mi sentir y
mi conciencia siento también que es un camino necesario, urgente e
imprescindible.
También porque, por un lado, ya se está
dando. Se está dando naturalmente, a partir de la base, de la gente común, de
los laicos. Y también por algunos que otros gestos del Papa Francisco.
Pero, en general, la jerarquía parece “no
saber” o hacer la vista gorda. Así, también, la teología “oficial” y el
magisterio.
Acompaño a muchas personas y grupos que
ya no se sienten reflejados en esta iglesia. Muchos se alejan paulatinamente
buscando otras fuentes de agua viva y no cisternas agrietadas (Jer 2, 13). Otros
resisten e intentan el cambio desde dentro.
En fin: algo se mueve y se está
moviendo, que la jerarquía lo sepa o no, lo quiera o no.
Quiero dar mi aporte en este sentido.
¿Por qué reformular? Me pareció el termino más correcto: respetuoso del
pasado y audaz con el futuro.
Hubiera podido usar “renovar”: pero
hablar de renovación en muchos casos no tiene toda la profundidad necesaria. A
menudo el “renovar” se esfuma y diluye como una simple mano de pintura sobre un
revoque en ruina.
Reformular es
más contundente: mantiene la esencia y a la vez permite enterrar
definitivamente algunos aspectos y dar cabida a otros.
Unas premisas que me parecen
importantes:
1)
Escribo desde el amor a la iglesia. La
iglesia me dio vida y me ayudó a crecer y a madurar. En la historia de la
iglesia y del cristianismo hay una riqueza infinita que también contribuyó a
alimentar grandes valores humanos: arte, literatura, poesía, educación,
espiritualidad, arquitectura… Estoy muy agradecido por todo eso. Eso mismo me
empuja a ser transparente, directo, incisivo en mis apuntes y mi compartir. Mis
“criticas” (en realidad no quieres ser tales) – a veces contundentes – están
formuladas con la intención de construir y aportar para que la iglesia sea
realmente signo e instrumento del Reino de Dios en el mundo de hoy y vehículo
de autentica espiritualidad.
2)
Uno de los ejes de mis criticas será la
jerarquía y el nivel institucional de la iglesia. No tengo nada personal con
ningún representante oficial de la jerarquía, más allá de no compartir a menudo
posturas y modelos de iglesia; y a veces no puedo evitar esbozar una sonrisa
frente a evidentes signos de búsqueda de poder y privilegios, incoherencias y
apariencias. Nada personal con nadie, más allá de sentirme marginado y excluido
no raras veces. Más aún: hacia la gran mayoría de sacerdotes y obispos que
conozco tengo un profundo afecto y estima. Todas personas entregadas a sus
ministerios, generosas, autenticas. El blanco de mis criticas es el “sistema”
jerárquico e institucional. “Sistema” – dígase lo mismo por la sociedad civil –
tanto más difícil de descifrar y desmantelar cuanto más invisible, oculto e
impersonal es. “Sistema” difícil de quebrar cuanto más se ampara en una
supuesta autoridad divina: nada más peligroso que el fanatismo religioso. La
historia enseñó y enseña. Cada “sistema” está obviamente hecho y sostenido por
personas concretas, pero va también más allá y se pierde en algo indefinido e
intocable. Es la experiencia común cuando para un tramite civil te derivan de
ventanilla en ventanilla sin que nadie pueda dar con un responsable y un rostro
concreto. Experiencia común cuando en la iglesia te dicen “que siempre se hizo
así” y nadie sabe fundamentar y dar respuestas coherentes.
3) Este
compartir no deja de ser una reflexión abierta, sin ninguna pretensión ni
intentos polémicos. Estoy feliz con mi silencio, feliz con mi gente amada y
amante. Feliz con el Dios de la Vida que me sonríe en cada cosa. Sereno y en
paz desde el Silencio que me habita. No busco aprobación ni aplausos. Simple y
sencillamente comparto desde el Amor que es
y que somos. Me gustaría que mi
escrito fuera tomado así y que se pudiera leer sin prejuicios. Sin duda habrá
varias cosas que a muchos les rechinarán: no hay problema. Solo invito a una
simple operación, que vale por este escrito, como por todo: no tiren todo por
uno o más puntos que no comparten. Sepan rescatar lo que si comparten. Tal vez
empiecen por ahí, con actitud positiva y abierta. Anoten con humildad y
sencillez los puntos que comparten y los que no.
4) Tal
vez a algunos pueda surgir impetuosa la rebelde pregunta: ¿quién es este que se
atreve a “reformular a la iglesia”? Pregunta lícita, tal vez. Respondo: nadie.
Por eso me atrevo a hacerlo. Es la suprema libertad de la nada.
Mi propuesta para reformular a la
iglesia pasa por siete caminos. Siete. Número no casual. Número de la plenitud
que ya somos y a las cual estamos llamados.
1)
Camino jurídico-institucional
2)
Camino teológico-doctrinal
3)
Camino interior-espiritual
4)
Camino artístico-poético
5)
Camino realista-antropológico
6)
Camino ecuménico-dialógico
7)
Camino pastoral-misionero
Camino
jurídico-institucional
La iglesia institución es uno de los
grandes obstáculos para el hombre moderno y, a menudo, también para el
creyente. Las instituciones en general están en crisis y están mal vistas.
Muchas veces con razón: toda institución con el pasar del tiempo pierde el
espíritu originario que la suscitó y se enreda en una sinfín de incoherencias:
“hacer carrera”, corrupción, fanatismo, exterioridad, legalismo. No es
necesario poner ejemplos para la iglesia, me parece.
La institución iglesia va repensada y
reformulada. Muchas veces se tiene la impresión que la iglesia sigue más el
derecho canónico que el evangelio, se preocupa más de cumplir con sus reglas y
normas que de atender al Espíritu, defender doctrinas que acompañar al ser
humano en su búsqueda y dolor.
Con todo esto no se quiere negar que cierto nivel institucional y jurídico
sea necesario, al contrario. Lo necesitamos por nuestra existencia concreta y
frágil, marcada muchas veces por el egoísmo.
Pero no podemos permitir que lo
institucional sofoque al genuino Espíritu – hecho muy recurrente
lamentablemente –.
Repensar lo jurídico-institucional en la
iglesia significa reformular sus propios fundamentos a partir de la evolución
de la humanidad y de los logros de estos siglos en el campo de los derechos
humanos, la antropología, la psicología, la sociología, la espiritualidad.
La iglesia institución funciona casi
como una monarquía. El Papa, amparado por el derecho, puede hacer prácticamente
cualquier cosa. Así los obispos en sus diócesis. Todo organismo eclesial es
simplemente “consultivo”. En un mundo que, después de tanto sufrir, logró en su
mayoría el modelo democrático y participativo, una visión de iglesia monárquica
o casi es inaceptable. Y esto, más allá de las fallas de los sistemas
democráticos y su – sin duda – posible y necesaria mejoría.
