Hoy se nos regala una maravillosa
parábola. La parábola de las 10 jóvenes: un texto lleno de símbolos, metáforas,
alusiones, invitos. Dejemos cuestionar y penetrar por la parábola.
Como siempre intentamos comprender el
texto a la luz de la experiencia de la unidad y de lo Uno que la vivencia del
silencio nos regala.
También esta es una parábola del Reino. Jesús usa la metáfora del
Reino para expresar nuestra verdadera identidad – nuestro ser eterno, lo que
somos – que está llamada a hacerse historia y a manifestar en esta historia la
belleza y armonía de la divinidad.
En esta parábola Jesús compara el Reino
a una boda. En la tradición bíblica las imágenes de la boda y del banquete
expresan la plenitud y el gozo del Reino: la plena y perfecta comunión del
cosmos, del ser humano, de la divinidad.
¿Quién no anhela esta plenitud? ¿Quién
no anhela sentirse uno con todo y con todos?
La parábola sugiere – el amor siempre sugiere y nunca se impone – donde hay que
buscar esta plenitud y que herramientas podemos utilizar.
La boda – la plena comunión con Dios –
es aquí y ahora. No existe otro tiempo ni otro momento. Lo único real que
tenemos es el momento presente. Dios es
y solo este momento es. Todo se
desarrolla admirablemente y místicamente en un eterno presente. Siempre es aquí y siempre es ahora. Nunca hemos vivido en un momento que no fuera en el aquí y
en el ahora.
El Buda lo había intuido antes que el
Maestro de Nazaret y nos aconseja: “alégrate
porque todo lugar es aquí y todo momento es ahora”.
El problema radica en el pensamiento:
hasta que no logramos salir del pensamiento viviremos perdidos, anclados en un
pasado que no ya no está o en un futuro imaginario e hipotético. Viviremos
zarandeados, como un barco a la deriva, por nuestros sentimientos y emociones. La
mente no logra estar en el momento presente, no es su tarea. Por eso es
esencial aprender a usar la mente y a no dejar que nos use.
La herramienta es la vigilancia, la atención: el aceite de las lámparas en nuestra parábola. Vigilancia que es el gran tema de todo
el capitulo 25 de Mateo.
Las jóvenes necias no está atentas, no vigilan: están preocupadas por el esposo
que tarda en llegar, preocupadas por entrar a la fiesta, por no perderse “la
joda” como dirían nuestros chicos. Viven en su mente y por eso se pierden el
presente.
Las jóvenes prudentes (el término griego se puede traducir también con
“inteligente”, “sabio”) están atentas y vigilantes. En este momento no está el
esposo, simplemente hay lámparas vacías: hay que conseguir aceite. Viven en el
presente y utilizan la mente correctamente.
El esposo tarda y todas se duermen: es
el sueño de la humanidad y de cada uno de nosotros cuando no sabemos quienes
somos. El sueño de la ilusión, el sueño del ego que siempre posterga la
felicidad en un futuro imaginario.
¡Qué importante es despertar! Despertar
a la realidad, a la Presencia, aquí y ahora. Llega el esposo – lo podemos
identificar con este momento – y
todas las jóvenes despiertan. Siempre estamos en el Presente, siempre estamos
en Dios. Imposible estar afuera. ¿Dónde radica la diferencia?
Las necias
están sin aceite y por ende sin luz. No logran ver la plenitud del momento y se
quedan afuera, perdidas en su mente inquieta y su emotividad fuera de control. Ahí
la paradoja: están a pocos metros de la puerta pero se quedan afuera: el Reino –
la experiencia de la plenitud – siempre está acá, siempre disponible. A la
distancia de un respiro, el respiro consciente que nos despierta.
Las sabias
entran: tienen luz porque tienen aceite. Tienen luz porque están atentas.
Tienen luz: son conscientes. Son conscientes de la plenitud del momento y por
eso lo pueden disfrutar.
En el fondo la gran y tal vez la única
diferencia entre las dos actitudes es el disfrute.
Quién es lúcido y consciente de su vivir
en Dios disfruta de la vida, con todo lo que viene junto a la vida: alegría y
dolor, experiencia de límite y la fragilidad.
Quién no es consciente y vive perdido en
su mente (pensamientos y sentimientos) vive insatisfecho buscando una plenitud
imaginaria y muchas veces vive quejándose y conformándose con migajas de
felicidad: los “pequeños consuelos” que nos vienen del comprar, del comer, del
sexo, del éxito, del dinero.
Una vida atenta y despierta no desprecia
“los pequeños consuelos”, pero los vive en su verdad: manifestación pasajera de
una plenitud más grande que constantemente nos llama a la perfecta libertad.
La perfecta libertad de disfrutar de la
boda: vida plena, aquí y ahora.
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