Estoy descubriendo que una de las cosas
más importantes que podemos aprender de esta pandemia y el confinamiento es el
rol de lo femenino en nuestras vidas y nuestra sociedad.
El mundo occidental tiene larga historia
machista, así como las religiones.
Hemos perdido el lado femenino de la
vida, de la historia, de la conciencia y el rol de segundo plano de las mujeres
es un doloroso reflejo de este olvido.
Hablar de masculino y femenino va mucho
más allá de la dialéctica – a menudo
superficial y violenta – “varones vs mujeres”: son dos dimensiones de la
realidad que están presentes en todo, en mayor o menor proporción.
Para quedarnos con lo clásico y muy
actual tema: en cada varón hay una dimensión femenina y en cada mujer hay una
dimensión masculina. El mundo científico está también de acuerdo y no descubrí
el agua caliente.
El problema se da cuando estas
dimensiones no son reconocidas o, peor, rechazadas.
La cuarentena – entre otras cosas – nos
está haciendo recuperar y reconocer el aspecto femenino.
Lo masculino y lo femenino son una de
las polaridades de la vida – como noche y día, frío y calor, amor y odio, bello
y feo – y su tensión dinámica es esencial para el “correcto funcionamiento” de
la existencia. Correcto funcionamiento que se manifiesta como armonía, paz y
alegría.
Subrayo unos aspectos de este tiempo tan
particular que está equilibrando esta tensión, haciéndonos recuperar lo
femenino.
Obviamente estos aspectos son propuestas
y posibilidades que la vida nos ofrece para comprender y crecer. Habrá que
saber aferrar lucidamente esta ocasión para crecer… no crecemos en piloto
automático.
Tampoco debemos absolutizar estas
dimensiones sino tomarlas con sabiduría y sabiendo matizar. Nada en la vida
viene puro, sino siempre matizado.
Una última aclaración: no estoy hablando
de “mejor” y “peor”. Debemos salir definitivamente de estos inútiles
enfrentamientos. Estoy hablando e invitando a una fecunda integración. Solo la
integración nos llevará a la plenitud de la vida.
1) Del
“hacer” al “ser”, del dar al recibir.
La actividad, el “hacer” tan
característico de lo masculino, pasó en segundo plano.
Tuvimos que centrarnos en el ser y una
de la características centrales del ser: la receptividad.
Lo femenino es más receptivo, abierto,
disponible.
Esta cuarentena nos confinó en cuatro
paredes y nos obligó a estar más atentos, más receptivos hacia nosotros mismos
y hacia los demás. Afinó nuestra capacidad de recibir. En una sociedad y un
cristianismo tal volcados hacia fuera y en el dar, esta crisis nos está haciendo recuperar lo esencial del recibir. El recibir es tan esencial como
el dar y solo una armonía dinámica entre los dos nos permite gozar de una vida
plena.
¿Podemos
ser más conscientes del recibir?
2) Del
hablar al escuchar
La cuarentena nos obligó a hablar menos
y a tener más espacios de silencio: ojalá los hemos aprovechados.
Vivimos más la escucha: hacia dentro y
hacia fuera.
Si bien es bastante comprobado que en
general las mujeres son más locuaces que los varones, también es cierto que, cuando
es necesario, tienden a escuchar más y con más empatía.
Lo femenino, siendo también más
receptivo, sabe escuchar más y mejor.
El confinamiento es una hermosa
oportunidad para aprender a escucharnos y escuchar.
Esta escucha no se refiere solo a las
personas, sino que se amplia hacia la tierra y la creación entera.
¿No
nos estará diciendo algo el planeta y el universo a través de esta crisis?
Sospecho que sí…. Escuchemos.
3) De
lo exterior y superficial a lo interior y profundo
El confinamiento nos invitó a la
interioridad y la profundidad.
Mientras lo masculino, siendo más
activo, vive más hacia fuera, lo femenino vive más hacia dentro.
Lo masculino es más sencillo, directo,
superficial.
Lo femenino más complejo, indirecto,
profundo.
Esta crisis nos está mostrando que estos
aspectos no tienen porque estar enfrentados, sino que justamente, se
complementan.
La profundidad e interioridad de lo
femenino dan espesor y fundamento a la sencillez y a la acción de lo masculino.
La sencillez y lo directo de lo
masculino permite la autenticidad y la facilidad en la expresión de la
interioridad.
Conclusión
Estamos delante de una oportunidad.
Nuestra sociedad occidental – en la
cultura, la política, la religión – creció a la sombra de lo masculino que,
en muchos y tristes casos, se convirtió en machismo.
Esta crisis mundial nos ofrece la
posibilidad de integrar más plenamente lo femenino y volver a la armonía.
Sin duda las mujeres tienen un rol
prioritario en ese camino, debido a que lo femenino, en ellas, se manifiesta y
expresa más rotundamente.
Podemos entonces ponernos más a la
escucha de las mujeres y ofrecerles los espacios que a veces se le negaron.
La sociedad espera mucho de las mujeres
y las necesita.
Queremos que nos ofrezcan lo mejor que
tienen: este matiz femenino que huele a la belleza de la entrega y este respiro
del amor que tanto se asemeja a Dios.
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