Obviamente en la iglesia se habla de comunión. Hasta existe una
propia eclesiología de comunión. Hay experiencias muy lindas y positivas en
este sentido: pero casi siempre a partir de la base. Comunión sí, pero si decide la jerarquía y como decide: ¡Qué extraña comunión!
¿Dónde
fundamenta la iglesia esta proceder muy poco evangélico?
En una lectura parcial, interesada y
superficial de los evangelios y en un criterio tautológico, es decir, que se
explica en sí mismo.
Simplificando, el razonamiento es el
siguiente: la iglesia afirma que su autoridad le viene de la Palabra de Dios.
¿Y quién afirma lo que es Palabra de Dios y la interpreta? La iglesia.
Algo así no es transparente y no resiste
a la critica de la razón y a la autonomía del ser humano que es uno de los
grandes logros de la modernidad. No reconocer la autonomía del ser humano y de
las leyes del universo supondría relegar a “Dios” en un cuarto aislado e
inaccesible y quedarse en un oscurantismo, esclavos de creencias.
Hay aún más: muchas leyes eclesiásticas
se fundamentan en interpretaciones de pasajes evangélicos. En dichas
interpretaciones muchas veces no hay coherencia ni igual criterio.
Las doctrinas del Papado, del pecado
original y de la indisolubilidad del matrimonio por ejemplo se fundamentan en
muy pocos versículos e interpretados literalmente o casi.
Las preguntas se hacen solas:
¿Por
qué algunos versículos se toman al pie de la letra o se interpretan rígidamente
y otros no?
¿El
criterio de interpretar el mensaje evangélico en su conjunto no vale para estos
versículos?
Parece que hay distintos criterios de
interpretación, según convengan o menos al poder establecido o a la necesidad o
menos de confirmar tesis teológicas y doctrinales.
Un camino hacia una mayor coherencia y
autenticidad es necesario.
La iglesia, si quiere ofrecer al mundo
una palabra autentica, debe poder abrirse a un dialogo a 360 grados con sus
críticos y con todo el mundo. Tiene que poder ofrecer argumentos validos
anclados en la experiencia y en la razón, no en una supuesta autoridad recibida
de Dios (fideísmo) y de la cual es
imposible un comprobante.
Otros ejemplos pueden esclarecer: la elección
del Papa y los obispos y el magisterio.
La elección del Papa es sumamente anti-democrática
y no tiene en cuenta la eclesialidad.
El Papa elige los cardenales que, a su
vez, elegirán al Papa sucesivo. No hay ninguna forma de participación del
pueblo. Y ni que decir, que los cardenales son todos varones.
Obviamente se fundamenta todo esto
bíblicamente. Fundamento que no existe por supuesto y que se intenta crear
estirando y manipulando los textos.
La elección de los obispos es sumamente
autoritaria y falta total de transparencia. El rol de los nuncios es
fundamental y muchas veces el Nuncio de turno no conoce fehacientemente la
realidad. Las consultas son parciales y envueltas en un oscuro misterio. Los
informes que llegan a Roma no se conocen y también están rodeados de misterio.
Por no decir que también acá juegan simpatías, acuerdos, etcétera…
El pueblo cristiano – la enorme mayoría
de los cristianos – prácticamente no tiene ninguna voz en la elección de sus
pastores. Lo mismo se puede decir – tal vez matizando un poco – de los
párrocos.
El magisterio
está también envuelto en una sacralidad que no tiene. Con Francisco – sus
palabras, gestos y pedidos de perdón – quedó claro, por ejemplo – que la
doctrina de la infalibilidad papal no se puede sostener. La jerarquía exige
obediencia al magisterio: no se puede pensar ni opinar distinto. Por lo menos
“oficialmente”. Se crea así una brecha hipócrita terrible. Varios obispos y
sacerdotes (y , mucho más, catequistas y laicos) no concuerdan con las posturas
“oficiales” de la iglesia pero no se atreven a expresarlo y – menos – a ponerlas arriba del tapete. Sería muchos más honesto, humanizador y
evangélico que el magisterio pierda su carácter absoluto y dogmático para
volverse abierto, dialogante y orientativo.
En la práctica concreta en definitiva,
lo que se vive en la iglesia, es autoritarismo y no autoridad. La autoridad,
bien lo sabemos, no se impone, sino que se reconoce. Y la jerarquía sigue exigiendo
obediencia y fidelidad en detrimento de la libertad de conciencia.
El evangelio es también testigo
clarividente de todo eso, pero la jerarquía hace oídos sordos. A Jesús se le
reconoce autoridad, él no la exige en ningún momento. La gente misma le
reconoce a Jesús cierta autoridad por su coherencia de vida.
El “principio
autoridad” de la iglesia tiene que dejar lugar al “principio autenticidad”, como afirma el teólogo italiano Vito
Mancuso.
La autenticidad de una vida es
reconocida por la gente sin necesidad de imponer ningún tipo de autoridad. Todo
esto conduce al respeto de la conciencia, cosa afirmada por el catecismo pero
muy poco practicada por la jerarquía.
Sigue – de manera menos violenta pero
más oculta y perniciosa – cierta inquisición: la libertad de pensamiento que
también la iglesia reconoce en sus documentos, en la práctica no es reconocida.
Roma controla los obispos, los obispos
se sienten controlados y controlan a los sacerdotes, los sacerdotes se sienten
controlados y controlan a los laicos… ¡terrible circulo vicioso y tan poco evangélico!
¿Se
puede ser cristiano así? Ya
di mi respuesta, como podrán imaginar.
Obviamente todo este planteamiento –
supongo – no le gustará mucho a la jerarquía: su poder está amenazado. Y
siempre buscarán respaldo en la tradición y en la subjetiva suposición de que
su autoridad viene de Dios. Hasta que se escudan en este argumento todo sincero
dialogo es imposible. También porque este “dios” del cual vendría su autoridad,
ha muerto. O, tal vez, nunca ha existido.
Todo esto está profundamente unido al segundo
camino.
Camino
teológico-doctrinal
Desde la teología surge la doctrina y
desde la doctrina se exigen maneras de vivir, de entender la vida, de
comportarse.
Después de los primeros concilios
ecuménicos la doctrina fue marcando el camino del cristianismo y la vida
concreta de muchas personas.
La teología y la doctrina de la iglesia,
después de los primeros siglos de frescura y mística, fueron empapando la vida
del cristiano. La iglesia, unida al poder político, fue desarrollando la
teología y la doctrina a partir del imperio y se fue estableciendo con las
características propias de un imperio/estato: poder legislativo, ejecutivo,
judicial. La liturgia misma tiene una importante derivación imperial… ¿y tiene
que ver con el evangelio?
