“Porque él no es un Dios de muertos, sino de vivientes; todos, en
efecto, viven para él” (20, 38): este es el versiculo central de nuestro
texto y la clave de lectura del mismo.
Otra traducción que me gusta más dice: “No es un Dios de muertos, sino de vivos;
porque para él todos están vivos”.
El Dios de Jesús es el Dios de la Vida, el Dios que es Vida. Este es el eje del mensaje de
Jesús y del evangelio.
Nuestro texto empieza con el absurdo cuestionamiento
de los saduceos.
Las saduceos
eran una elite religiosa y económica, de tendencia conservadora. Su vida giraba
alrededor del Templo y preferían estar vinculados a los ocupantes romanos que
poner en peligro sus intereses y beneficios.
Este grupo no creía en la resurrección y
se puede entender: la pasaban tan bien que no necesitaban creer en un mundo
mejor.
Es el peligro del bienestar, la
comodidad, la riqueza y el poder: nos instalan en un ilusorio cuanto
superficial paraíso artificial que – por
un lado – nos hacen olvidar que gran parte de la población mundial no tiene
las condiciones mínimas para una vida digna y – por el otro – nos hacen también olvidar de lo efímero de la
existencia y que la verdadera riqueza se encuentra adentro.
Los saduceos, anestesiados por estas
ilusiones, le plantean a Jesús una cuestión absurda, simplemente para defender
su postura, su comodidad, sus creencias: “Cuando resuciten los muertos, ¿de quién será esposa,
ya que los siete la tuvieron por mujer?”
El planteamiento nos muestra
cuanto es ciega la mente no observada y dejada al servicio del ego. Es la mente
que no acepta sus limites, la mente que quiere controlar todo, la mente que
quiere una respuesta para todo.
¿Cuántas veces caemos en estas trampas mentales y perdemos tiempo y
energía?
Hay cosas que se escapan al
afán racional de saberlo todo y controlarlo todo. La mente está programada para
dar respuestas concretas a problemas concretos. La mente no sirve para dar
respuestas a las cuestiones últimas y definitivas de la existencia humana: de
dónde vengo y adonde voy, el mal, el dolor, la muerte, la resurrección.
Para estas cuestiones
tenemos que apelar a otros recursos: la intuición, la escucha, el silencio.
A cuestiones racionales,
responde la racionalidad. A cuestiones espirituales, responde el espíritu.
Cuando no logramos captar
esta distinción esencial queremos dar respuestas racionales a cuestiones espirituales.
Ahí nos ahogamos y nos encerramos en las creencias:
intentos de la racionalidad de atrapar algo que no le pertenece.
La resurrección es uno de
estos elementos que trasciende la mente racional. Solo puede ser captado desde el
silencio místico y la intuición del corazón. Qué la resurrección trascienda la
mente racional no significa que no pueda ser experimentada. En realidad la
resurrección empapa nuestra existencia y el Universo. Estamos hechos de
resurrección. Estamos empastados de resurrección. Todo lo que vemos, olemos,
percibimos, anhelamos está brotando de la resurrección y a ella vuelve.
Para captar este inefable
Misterio hay que silenciar la mente, estar lo más abierto posible, desarrollar
la atención espiritual.
A menudo nos hacen o nos
hacemos estas preguntas:
¿Qué es la vida eterna? ¿Cómo será?
¿Me reencontraré con mis seres queridos en la otra vida?
Son preguntas racionales por
algo que supera la razón. Por ende, preguntas más o menos inutiles.
Por eso mismo que Jesús no
responde a los saduceos. Su respuesta invita a centrarnos en lo único esencial:
la experiencia del Dios de la Vida.
¿Cómo experimentar al Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de
Jacob?
¿Cómo experimentar al Dios de la Vida y que es Vida?
La clave no es horizontal,
sino vertical. La clave no está en una linea que va hacia el futuro, sino en
una linea que va en profundidad.
Lo horizontal – que supone el tiempo, pasado y futuro – es
el campo de la mente racional.
Lo vertical – que vive del presente y por eso sin tiempo
– es el campo del Espíritu.
La plenitud de la Vida que
nuestro corazón anhela no se encuentra al final, sino en lo profundo. Aquí y
ahora. La esperanza no es espera de algo futuro, sino certeza de la plenitud
del presente, aunque no logramos verla.
El Dios que es Vida es el
Dios del Presente, el Dios que es Presencia, el Dios que es Amor consumado, aquí
y ahora.
Esta es la experiencia
esencial a la cual nos invitan todos los místicos. Esta es la clave de la Vida.
Un hermoso texto del libro
de la Sabiduría ya lo afirmaba:
“Tú te compadeces de todos, porque todo lo puedes,
y apartas los ojos de los pecados de los hombres
para que ellos se conviertan.
Tú amas todo lo que existe y no aborreces nada de lo que has
hecho,
porque si hubieras odiado algo, no lo habrías creado.
¿Cómo podría subsistir una cosa si tú no quisieras?
¿Cómo se conservaría si no la hubieras llamado?
Pero tú eres indulgente con todos,
ya que todo es tuyo, Señor que amas la vida” (Sab 11, 23-26).
“No
es un Dios de muertos, sino de vivos; porque para él todos están vivos”:
esta es la experiencia y la visión de Jesús. En esto hay que centrarnos y de
eso hay que vivir.
Estamos participando de la Única Vida de
manera distinta. Participamos de esta Vida por
un momento, experimentándola en el tiempo y como tiempo. En realidad es ya
Vida eterna. Vida eterna que, desde nuestra estructura psicofísica, se
manifiesta a través de las coordenadas espacio – tiempo.
Más allá de la mente vive el Espíritu
eterno que no conoce el tiempo, el nacer y el morir. El Espíritu eterno que nos
conforma, sostiene, engendra y mantiene en el Ser. Este Espíritu y este Ser que
son nuestra identidad más profunda.
Afirma maravillosamente el teólogo y
místico bizantino Nicolás Cabasilas (1322-1392): “El olor perfumado del Espíritu,
abundante se extiende y lo llena todo; pero quien no tiene olfato nada podrá
percibir.”
A todo eso Jesús apuntaba.
A eso apuntaba la respuesta del Maestro
a los saduceos: no se preocupen por cuestiones secundarias e irrelevantes. No
pierdan el tiempo en querer conocer racionalmente cosas que escapan a la razón.
No se distraigan con sus mentes inquietas.
Apunten a lo eterno. Apunten a la Vida.
La Vida plena y eterna que siempre es aquí y ahora. En lo profundo, en el
Silencio.
Todo lo que podemos imaginar o suponer a
través de nuestras mentes finitas y limitadas es muy poco en comparación con la
realidad.
¿Deseas
reencontrarte con tus seres queridos “fallecidos”?
¿Te
conformas con tan poco?
La plenitud y la belleza del Amor
desbordan por completo hasta la más altas expectativas y anhelos de nuestro
corazón. Ya lo había intuido San Pablo: “lo que nadie vio ni oyó y ni siquiera pudo
pensar, aquello que Dios preparó para los que lo aman” (1 Cor 2,
9).
Simplemente calla tu mente y
abrete. Simplemente escucha.
Eres Vida, eres Amor, eres
Luz. Eres Vida divina experimentandose en tu persona.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario