Nuestra sociedad está bajo la amenaza de
un peligroso virus: la “hipersensibilidad”.
Estoy en contacto con mucha gente y
pasan entre mis manos y mi corazón muchas realidades, ya sea individuales, ya
sea grupales o sociales.
Estoy convencido que nuestra sociedad
está enferma de hipersensibilidad. “Hiper” es un término griego que expresa exceso, exageración.
Por ejemplo el “hipermercado” es un
mercado enorme…exagerado…
La enfermedad de la hipersensibilidad
deriva obviamente en otros y más peligrosos “hiper”: hiper-susceptible,
hiper-agresivo, hiper-calentón, hiper-depresivo, hiper-preocupado…
En un mundo mercantilista que apuesta al
mercado todo se convierte en hiper. Y perdemos la cordura, y perdemos la paz.
Me asusta la hipersensibilidad
especialmente en los niños. En mi trato con niños pequeños o muy pequeños no
faltan casi nunca enojos, llantos, broncas, agresividad. Siempre por motivos
desproporcionados. Justamente: son hipersensibles.
Sin duda esta hipersensibilidad surge
también de la excesiva importancia que en la sociedad, en los medios, y en las
instituciones se da a los sentimientos y emociones. A veces se absolutiza, como
si el ser humano fuera solo y nada más que sentimientos y emociones.
Sentimientos y emociones sin educación y
control nos llevan afuera del camino… y no se necesita ser muy listos para
adivinar adonde.
El centro de la cuestión es:
¿Quién
educa los sentimientos y las emociones?
Las instituciones educativas están
demasiado ocupadas en cumplir con los programas ministeriales para preocuparse
de estas cosas. El estado – y a menudo las familias – quieren formar
(¿formar?...) profesionales y se dedican a llenar la cabeza de los educandos de
informaciones.
Estado, sociedad y familia son los
actores principales y los principales responsables de esta situación de
anarquía de los sentimientos y de la hipersensibilidad.
¿Quién
educa a la frustración?
¿Quién
educa a perder?
¿Quién
educa al sacrificio, la perseverancia, la paciencia?
Educar a ganar y educar a sobrellevar
emociones positivas es relativamente simple y muchas veces se da solo. Nadie
educa a manejar la parte oscura de nuestra interioridad. Nadie educa al
autoconocimiento y al manejo de estados emocionales negativos o perturbadores.
Falta madurez humana. Ahí hay que
apuntar.
Viene al caso un texto muy lucido del
filosofo alemán Immanuel Kant (1724-1804) que ya veía la falla en el siglo
XVIII.
“La ilustración es la salida del hombre de su auto-culpable
minoría de edad. La minoría de edad significa la incapacidad de servirse de su
propio entendimiento sin la guía de otro. Uno mismo es culpable de esta minoría
de edad cuando la causa de ella no reside en la carencia de entendimiento, sino
en la falta de decisión y valor para servirse por sí mismo de él sin la guía de
otro. ¡Atrevete a saber! ¡Ten valor de
servirte de tu propio entendimiento!, he aquí el lema de la ilustración.
La pereza y la cobardía son las causas de que una gran parte
de los hombres permanezca, gustosamente, en minoría de edad a lo largo de la
vida, a pesar de que hace ya tiempo la naturaleza los liberó de dirección
ajena; y por eso es tan fácil para otros erigirse en sus tutores. ¡Es tan
cómodo ser menor de edad! Si tengo un libro que piensa por mí, un director
espiritual que reemplaza mi conciencia moral, un médico que me prescribe la
dieta… entonces no necesito esforzarme. Si puedo pagar, no tengo necesidad de
pensar; otros asumirán por mí tan fastidiosa tarea.”
Sin duda es un texto datado y
susceptible de ajustes y correcciones.
Lo más interesante a mi parecer es que
invita a salir de la cómoda minoría de edad y a entrar en el camino de una
plena madurez.
La auténtica madurez humana es compleja
y no pasa solo por la capacidad de trabajar, de criar a los hijos y de mantener
un compromiso afectivo y efectivo estable.
Es algo más.
La madurez humana pasa por la plena
autonomía de la persona y en particular en el continuo aprendizaje y
autoconocimiento.
Pasa por el dominio de los propios
sentimientos y emociones.
Pasa por el trabajo espiritual que
nos conecta justamente más allá de la dimensión afectiva de los sentimientos y
emociones y que es la causa de la casi totalidad de nuestros sufrimientos.
El trabajo espiritual nos sitúa – gracias
al silencio meditativo – en el lugar desde donde el autoconocimiento se
hace real y efectivo y en el lugar desde donde aprendemos a manejar lo que
sentimos.
Solo desde ahí la hipersensibilidad se
podrá desinflar.
Solo desde ahí sabremos vivir con
serenidad los normales sinsabores de la vida.
Solo desde ahí sabremos educar a las
nuevas generaciones.
Solo desde ahí surgirán, antes que nada,
seres humanos plenos, autónomos, enteros. Seres humanos que sabrán vivir la
frustración, la derrota y hasta la muerte con una sonrisa en los labios.
Madurez humana, silencio, autonomía:
tres dimensiones que crecen juntas y van de la mano. Siempre.
Buen camino! Buen trabajo!
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