Ahora bien: al leer el evangelio uno no
se ve apabullado por disquisiciones teológicas ni oprimido por pesadas
doctrinas. Al contrario: trasluce en cada pagina libertad y frescura. Notamos a
un Jesús amante de la vida, hombre libre, preocupado por hacer el bien y
revelar el rostro misericordioso del Padre.
Todo esto obviamente – no soy tan
ingenuo – no significa que teología y doctrina no tengan su lugar y no sean
también importantes. La teología… ¡hasta me gusta!
Significa volver a priorizar la experiencia y la vida por encima de la teología y la doctrina: criterio clave en
todo camino espiritual y criterio usado por el mismo Jesús.
Sin duda la teología y la doctrina
católica marcaron una época y tuvieron sus logros y sus importantes aportes.
En este cambio de época es fundamental
tener la valentía de reubicarlos y recomprender su aporte a la vida de la
iglesia y del cristiano común.
El camino, a mi parecer, tiene dos
vertientes.
Por un lado – ya lo adelantamos – volver
a priorizar la vida por encima de la teología y la doctrina. Este proceso, por
cuanto tan sencillo y hasta lógico, no resulta tan fácil a la hora de su
aplicación concreta.
¿Qué
me sirve un hermoso pensamiento teológico o una fantástica doctrina si no
transforma mi vida, no me hace mejor persona y más capaz de amar?
¿Qué
me sirve “saber” (racionalmente) que Dios es Uno y Trino si mi vida relacional
es un desastre y si no soy capaz de relacionarme?
La falacia esencial está en la
concepción de la verdad: el cristianismo – más que nada la iglesia jerárquica
en su magisterio – fue deslizando el eje desde lo existencial a lo
racional/intelectual. La verdad pasó a ser un enunciado/contenido mental, con
poca o ninguna relación con la vida real y concreta.
Comprender entonces que La Verdad no se
puede afirmar ni definir a través de conceptos es fundamental. La Verdad es
inabarcable e indefinible, la Verdad nos abarca, sostiene, desborda por todos
lados. Como la Vida. Cuando se hace la indebida equiparación entre dogma y
verdad estamos reduciendo la Verdad a nuestros conceptos, siempre relativos y
condicionados.
Una
anécdota muy conocida de la vida de San Agustín lo refleja muy bien:
“Un día San Agustín paseaba por la orilla del mar, dando vueltas en su
cabeza a muchas de las doctrinas sobre la realidad de Dios, una de ellas la
doctrina de la Trinidad. De repente, alza la vista y ve a un hermoso niño, que
está jugando en la arena, a la orilla del mar. Le observa más de cerca y ve que
el niño corre hacia el mar, llena el cubo de agua del mar, y vuelve donde
estaba antes y vacía el agua en un hoyo.
Así el
niño lo hace una y otra vez. Hasta que ya San Agustín, sumido en gran
curiosidad se acerca al niño y le pregunta: «Oye, niño, ¿qué haces?»Y el niño
le responde: «Estoy sacando toda el agua del mar y la voy a poner en este
hoyo». Y San Agustín dice: «Pero, eso es imposible».
Y el niño
responde: «Más imposible es tratar de hacer lo que tú estas haciendo: Tratar de
comprender en tu mente pequeña el misterio de Dios».”
Más allá de la historicidad o menos del
acontecimiento refleja la postura del teólogo y místico de Hipona.
Todo esto nos lleva a la segunda
vertiente.
La misma expresión de la fe en dogmas y
doctrinas está condicionada y limitada por la cultura, la época, el lenguaje,
las coordinadas sociales, filosóficas y religiosas.
Solo para poner un ejemplo: el concepto
de “persona” que está a la base de todos los dogmas cristológicos y trinitarios
hunde sus raíces en la cultura griega del primer siglo.
El concepto de persona que tenemos hoy –
la conciencia humana va evolucionando – es muy distinto, más completo, más
profundo.
No podemos seguir con el mismo concepto
de persona, como si Kant (1724-1804), Kierkegaard (1813-1855), Husserl
(1859-1938), Freud (1856-1939), Mounier (1905-1950), Wittgenstein (1889-1951), Jung
(1875-1961), Buber (1878-1965), Perls (1893-1970), Maslow (1908-1970), Marcel
(1889-1973), Heidegger (1889-1976), Piaget (1896-1980), Rogers (1902-1987), Levinas
(1906-1995), Frankl (1905-1997), Hellinger (1925), Grof (1931), Wilber (1949) no
hubieran existidos… y solo por citar unos pocos pioneros y casi solo de cultura
occidental.
No podemos ignorar los descubrimientos y
los análisis de la psicología transpersonal, de la filosofía, la
espiritualidad, la física cuántica.
La teología y la doctrina católica siguen
apoyándose en buena parte en la filosofía de Aristóteles y en la teología de
San Agustín de Hipona y Santo Tomás de Aquino.
Sin duda grandes pensadores que abrieron
caminos y pusieron fundamentos validos. Pero también hay aspectos que son
superados, cosas que hay que dejar y otras que reinterpretar y actualizar.
Es el trabajo, justamente, de la
teología a la cual le cuesta perder seguridades y dejarse interpelar por lo
nuevo. En muchos casos lo que guía la teología no es el amor por la verdad y la
necesidad innata del ser humano de comprender, sino el miedo. Miedo a “perder”
la supuesta fidelidad a una verdad mental y expresada en dogmas.
Estoy convencido que el punto más
urgente que está a fundamento de todo es dejar el “teísmo”. El teísmo es una concepción religiosa que entiende a la
divinidad como a un Ser separado que interviene en el mundo desde afuera.
Es la manera de entender a Dios que
todavía predomina en el cristianismo y en la iglesia. Toda la liturgia, la
moral, la vida de oración, la espiritualidad está impregnada de teísmo.
Desde siempre los místicos de todas las
tradiciones vivieron otra experiencia que intentaron expresar desde otras
categorías y lenguaje.
El camino evolutivo de la humanidad y el
cambio de paradigma que se está dando nos invitan a dejar el teísmo y a entrar
en otra – y más profunda e integral – experiencia de Dios y de lo trascendente.
Todavía no hay una palabra clave y
reconocida que sustituya a “teísmo” o, por lo menos, la desconozco. Se intentan
algunas y tal vez la que obtiene más aceptación es “pan-en-teísmo”: Dios está en todo cual principio, origen y sostén.
Pero no se confunde con el todo: eso sería el “panteísmo”, que desde siempre la iglesia tachó de herejía.
A mi me gusta usar otra palabra, más
sencilla y compresible para todos: “interioridad”.
Dios es la interioridad de todo, el núcleo esencial de todo. Ya lo decía San
Agustín: Dios es más íntimo a mí mismo que mí propia intimidad.
