La parábola que la liturgia de la
iglesia nos ofrece este domingo es clara y sencilla. No por eso menos profunda.
Siempre podemos encontrar vetas de profundidad y de crecimiento.
Un padre manda a trabajar a los dos
hijos a su viña: el primero responde que no va y después en cambio va y el
segundo que va y después no va.
¿Quién
hizo la voluntad del Padre?
El mensaje es claro y hasta responden
correctamente los sumos sacerdotes: el primero, sin duda.
Lo importante es hacer, no hablar.
Otro versículo anterior de Mateo lo
recuerda:
“No
son los que me dicen: Señor, Señor, los que entrarán en el Reino de los Cielos,
sino los que cumplen la voluntad de mi Padre que está en el cielo” (Mt 7,
21)
José Antonio Pagola lo afirma así: “El mensaje de la parábola es claro. También
los dirigentes religiosos que escuchan a Jesús están de acuerdo. Ante Dios, lo
importante no es «hablar», sino «hacer». Para cumplir la voluntad de Padre del
cielo, lo decisivo no son las palabras, promesas y rezos, sino los hechos y la
vida cotidiana”.
Tal vez podríamos plantearnos una
pregunta:
¿Por
qué con frecuencia caemos también nosotros en esta hipocresía?
Decimos que Dios es amor y nos cuesta
sentirnos amados y amar a nuestro prójimo.
Decimos que la sociedad es superficial y
perdió muchos valores y seguimos alimentando esta misma superficialidad.
Decimos que es importante regalarse
tiempos de silencio y soledad y seguimos enroscados en el activismo.
¿Qué
ocurre?
Obviamente las posibles motivaciones son
muchas y complejas.
Subrayo dos: la falta de
auto-conocimiento y la falta de experiencia directa.
No nos conocemos en profundidad y por
eso seguimos esclavos – inconscientemente
– de los mecanismos psíquicos de defensa, deseo, rechazo, miedo.
Nos falta experiencia directa y personal
del Misterio que llamamos Dios. Vivimos de renta y vivimos en la mente.
No hay transformación posible sin el “toque inmediato” del Amor. Solo cuando
el Misterio “toca” mi ser, puedo crecer radicalmente.
Volviendo a nuestro texto el eje del
mensaje evangélico se encuentra en la escandalosa frase – exclusiva de Mateo –
que Jesús le dice a los sumos sacerdotes: “Les
aseguro que los publicanos y las prostitutas llegan antes que ustedes al Reino
de Dios” (21, 31).
Fue por situaciones y declaraciones como
esta que Jesús fue perseguido y condenado a muerte.
Los “publicanos” eran los recaudadores
de impuestos al servicio de los romanos y eran odiados por el pueblo y
marginados.
Así también las prostitutas: “pecadoras
publicas” destinadas a la lapidación.
Jesús se atreve a afirmar que publicanos
y prostitutas están por delante en el Reino de Dios, que los dirigentes
religiosos oficiales, de los que “hablan” con autoridad en nombre de Dios.
Para poder comprender el alcance de la
cuestión propongo una versión actual del escandaloso versículo 31: “los corruptos, los ladrones y los desechados
de la sociedad están por delante, en el Reino de Dios, que los obispos y los
curas…”
Sería bueno que la jerarquía y todos los
que tienen responsabilidad en la iglesia no se olviden de este bendito
versículo 31.
¿Qué
quiso decir Jesús?
Subrayo dos aspectos.
Por un lado, desinstalar a los
“religiosos oficiales” de su supuesta seguridad. Nadie tiene a Dios “comprado”.
De Dios no sabemos nada o casi nada… somos humildes y simples buscadores ciegos
del Eterno y de la luz. Nadie es más que nadie y – a menudo – quien cree saber,
no sabe.
Por el otro, Jesús nos quiere decir que
la cercanía real a Dios no pasa tanto por seguir reglas y rituales exteriores
ni tampoco por una vida moral intachable. La cercanía al Misterio pasa por la
apertura del corazón y la disponibilidad al encuentro y a la conversión.
Sin duda no todos los publicanos ni
todas las prostitutas del tiempo de Jesús tenían esta apertura y
disponibilidad, pero Jesús supo ver en muchos de ellos y ellas el dolor de una
vida poco digna, el dolor de la marginación, el dolor de la tristeza. Este
dolor que muchas veces, abre el corazón a la transformación.
Como afirma la psiquiatra
suiza-estadounidense Elizabeth Kubler-Ross, experta sobre la muerte y en
acompañar a los moribundos: “Las personas
más bellas con las que me he encontrado son aquellas que han conocido la
derrota, conocido el sufrimiento, conocido la lucha, conocido la perdida, y han
encontrado su forma de salir de las profundidades. Estas personas tienen una
apreciación, una sensibilidad y una comprensión de la vida que los llena de
compasión, humildad y una profunda inquietud amorosa. La gente bella no surge
de la nada.”
El sufrimiento abre al crecimiento, a la
gratuidad, al perdón. Abre al escandaloso y sorprendente amor de Dios.
Esto ve Jesús y esto alaba en los
publicanos y las prostitutas.
Dejémonos sorprender por el Amor y
vivamos de acuerdo a este mismo Amor que nos constituye y nos sostiene desde
dentro.
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