El misionero del silencio hace ruta,
mastica kilómetros. Encuentra rostros el misionero del silencio. Divino rostros
y tan humanos.
¡Qué bello compartir silencios!
El camino de la meditación, del silencio
y la quietud me ha llevado a viajar mucho.
Tal vez más que antes. Paradójico.
El silencio habla y la quietud se mueve.
Tan sorprendente y maravilloso es el Amor. Tan extraordinaria la aventura de la
vida.
Tantos kilómetros, tanta ruta. Casi
siempre viajando solo y casi siempre regresando cuando la noche lo envuelve
todo. Viajo en silencio casi siempre, meditando un poco, reflexionando otro
poco, agradeciendo siempre.
En la ruta oscura y silenciosa regreso a
casa. Regreso a casa aunque siempre estoy en casa, estamos en casa. La Casa del
momento presente, del Dios que nos vive en este instante.
Y regresando y estando, vuelven los
divinos rostros encontrados.
Cada rostro una historia, una vida. Y
agradezco por cada ser, por cada encuentro, por los silencios compartidos en la
meditación o en la escucha de algún dolor. Agradezco la sonrisa, el tierno
abrazo, el saludo sincero. Agradezco la comida compartida y el disfrute de la
creación.
¡Qué lindo es ser misionero del silencio
y de la escucha!
¡Cuanta vida abundante! ¡Cuanta belleza!
Quiero agradecer a todos estos rostros
compañeros de camino: a veces por unos instantes, por lo que dura un
intercambio de miradas. Otra veces
compañeros de grupos, de sabrosos silencios. Otras y tantas veces, compañeros
desde tiempo, meses y años.
En realidad poco importa el tiempo.
Importa la calidad y la profundidad.
Y otra vez asoma lo paradójico: para la
calidad y la profundidad de las relaciones no necesitamos tantas palabras y a
menudo – en la oscuridad y sobriedad del silencio – surgen relaciones
auténticas, profundas, íntimas.
El milagro del silencio es el milagro más
poderoso.
Gracias a estos rostros que creen y
apuestan al silencio. Gracias a estos rostros que confían en la vida y en el
amor. Gracias por su tiempo regalado y su entrañable afecto.
Cada rostro es un regalo inmenso para
mi. Cada ruta es un regalo: a menudo siempre las mismas rutas, pero siempre
nuevas. Nos amamos con las rutas: compartimos horas de silencio y soledades. Gracias
también al auto: fiel compañero de misión y de silencio.
Y cada rostro vuelve a latir en mi
corazón que, silencioso, regresa a casa. Una casa que nunca ha dejado y donde
todos nos encontramos: abrigados por un silencio que nos hace amigos y
hermanos.
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