En este sentido no hay separación y esta es la clave de la nueva comprensión de la
divinidad y del nuevo paradigma. Entre Dios, ser humano, mundo no hay ninguna
separación, sino profunda unidad/unicidad. Unicidad que no quita la distinción,
sino la fundamenta y en ella se expresa. “Unicidad” – como sugiere el teólogo
Albert Nolan – expresa mejor lo que se quiere decir: “unidad” supondría dos
dimensiones separadas que después se unen. “Unicidad” en cambio expresa lo Uno
que preexiste a la multiplicidad y las diferencias y que en ellas se revela y
expresa. La unidad/unicidad entonces no se construye en primer lugar, sino que
se descubre. Así encontramos también el eje del evangelio: la gratuidad.
Los filósofos y teólogos que están
caminando en esta nueva perspectiva son muchísimos y de todas las latitudes y
culturas. Todavía se conocen pocos, todavía la jerarquía no da espacio a todo
eso cuando no va cerrando puertas por acá y por allá.
En los laicos en cambio se nota mucha
más apertura: sin todo el peso del armazón dogmático son muchos más libres para
seguir al Espíritu y huelen la presencia de lo verdadero con más sensibilidad y
finura.
Más allá de esto me parece que hay dos
grandes tareas pendientes de la teología católica con un eje transversal: Revelación y Encarnación las tareas, Unicidad
de Cristo el eje.
A la luz del cambio de paradigma y del
abandono del modelo teísta es urgente reinterpretar estas dos categorías
fundamentales de nuestra teología.
¿Qué significan Revelación y Encarnación
hoy? ¿Cómo expresarlas?
No es tarea para este breve compartir
obviamente, pero es necesario y urgente.
¿Cómo recomprender la Revelación y la Encarnación después de Newton y Einstein
por ejemplo?
Las explicaciones teológicas de Revelación
y Encarnación (con su relativo peso doctrinal) todavía en vigencia por ejemplo
– por lo menos desde la teología oficial – no tienen en cuenta que el Universo
está en continua expansión y que la luz puede actuar como onda o materia a
partir de un observador consciente… como tampoco tienen en cuenta los
descubrimientos de la psicología transpersonal y las experiencias de los “místicos”
hinduistas y budistas…
La Unicidad de la salvación en Cristo es
el eje transversal. Toda la teología católica en el fondo se asienta sobre ese
cimiento. Nadie puede tocar el cimiento. Hay miedo. Pero es un cimiento que
necesita ser reinterpretado. La interpretación clásica, por dogmática que sea,
ya no rige ni convence. Más aún: es un obstáculo para el desarrollo mismo del
cristianismo, la comunión, el ecumenismo, la misión.
Reinterpretar la unicidad de Cristo
obviamente significa también reinterpretar el concepto de salvación. Y – con él – sus agregados: infierno, paraíso, vida
eterna.
¿Qué
es salvación?
¿Qué
significa que Cristo salva?
¿Qué
significa la unicidad de Cristo?
Las respuestas dogmáticas y
prefabricadas ya no son posibles, ni aceptables. Hay que dejarse cuestionar,
abrir la mente, “experienciar” lo trascendente que supera infinitamente
nuestros frágiles y a menudo turbios conceptos.
Los recientes descubrimientos en
neurobiología y teoría cuántica y la profundización en el tema de la conciencia
no pueden quedar afuera del camino de la teología.
Quise dar una simples pistas o pautas
para el caminar de la teología, un simple pantallazo para que se pueda ver la
profundidad e importancia del tema.
Camino
interior-espiritual
Otra importante dimensión es la
espiritualidad. La tradición de la iglesia aportó mucho a la humanidad en este
sentido y hay una gran riqueza de espiritualidad y espiritualidades en la
historia de la iglesia. Hoy en día también existen propuestas interesantes y
genuinas de un camino espiritual. Pero también no hay que desconocer que la
mayoría de los cristianos – normalmente insertados en parroquias – se conforma
a menudo con una muy poco profunda participación al culto, algunos que otros
cursos de formación, algún retiro y -
con suerte – alguna actividad caritativa o social.
También en este sentido hay que dar un
giro: la espiritualidad tiene que pasar a ser el eje del camino cristiano. Sin
espiritualidad también el culto y el rito se vuelven estériles. Y también el
servicio concreto pierde su fuerza y su dimensión trascendente.
Poner en el centro a la espiritualidad
significa dar prioridad a la interioridad.
Espiritualidad, interioridad, mística
están muy conectadas y en su núcleo apuntan a la misma realidad.
Y estas tres dimensiones hacen
referencia a otra, que ya citamos: la experiencia.
En nuestro mundo posmoderno ya no se
cree por el principio de autoridad o simplemente por tradición. Se vuelve
central la experiencia.
Ya lo había dicho Pascal: “Dios no quiere ser pensado, quiere ser
vivido”.
Doctrinas y dogmas caen con facilidad en
el pensar sobre Dios y solo si surgen
desde una viva espiritualidad pueden encontrar su sitio y ser útiles.
Espiritualidad, interioridad y camino
místico apuntan directamente e inmediatamente a la experiencia.
Cuando Karl Rahner en el siglo pasado
lanzó su famosa profecía: “El cristiano
del siglo XX será un místico o no será cristiano” apuntaba justamente a
esta dimensión.
El camino místico es un camino de inmediatez: intentamos tocar la Vida tal
cual es y tal como se presenta, sin las interpretaciones y los filtros del ego.
Las mediaciones – en cierto sentido –
pasan en segundo lugar. Y esto es lo que preocupa a la iglesia jerárquica: si
la mediación se vuelve secundaria – con esto no estamos diciendo innecesaria – el poder y el control de
la jerarquía disminuyen considerablemente.
Pero el camino místico no significa la
cancelación de la mediación, al revés: desde la mística todo es mediación y
símbolo de lo Eterno. Desde ahí entonces también la mediación de la iglesia –
autoridad, sacerdocio, sacramentos – encuentra su justo sentido a servicio de
la experiencia y no en oposición o queriendo manipular dicha experiencia.
La espiritualidad y la mística se nutren
y viven de la interioridad. Interioridad que se fue perdiendo en la vida de la
iglesia y del cristiano común. Muchos se conforman con participar del culto o
de rezar según les enseñaron, generalmente con palabras y devociones varias. La
interioridad se fue perdiendo también a partir de la cultura dominante,
justamente cultura de la exterioridad, la apariencia, lo inmediato (que no es
la inmediatez de a experiencia), lo
fácil, lo seguro.
¿Qué se quiere decir cuando hablamos de interioridad?
Interioridad se refiere al núcleo
invisible y esencial de todas las cosas. “Lo
esencial es invisible a los ojos”, recordaba el principito de
Saint-Exupery.
