Seguimos leyendo el primer capítulo de
Marcos, donde el evangelista nos presenta los comienzos de la vida misionera de
Jesús y los rasgos esenciales de lo que será la enseñanza del Maestro de
Nazaret.
El domingo pasado se nos presentaba
sobretodo la autoridad del Maestro,
fruto de su experiencia directa de Dios.
Hoy Marcos subraya el don de curación de Jesús y su silencio.
Los evangelios son unánimes en reconocer
que Jesús era un taumaturgo: un sanador milagroso.
En realidad muchos “milagros” relatados
en los evangelios no podemos considerarlos “históricos” y responden a otros
intereses de los evangelistas, a sus visiones e interpretaciones del Maestro y
al mensaje que quieren transmitir.
Muchos de los sabios y maestros del
pasado – más allá de pruebas históricas fehacientes o menos – fueron
presentados con actitudes sanadoras y curativas: parece que ser un sanador era
esencial como confirmación de su mensaje y propuesta de vida.
Lo mismo ocurre con Jesús, obviamente.
Intentemos profundizar.
¿Cuál
es el mensaje central que nos deja Jesús sanador?
En realidad lo que aparece en la mayoría
de los milagros de curación es algo novedoso y extraordinario: en sentido
estricto no es Jesús que sana. Jesús simple y maravillosamente, hace de puente
para que la persona enferma conecte consigo mismo y, prácticamente, se
auto-cure.
“Tu
fe te ha salvado”, repite a menudo. La fe en su sentido más genuino y
evangélico: confianza. “La confianza en
ti mismo te ha curado”, dice Jesús.
Jesús, como todos los verdaderos
maestros, tiende a desaparecer.
Muestra, ilumina, conecta. Y se va.
Al final de su vida lo dirá
explícitamente: “es mejor para ustedes
que yo me vaya” (Jn 16, 7).
Es sumamente interesante que toda la
pedagogía actual subraya – paradójicamente volviendo a Sócrates (¡470-399 a.c.!)
– esta dimensión esencial del educador: generar individuos independientes,
autónomos, libres. Y soltarlos.
En el cristianismo vivimos todavía una
especie de infantilismo espiritual: agarrados a la pollera del Maestro, el
miedo a la libertad nos esclaviza.
Agarrados a la “letra” del evangelio nos
perdemos la libertad y novedad del Espíritu. Como dice de manera tajante San
Pablo: “la letra
mata, pero el Espíritu da vida” (2 Cor 3, 6).
La observancia literal del evangelio produce individuos esclavos y fanaticos.
Captar el Espíritu más allá de la “letra” es fuente de verdadera libertad y
creatividad.
El Maestro nos soltó hace tiempo y nos
acompaña el Espíritu. Jesús se fue, para que todo fuera Presencia. Jesús se fue
para que viviéramos la libertad infinita del Espíritu: ese mismo y único Espíritu
que crea, sostiene y fecunda cada vida y cada existencia.
Este Espíritu – Amor y Vida – que es
nuestra verdadera identidad. Jesús nos abrió la puerta hacia esta dimensión del
Ser. Nos regaló un puente eterno… basta
recorrerlo, confiar, animarse a cruzarlo. Es un puente tendido sobre el abismo
de nuestros miedos y heridas. Por eso nos da tanto miedo cruzarlo.
Atravesar ese puente y conectar con
nuestro ser es el camino hacia la libertad, hacia la sanación.
No hay verdadera sanación que esta. Las
demás – físicas y psicológicas – son temporales y pasajeras. Importantes por
cierto en este camino terreno, porque nos dan herramientas para cruzar el
puente serenamente.
Pero la única sanación total y necesaria
es la espiritual: la que nos conecta con nuestro Ser inmortal.
Todas las curaciones que leemos en los
evangelios – que sean históricas o sean signos poco importa – apuntan a esa
sanación.
Sanación que equivale a la libertad, la
plenitud, la totalidad, la dicha plena.
La
verdadera medicina es el Ser. En las otras dimensiones –
física y psicológica –seguiremos en la alternancia de alegría y dolor, pero si
cruzaremos el puente, las viviremos desde la profunda paz y dicha que somos.
Como vio y atestiguó el sabio hindú
Nisargadatta: “Es estado no perturbado
del Ser es Dicha; el estado perturbado es lo que aparece como el mundo. En la
no dualidad hay Dicha; en la dualidad experiencia. Lo que viene y va es
experiencia con su dualidad de sufrimiento y placer. La Dicha no tiene que
conocerse. Uno es siempre Dicha, pero nunca dichoso. La Dicha no es un
atributo.”
Jesús conoce el camino más directo para
cruzar el puente: el silencio. Sabe que el silencio es pura Paz, pura
Presencia, pura Dicha. El silencio es la no dualidad de la cual hablaba
Nisargadatta.
Y Jesús hace, del silencio, experiencia.
“Por la mañana, antes que amaneciera, Jesús se levantó, salió y fue a un
lugar desierto; allí estuvo orando” (Mc 1, 35).
Lo que Marcos nos sugiere de
pasada es un tipico resumen: Jesús sin duda dedicaba todos los días tiempo al
silencio y de silencio.
En sus noches de soledad y
de silencio Jesús tomaba conciencia de su más profunda identidad: Uno con el
Padre. Por eso pudo decir: “El Padre y yo
somos uno” y por eso nos pudo conducir adentro de su misma experiencia. “Que todos sean uno: como tú, Padre,
estás en mí y yo en ti” (Jn 17, 21).
Nos regaló la entrada a su
conciencia.
El camino de silencio es,
esencialmente, camino de conciencia.
Y camino de conciencia es
camino de lucidez y comprensión.
Comprensión que nos
instalará en el Ser que somos, desde el cual brotará vida y vida en abundancia
(Jn 10,10).
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