Seguimos con el capitulo trece de Mateo,
el tercer discurso de Jesús y el capitulo de las parábolas.
Hoy se nos presenta la conocida parábola
del trigo y la cizaña.
Es una texto muy actual y que puede
regalarnos una luz fundamental para el momento que estamos atravesando, a nivel
individual y como humanidad.
“Trigo” y “cizaña” expresan la polaridad de la Vida. La Vida se
manifiesta siempre a través de polos opuestos: frío/calor, bueno/malo,
día/noche, nacimiento/muerte, blanco/negro, salud/enfermedad, paz/guerra.
En la manifestación no existe un polo sin el otro, y esto también a nivel
del lenguaje.
Es esencial acceder a la compresión que estos
opuestos pertenecen a la dimensión visible de la realidad. La creación exige
los opuestos para poder vivir, expresarse, manifestarse, crecer.
Nosotros también necesitamos la
distinción de las formas en las cuales la Vida se expresa, para poder conocer y
experimentar la misma Vida.
El problema radica en la absolutización de los opuestos: cuando
los absolutizamos entramos en el mundo de la dualidad y en la cárcel mental.
La mente no comprende la paradoja y se
inclina fanáticamente por un lado solo, rechaza, discrimina, elige.
Por eso que el budismo insiste en la ecuanimidad: una mente serena y pacifica
no discrimina ni juzga, sino que acepta, suelta y fluye con la Vida.
Si leemos nuestra parábola simplemente
desde la mente no podremos hacer otra cosa que caer en la dualidad y nos
pondremos fanáticos como los peones: ¡hay
que arrancar la cizaña!
Es esta lectura mental y dual del texto que
dio origen a cierta manera de entender la fe y de vivir el cristianismo: la que
separa el mundo en buenos y malos, en justos e injustos, opresores y opresos…
y, casi automáticamente, nos ponemos en el lado de “los buenos”; “los malos”
son siempre los demás.
Desde esta lectura surgió, obviamente,
una manera de actuar poco evangélica: centrada en el activismo y luchando
siempre “en contra de”.
Esta visión superficial y parcial nos
hizo olvidar otros textos: “Amen a sus enemigos,
rueguen por sus perseguidores; así serán hijos del Padre que está en el cielo,
porque él hace salir su sol sobre malos y buenos y hace caer la lluvia sobre
justos e injustos” (Mt 5, 44-45).
Existe una dimensión más profunda y
real:
¿Qué
hay más allá de los opuestos y su aparente contradicción?
¿Existe
algo que asuma y trascienda los opuestos?
Por supuesto que sí. Toda la experiencia
mística de la humanidad es testigo de esta maravillosa cuanto esencial
posibilidad.
Más allá de los opuestos que la mente
etiqueta como contradictorios, existe una profunda Unidad que todo abraza y
abarca.
Es el Abrazo del Amor Uno. Por eso que
solo el Amor es real.
Más allá de las aparentes
contradicciones en las cuales la Vida Una se manifiesta, solo existe el Amor.
El camino espiritual, el camino que nos
conduce a la paz radical se centra justamente en eso: aprender a ver el Amor más
allá de las formas en las cuales se expresa.
Los opuestos y las diferencias
pertenecen a la dimensión exterior, visible y superficial de lo real. Dimensión
que necesitamos, obviamente, para vivir y experimentar la belleza infinita de
la Vida.
Hay otra y más profunda dimensión, es la
otra cara de la moneda.
Es la dimensión interior, invisible,
estable, eterna. Es la dimensión de la Unidad, de la pura Luz, del Amor.
Esta dimensión corresponde a nuestra
esencia, es nuestra verdadera identidad, es
lo que somos, más allá de lo que aparece.
A esta dimensión accedemos callando la
mente y dejándonos aferrar por el silencio. Solo el silencio tiene la llave de
esta mística puerta.
Por eso es tan esencial la práctica
diaria del silencio.
Una vez pasada esta puerta no hay vuelta
atrás: por cuanto volveremos a equivocarnos y caer en los engaños de la mente, sabremos
que existe esta puerta y la otra dimensión.
Cuando conectamos con esta dimensión
aprendemos a vivir los opuestos y las diferencias desde la compasión, la paz,
la tolerancia, la paciencia.
Por eso Jesús hizo de la compasión el
eje de su vida y su mensaje: “Dejen que
crezcan juntos hasta la cosecha” (24, 30).
“Amen
a sus enemigos, hagan el bien y presten sin esperar nada en cambio. Entonces la
recompensa de ustedes será grande y serán hijos del Altísimo, porque él es
bueno con los desagradecidos y los malos” (Lc 6, 35).
Jesús se vive y vive desde esta dimensión profunda de la Vida. Jesús vio
que solo el Amor es real.
Por eso puede amar radicalmente hasta el
final. Por eso puede perdonar y puede decir: “no hagan frente al que les hace mal: al contrario, si alguien te da una
bofetada en la mejilla derecha, preséntale también la otra” (Mt 5, 39).
Porque en el fondo “no hay otro”: todo y
todos somos expresión del mismo y único Amor.
Necesitamos ojos para verlo. Necesitamos
silencio para experimentarlo.
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