Esta esencia que no se ve
encierra el Misterio. Esta interioridad es la “mismidad” de cada cosa y también
podríamos llamarla “espíritu/Espíritu”: dependiendo si nos referimos a la cara
humana de la medalla o a la cara divina.
Desde esta interioridad, desde el
Espíritu arranca todo y todo se manifiesta. Lo que llamamos “exterior” brota
desde el interior. La belleza y la bondad del “exterior” depende de su conexión
vital y su fidelidad a lo interior.
Cultivar la interioridad es entonces
tarea primordial para vivir una autentica espiritualidad y adentrarnos en el
camino místico del cual depende, según decía Rahner, nuestro ser o menos cristianos. Y antes todavía: nuestro ser
o menos humanos.
Cultivar la interioridad pasa
necesariamente por el silencio. No acaso, todos los místicos, son hombres y
mujeres del silencio.
Todo esto parece bastante obvio hasta
para los profanos o personas pocos afines a temas espirituales o religiosos.
¿Cómo
llegar a lo más interior sin silencio?
¿Cómo
llegar al corazón – para usar uno de los símbolos más universales de lo
interior – sin silenciar la mente?
Lo interior sugiere por sí mismo
profundidad y ocultamiento. Lo interior vive en lo profundo y no es visible en
la superficie.
Decía ya en el IV siglos antes de Cristo
el filosofo chino Mencio: “Quién llega al
fondo de su corazón, conoce su naturaleza. Conociendo su naturaleza, conoce a
Dios.”
Todo esto, repito, parece bastante
obvio. Tan obvio que nos cuesta muchísimo su práctica. Muy a menudo – cuando no
exclusivamente – la oración y las liturgias de la iglesia son una sucesión
interminable de palabras y gestos donde vislumbrar algo “interior” se hace
difícil.
También la vida cotidiana y concreta del
cristiano común parece ubicarse más por el lado del activismo y lo superficial
que por el lado del ser y la interioridad.
En el mejor de los casos ocurre que nos
reservamos de vez en cuando algún momento de silencio exterior o dedicamos un
tiempo más prolongado a la oración en retiros y encuentros.
Más allá del camino del silencio vivir
la interioridad pasa también por la lectura, el estudio, la capacidad de
dialogo y escucha, por darse tiempo humano de calidad para estar juntos, para
estimular la creatividad innata que todos tenemos.
La interioridad no se convierte en el
centro y el eje de nuestras existencia de forma automática. La iglesia, que se
autodefine “maestra y experta” en humanidad y espiritualidad tendría que marcar
el paso en este sentido y comenzar a proponer más seriamente caminos de
auténtica interioridad y espiritualidad.
Podemos aprender mucho de otras
tradiciones – budismo e hinduismo por ejemplo – que hacen del silencio y la
interioridad el eje de sus prácticas espirituales.
¿Pero
la iglesia tiene la humildad para aprender de los demás? ¿O se queda con “su”
verdad?
Este es el gran tema y el gran obstáculo
tal vez.
Hay caminos fecundos ya recorridos y por
recorrer. Hay experiencias en marcha muy positivas y enriquecedoras: bastaría
preguntar, abrirse, escuchar.
Hay infinitas posibilidades para abrir
horizontes y dejarse atrapar por nuestra esencia: el Espíritu.
Camino
artístico-poético
Otros de los caminos para reformular a
la iglesia es el camino del arte y la poesía. Arte y poesía (no solo en sentido
literario, sino como manera de ver la vida, como forma de percibir la realidad)
van a trabajar dimensiones más profundas del ser humano y usan otro lenguaje.
La iglesia – más allá de su rica historia en cuanto a lo artístico – se
fosilizó especialmente en lo conceptual. La manera de predicar, de anunciar y
la catequesis están en muchos casos centrados en el nivel racional: se
transmiten conceptos.
El arte y la poesía logran trasmitir la
experiencia desde otra dimensión y otro nivel. El lenguaje artístico y poético
es más simbólico, más directo, más sencillo y profundo a la vez, más fiel a la
experiencia y va a cuestionar y remover capas del ser humano más profundas que
la mental. Toda la esfera emocional y afectiva – sin duda el eje desde el cual
el ser humano se mueve – es alcanzado más fácilmente y radicalmente por los
lenguajes artísticos y poéticos.
Todo esto invita a una profunda
revisión. Más allá que el lenguaje simbólico está presente en la liturgia, en
la actualidad muchos de los gestos no son comprendidos. El lenguaje litúrgico
es, en muchos casos, obsoleto y no se entiende más. También su repetitividad
alejada de la vida real se convierte en un obstáculo a la hora de proponer una
experiencia.
Es hora de revisar este lenguaje e
intentar caminos nuevos. Dando más cabida a la creatividad y al “aquí y ahora”
donde la liturgia se desarrolla.
También en la catequesis y el magisterio
habría que dar entrada oficial y cabal al arte, la poesía y sus lenguajes. Así
mismo en los seminarios y las facultades de teología: en muchos casos egresan
sacerdotes y agentes pastorales muy bien preparados intelectualmente pero que
no saben comprender a la gente ni saben comunicarse desde el corazón. Cosa que,
por lo que me parece, fue central en el caminar del Maestro de Nazaret.
Los documentos eclesiásticos – por
cuantos profundos e interesantes – son bastantes largos y pesados y están
centrados en repetir conceptos.
También en este camino hay intentos muy
interesantes y positivos que sería bueno que la autoridad eclesiástica no
desconociera. Sería importante dar más espacio y oficialidad a estos intentos y
propuestas.
Camino
realista-antropológico
Otro camino que propongo para reformular
a la iglesia a partir del cambio de época es el camino que llamo
“realista-antropológico”.
La iglesia, “experta en humanidad”, ha
perdido el contacto con la realidad y con el hombre concreto. En muchos casos
vive de recuerdos y nostalgias. Va por caminos paralelos a la humanidad: cosa
que Jesús no hacía. Jesús caminaba al lado del hombre real y concreto, con sus
necesidades y sus búsquedas, sus alegrías y sus dolores.
La iglesia a menudo – obviamente me
guardo bien de generalizar – sigue anclada a una manera de ver el mundo y a
doctrinas que ya no responden al hombre actual y al camino evolutivo de la
humanidad.
Cuando hay que invitar a alguien a
visitar un psicólogo, manda a rezar un Rosario y en muchos casos intenta
resolver importantes conflictos emocionales con Misas y devociones varias. No
se resuelven conflictos emocionales solo con la oración, por cuanto importante
y necesaria sea. Los recientes escándalos tendrían que despertarnos sobre esta
manera espiritualista de pensar y
actuar que tanto daño puede hacer. El don del discernimiento es fundamental y
es justo en eso donde en muchos casos fallamos, víctimas del autoritarismo, del
abuso de conciencia, del espiritualismo, del dogmatismo.
