Hildegarda de Bingen
El autor de nuestro texto – a través de
dialogo de Jesús con sus discípulos – quiere confirmar todo el discurso
eucarístico que hemos comentado el domingo pasado.
Y pone en boca de Jesús estas hermosas
palabras: “El Espíritu es el que da
Vida, la carne de nada sirve. Las palabras que les dije son Espíritu
y Vida” (Jn 6, 63).
Vuelve el tema central del evangelista:
la Vida.
Jesús vino a regalarnos vida abundante,
a mostrarnos un rostro de Dios que es Vida y quiere vida plena para todos.
El evangelio es antes que nada y sobre
todas las cosas “Buena Noticia”: la
noticia que la Vida nos precede, nos acompaña y sigue. La noticia de un Dios
que es Vida, impulsa vida, sostiene la vida, alimenta la vida. La noticia que “Esta
Vida” no termina porque nunca comenzó.
Este es el eje de la experiencia que
Jesús nos comunicó y sigue comunicándonos a través del Espíritu: estamos
participando de la única y eterna Vida.
Nuestro nacer y morir se inscriben
“adentro” de la Vida Una. Lo que llamamos los humanos “nacer” y “morir”
acontecen en el seno de la Vida, en el gran abrazo del Amor.
¿Hay
noticia más linda?
Esto quiso decir Jesús – como todo
místico – cuando exclamó: “Les
aseguro que desde antes que naciera Abraham, Yo Soy” (Jn 8, 58).
Este “Yo Soy” no se refiere a la existencia histórica del individuo Jesús
de Nazaret, sino a la experiencia inmediata de la Vida Una. Jesús se
experimentó radicalmente unido a esta Vida – que él llama Padre – y se vivió como expresión única y original de esa única
Vida.
Es sumamente interesante y conmovedor
descubrir la misma experiencia – con los matices de cada uno y sus
connotaciones religiosas y culturales – en todos los místicos de todos los
tiempos.
A esto estamos llamados. A esto estás
llamado, tú que me lees: a vivir la misma experiencia del Maestro de Nazaret, a
descubrirte Uno con la única Vida; Misterio de Amor inaferrable e indecible,
pero experimentable.
El Espíritu nos alienta, nos ilumina,
nos conduce. Aprender a escuchar el Espíritu es entonces fundamental para
adentrarse en el Misterio sin nombre.
El Espíritu es el Aliento de Vida que
mora en nosotros, en un “lugar sin-lugar” al cual tenemos acceso, cuando nos
abrimos y nos silenciamos.
Este Espíritu es la Vida de nuestra
vida, el Amor de nuestro amor, el Respiro de nuestro respirar. Podemos sentirlo
y experimentarlo, nunca poseerlo o manipularlo.
Necesitamos una actitud abierta y humilde para conectar con el Espíritu.
Apertura y humildad que caracterizaron
la vida de Jesús y que – todavía – cuestan mucho a la iglesia (especialmente a
la jerarquía) y a muchos cristianos. Nos creemos poseedores de la verdad y
caemos en juicios y en posturas defensivas y hasta fanáticas. Nos cuesta
escuchar con total apertura y transparencia y cerramos el paso a muchos
hermanos en sincera búsqueda.
Cuando nos abrimos al Espíritu,
automáticamente nos abrimos a la Vida y nuestras palabras se convierten en
palabras auténticas y fecundas, en palabras de vida.
Las palabras de Jesús, son “palabra de
vida eterna” como reconoce Pedro: “Señor,
¿a quién iremos? Tú tienes palabras de Vida eterna” (Jn 6, 68), porque
Jesús habla desde la visión y la experiencia, desde la inmediatez de su
conexión con el Espíritu.
El cristianismo del presente y del
futuro será coherente y atractivo si será expresión de una profunda visión y
experiencia del Espíritu.
Se está acabando un cristianismo y una
iglesia centrada en la tradición, los dogmas, las costumbres y los ritos.
Se abre un tiempo nuevo, un tiempo donde
la experiencia y la vida vuelven al centro. Un tiempo de frescura y una
primavera del Espíritu. Un tiempo donde el Amor prima sobre las estructuras y
donde el abrazo y la sonrisa revelan la Presencia de un Dios enamorado.
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