Estos cuatro elementos impiden desde la
raíz un auténtico y sereno discernimiento.
Por otro lado, gastamos tiempo y energía
en cosas superficiales y pasajeras sin estar presente con todo nuestro ser ahí
donde el hombre sufriente está.
Respondemos a preguntas que nadie hizo y
no contestamos a las que nos hacen.
Acompañando a personas y grupos – en
general “gente de iglesia” – se me plantean cuestiones de fondo (morales,
doctrinales, pastorales) que sospecho que muchos miembros de la jerarquía ni se
imaginan y siguen viviendo en la ilusión que el pueblo de Dios sigue aceptando sin
más todo lo que el magisterio afirma
y como lo afirma.
No es así: muchos cristianos, más de lo
que pensamos, se están cuestionando muchos de los fundamentos del cristianismo
y de la doctrina católica. Haríamos bien en tomar en serio sus preguntas, sus búsquedas,
sus dudas.
Jesús descubría a Dios en la realidad y
en la realidad Dios se sigue manifestando y revelando.
¿Qué
es esta bendita realidad?
Es lo que es. Así de simple y
revolucionario. En “lo que es” Dios se está revelando y por eso la fidelidad a
lo real es fidelidad a esta interioridad en la cual y desde la cual encontramos
al Misterio. La fidelidad a lo real es la clave para poder actuar y transformar
el mundo. No se trasforma el mundo y la sociedad enfrentándolos, sino
amándolos. Y el amor empieza siempre con la aceptación radical. El evangelio
vuelve una y otra vez al “no juzguen” que justamente hay que interpretarlo
desde la sabiduría ancestral de la humanidad y no desde la óptica moralista.
“No juzguen” en primer lugar es: acepten, amen, no discriminen, miren más en
profundidad. La parábola de trigo y la cizaña (Mt 13, 24-30) es un buen ejemplo
de todo eso.
La fidelidad a lo real es entonces
esencial. Pero me parece importante dar un énfasis particular a la
antropología.
Las ciencias antropológicas han
evolucionado muchos en estos últimos siglos: avances en la filosofía, la
psicología, la psiquiatría, la neurociencia, la sociología.
Todo este bagaje inmenso hay que
incorporarlo a la antropología cristiana. La iglesia se queda a menudo con una
visión antropológica obsoleta o necesitada de actualización.
El ser humano no es el mismo que el del
tiempo de Jesús. Y aunque su esencia divina permanezca, el acceso a esta
esencia – y el contacto inmediato y experiencial – está condicionado por la
visión antropológica y los avances científicos.
El camino realista va de la mano con el camino antropológico, tal vez porque el ser humano – siendo el único ser
viviente auto-consciente (por lo que sabemos hasta ahora) – puede
conscientemente y responsablemente asumir dicha realidad y transformarla.
Desde siempre la iglesia intentó estar
cerca del ser humano, comprenderlo, acompañarlo, guiarlo. En muchas ocasiones
supo hacerlo bien, en otras menos. En épocas de la historia y situaciones
concretas supo ponerse del lado del pobre, del oprimido y supo caminar al lado
del ser humano concreto y real. En otras oportunidades y situaciones, no pudo y
no supo estar al lado de la gente y desvió su camino encandilada por el poder,
el éxito, la comodidad. En muchos casos el miedo al sufrimiento y a la pérdida
de privilegios la hizo pactar con gobiernos opresores y asesinos, con la
corrupción política y económica.
En la actualidad se están dando
distintas experiencias, vivencias y situaciones. Tan grande y diferente es la
humanidad y la iglesia que hay lugar para todo tipo de experiencias. En muchos
casos es la iglesia de la base la que camina con los hombres y mujeres
concretas, la iglesia que acompaña el caminar del ser humano sin juzgar, ahí
donde se encuentra.
A la jerarquía en general le está
costando este proceso de fidelidad a lo antropológico. Los motivos ya los
dibujamos en sus líneas más generales.
Roma y sus delfines están preocupados
por mantener y defender el “deposito” de la fe, están preocupados por la “recta
doctrina” y pierden el paso del hombre concreto.
La jerarquía está más preocupada por
emanar documentos, aparecer en los medios, resolver la crisis de vocaciones y
asistencias a la Misa, por administrar sus bienes, entablar relaciones
diplomáticas y políticas, controlar a los rebeldes, ser fiel al derecho
canónico. Obviamente: en línea general. Estoy hablando del “sistema”, no de
personas concretas, aunque haya y las conozco.
En muchos casos la iglesia jerárquica
perdió el camino antropológico. El Papa Francisco lo está recuperando, son sus
gestos, humildad, apertura. Faltan decisiones concretas y contundentes, tal
vez. Falta “tocar” el sistema, reformular unos cimientos. Sobra derecho, sobran
documentos y falta evangelio.
¿Dónde
está el ser humano hoy?
Esa es la pregunta clave, a la cual la
iglesia no quiere o no sabe responder.
El estar
no es un lugar concreto, obviamente. Es el “lugar sin-lugar” de una dimensión
espiritual. El ser humano del tercer milenio no es el mismo del tiempo de Jesús
o de la edad media. Aunque la esencia es la misma, cambiaron totalmente las
coordenadas de expresión y abordaje de esta esencia. Solo estas coordenadas nos
permiten conectar con la esencia divina que los cristianos expresamos diciendo:
hijos de Dios.
No podemos ser fiel y caminar al lado
del ser humano sin conocer, aceptar y asumir estas coordenadas.
Revisitar la antropología y sus
fundamentos es entonces un camino obligado. Revisitar para comprender el hombre
moderno y comunicar con un lenguaje comprensible por todos los hijos de la
tierra. La antropología cristiana quedó estancada en las premisas aristotélicas
y tomistas: hay aspectos a confirmar, otros a rescatar, otros a reinterpretar y
otros a desechar.
Es un camino hermoso, aunque lento. Es
un proceso ya en marcha que hay que acompañar con paciencia, valentía y amor.
Camino
ecuménico y dialógico
Otro camino que se abre a la iglesia y
al cristianismo es el camino ecuménico y dialógico.
Ecuménico especialmente en cuanto a la
relación con las demás confesiones cristianas y religiosas o espirituales de la
humanidad. Y dialógico en cuanto a una apertura radical frente a un mundo
globalizado donde se multiplican las ofertas espirituales.
El ecumenismo – impulsado seriamente
solo a partir del Concilio Vaticano II – tiene una trayectoria interesante,
hecha de logros y fracasos.
Recordamos el histórico encuentro entre
Pablo VI y el Patriarca Atenagoras el 5 de enero de 1964 y el encuentro de
oración por la paz en Asís – con Juan Pablo II a la cabeza – el 27 de octubre
de 1986 que convocó a muchos lideres de distintas religiones o tradiciones
espirituales.
También en este fundamental aspecto los
mejores logros y avances se dan a partir de la base. La gente sencilla y los
laicos de todas las latitudes en general son bastante abiertos y disfrutan del
caminar juntos con personas de distintas tradiciones. Disfrutan del compartir,
del comprender al otro, del caminar juntos. En los barrios y los pueblos todos
conviven y las gran mayoría es gente convencida de la primacía del amor y que
busca vivir a partir del amor y en el amor. La gente de buena voluntad convive
y generalmente no se cuestiona si el vecino es creyente o no, de que religión
es, en que cree. La gente no separa, vive y ama. Es solidaria.
Las dificultades nacen desde la
autoridad, porque la autoridad tiene algo que defender y está convencida de
tener las llaves de la verdad y de la salvación.
Cuando estas llaves las tiene la Vida
misma. Vida en la cual, todos, estamos incluidos. Vida en la cual vivimos. La Escritura
misma lo afirma en varios lugares:
®“En él vivimos, nos movemos y existimos…”
(Hec 17, 28).
®“Él es la Imagen del Dios invisible, el
Primogénito de toda la creación, porque en él fueron creadas todas las
cosas, tanto en el cielo como en la tierra, los seres visibles y los
invisibles, Tronos, Dominaciones, Principados y Potestades: todo fue
creado por medio de él y para él. Él existe antes que todas las
cosas y todo subsiste en él” (Col 1, 15-17).
®“Ya no hay pagano ni judío, circunciso ni
incircunciso, bárbaro ni extranjero, esclavo ni hombre libre, sino sólo Cristo,
que es todo y está en todos” (Col 3, 11).
®Ef 1, 3-14
Caminar radicalmente y sinceramente en
el camino ecuménico y dialógico es comprender que la Vida y la Verdad nos
preceden, nos superan y nos abrazan. Es comprender que somos simples servidores
de la Verdad. “Cuando hayan hecho todo lo que se les mande, digan: Somos simples
servidores, no hemos hecho más que cumplir con nuestro deber” (Lc 17, 10).
Se retorna otra vez al eje
del mensaje evangelico y del corazón del Maestro: el servicio en el amor y la
verdad. Ningún proselitismo, ninguna autoridad impuesta o exigida, ninguna
inquietud, ninguna rígida estructura.
Simple vida, simple amor,
simple servicio.
“Jesús los llamó y les dijo: «Ustedes saben que aquellos a quienes se
considera gobernantes, dominan a las naciones como si fueran sus dueños, y los
poderosos les hacen sentir su autoridad. Entre ustedes no debe suceder
así. Al contrario, el que quiera ser grande, que se haga servidor de ustedes; y
el que quiera ser el primero, que se haga servidor de todos. Porque el
mismo Hijo del hombre no vino para ser servido, sino para servir y dar su vida
en rescate por una multitud».” (Lc 10, 42-45).
“Después de haberles lavado los pies, se puso el manto, volvió a la mesa
y les dijo: «¿Comprenden lo que acabo de hacer con ustedes? Ustedes me
llaman Maestro y Señor; y tienen razón, porque lo soy. Si yo, que soy el
Señor y el Maestro, les he lavado los pies, ustedes también deben lavarse los
pies unos a otros. Les he dado el ejemplo, para que hagan lo mismo que yo
hice con ustedes. Les aseguro que el servidor no es más
grande que su señor, ni el enviado más grande que el que lo envía”
(Jn 13, 12-16).
A veces me asalta un
terrible pensamiento y me pregunto: “¿El evangelio que descansa en las capillas
episcopales o los despachos vaticanos tendrá estas páginas?”.
Después me pongo a meditar y
se diluye la pregunta, gracias a Dios. Necesito meditar, como pueden ver.
Camino
pastoral y misionero
El último camino que propongo para
reformular a la iglesia abarca tal vez la dimensión más concreta y visible: la
pastoral y la misión.
Toda la vida de la iglesia está marcada
por la pastoral y por la misión. Por “pastoral” entendemos todas las
actividades que se desarrollan para el anuncio del evangelio, la formación, la
liturgia, el servicio de la caridad, etcétera… Cada actividad recibe su nombre
a partir del eje que la convoca: pastoral bíblica, pastoral de la salud,
pastoral social, pastoral juvenil y vocacional… también van naciendo “otras”
pastorales según las exigencias particulares de los tiempos o los lugares:
pastoral de la esperanza (que acompaña el momento del duelo de una familia),
pastoral universitaria, pastoral familiar, etcétera. Otras veces se habla de
“animación” dando un sentido más interior y formativo que práctico: animación
litúrgica, animación bíblica, animación misionera…
Cuando hablamos en sentido estricto de
“misión” nos referimos a toda actividad que se centra en el anuncio de la
propuesta cristiana hacia fuera: a quien no conoce al evangelio, a quien lo
olvidó, a quién se alejó de la iglesia y la práctica cristiana.
A partir de todo lo dicho antes – los seis caminos anteriores –
comprendemos fácilmente que también la pastoral de la iglesia va reformulada,
como el sentido y la vivencia de la misión.
El camino de la pastoral (y las
pastorales) tendría que confluir en una más profunda y sentida unidad.
Todo esto tiene estrecha relación con la
estructura básica sobre la cual sigue fundamentada la vida de la iglesia: la
parroquia.
¿Sigue
vigente y actual la parroquia?
Como siempre hay opiniones distintas.
Sin duda la iglesia necesita una vinculación con el territorio: lo requiere la
necesidad del ser humano y del evangelio de comunidad, de relaciones humanas
cercanas, afectivas, solidarias.
Pero sin duda la estructura parroquial
necesita un giro importante. La burocracia sigue muy presente y a menudo prima
sobre las relaciones fraternas.
En muchas parroquias es difícil tener
una experiencia real y concreta de comunidad y de familia, más de allá de que
“hay que decirlo” o que se intente. Muchas veces la celebración de la Misa –
que tendría que ser el momento central de la vida de la comunidad – se
convierte en algo impersonal, frío y muy poco familiar: a veces ni sabemos el
nombre del que se sienta cerca de nosotros, no recibimos con alegría y atención
a los nuevos rostros, al terminar nos dispersamos cuanto antes con el apuro de
volver a nuestras casas. ¿Es esto
celebrar? ¿Sigue la Misa como centro de la vida parroquial? ¿No tendremos que
reformular también esto?
A veces se tiene la impresión que cada
parroquia vaya por su cuenta, más allá de los esfuerzos diocesanos de buscar
criterios comunes. Cuando cambia el párroco ocurre con frecuencia que el nuevo
no respete el trabajo del anterior y en seguida imponga su estilo.
Para ejercer algún tipo de pastoral en
una zona que no pertenece al territorio parroquial nos encontramos con una
serie de obstáculos: permisos varios, burocracia, los humores del párroco.
Sin duda hay que buscar caminos más
livianos, menos burocráticos, más fraternos.
Y, como ya venimos diciendo, anteponer
siempre la caridad en todas sus expresiones a la burocracia, la estructuras,
las reglas.
Las mismas “pastorales”
diocesanas o parroquiales que sean están llamadas a una comunión más serena y
más libre.
Si ponemos en el centro la
Vida, tal y como Jesús nos reveló y tal como la conciencia humana lo viene
descubriendo, las cosas se simplifican y profundizan a la vez.
En el fondo hay UNA sola
pastoral que vivir y anunciar: la Vida. Dios de la Vida, Vida de Dios. Obvio
que la vida es concreta y también necesita miradas y enfoques concretos y
particulares. Pero sin perder de vista la totalidad.
Cuando una pastoral está
bien centrada y enfocada vivirá lo suyo propio con más soltura y, sobre todo,
sin envidias y sin competir con otras pastorales.
Todas las pastorales están
al servicio de lo mismo: el Amor. Vivir el amor desde un matiz concreto.
Se vuelve al eje evangelico:
el servicio. Muchas veces ocurre que la burocracia y las estructuras toman el
mando sobre la vida y entonces caemos en inutiles y peligrosas paradojas: creamos
organismos diocesanos o parroquiales de cosas que no existen.
Es uno de los grandes
peligros que sigue sorprendiendo a la iglesia: imponemos estrucuturas y
nuestras visiones sobre la realidad. Realidad que – los hemos visto y lo
repetimos – siempre tiene la razón y la prioridad absoluta. Dios pasa por la
vida, no por las estructuras que superponemos a la vida.
Una mirada particularmente
atenta merece la misión. Desde
siempre la dimensión misionera caracteriza a la vida de la iglesia, hasta tal
punto que muchos encuentran en la misión el sentido mismo de la vida y la
existencia de la iglesia.
Estoy convencido que también
la dimensión misionera de la iglesia y del cristianismo necesita una urgente e
importante reformulación. A partir de todo lo que venimos diciendo podemos
vislumbrar por donde tiene que ir este nuevo planteamiento.
Si el eje de la revelación y
la experiencia de Dios es la Vida – por encima de conceptos, doctrinas,
catecismos, moral – cae por si solo el viejo esquema de misión. Viejo esquema
que – partiendo de una concepción mental de la verdad – se preocupaba más o
menos acertadamente de transmitir este contenido mental a los demás. El mismo
anuncio y propuesta cristiana se fundamentaban en eso. La práxis de Jesús, como
revelan estudios recientes – iba por otro lado. Por el lado de la vida
justamente. Jesús no anunciaba ni proponía doctrinas, por lo poco que podemos
descubrir a través de los evangelios. El camino místico que va de la mano de la
espiritualidad – el vino nuevo – descubre
y revela lo que siempre fue: la centralidad de la Vida y de lo Real. Por ahí
pasa la experiencia de lo Trascendente.
El eje de la misión de la
iglesia se corre entonces – en realidad vuelve a su centro – de lo exterior a
lo interior, de la palabra al silencio, del hacer al ser, del anuncio a la
vida.
Vivir con plena conciencia
es entonces lo esencial. Lo demás vendrá por si solo, como ya indicó el
Maestro: “Busquen más bien su Reino, y lo
demás se les dará por añadidura” (Lc 12, 31).
El Reino ya no es – en
primera instancia – algo para construir. Es algo regalado, algo que ya está: “Porque el Reino de Dios está entre/en
ustedes” (Lc 17, 21).
El centro del mensaje y el
testimonio de Jesús se hace así visible: la gratuidad.
A partir de esta gratuidad
también viviremos los esfuerzos y el compromiso necesario para que este Reino
se visibilice cada vez más.
En el fondo no tenemos nada
que anunciar y proponer: tenemos una Vida que vivir. Y esa misma Vida vivida se
hará anuncio y propuesta.
Por acá va la reformulación
de la misión, con todas sus consuecuancia practicas que ahora no podemos
tratar.
Concluyendo
“Toda verdad pasa
por tres etapas: primeramente se la ridiculiza, luego se la discute
violentamente, finalmente, se la acepta como evidente” (Arthur Schopenhauer).
Esta cita del famoso filosofo alemán viene al caso. La
iglesia cayó en este error muchas veces a lo largo de su historia: ridiculizó a
Galileo, lo condenó y al final aceptó la evidencia. Lo mismo se puede decir de
decenas y decenas de realidades. Siempre tropezamos con la misma piedra.
¿No será el
momento de cambiar trayectoria? ¿No será el momento de dejar de ridiculizar y
discutir violentamente?
Sospecho que algo de esto está pasando con el teísmo por
ejemplo: muchos lo ridiculizan y otros se ponen agresivos. En unas décadas –
ojalá menos – ya la iglesia lo reconocerá y asumirá.
Aprender de la historia – individual y colectiva –
parecería algo normal y simple. La realidad muestra lo contrario. A nivel
individual y a nivel social caemos repetidamente en los mismos errores.
Aprender no es fácil: es tal vez lo más complicado. Se
requiere apertura y humildad. Se requiere desplazar al ego de su trono.
“Aprender a
aprender” subrayaba Juan Luis Segundo: estamos en esta etapa. Y tal vez
siempre estaremos en esa: aprendizaje.
Las tradiciones místicas subrayan a menudo esta dimensión
y afirman que la experiencia humana es simple y continuo aprendizaje.
Estoy convencido que ahí radica el problema: pedir y
buscar en esta maravillosa aventura humana que llamamos “vida” más de lo que
es. Buscamos definitividad, buscamos un “sentido” externo a la vida misma,
buscamos colmar deseos y necesidades.
Todas estas búsquedas en el fondo provienen de nuestro
ego siempre insatisfecho.
¿Y si la vida
fuera más simple? ¿y, a la vez, más plena y profunda?
Vivir la aventura humana – que dura cuanto un soplo (Sal
39, 5) – como aprendizaje del amor que somos, ¿no sería mucho más humilde y
sereno?
Aceptar que la existencia humana es simple aprendizaje es
un golpe duro para el ego, pero una vez entramos en esta visión se nos abre un
fantástico panorama: la plenitud que somos se manifiesta en el momento presente
como inesperado regalo.
La paz se instala definitivamente en nuestro vivir y la
belleza asoma por doquier. El sufrimiento se relativiza y se convierte en el
maestro por excelencia.
Descubrimos quienes somos: vida divina – “hijos de Dios” – manifestándose por un
instante en lo efímero de la existencia.
Y vivimos, por fin, radicalmente libres.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario