La pregunta que los fariseos le plantean
a Jesús – ¿cuál es el mandamiento más
grande de la Ley? – es un reflejo fiel de un debate muy presente entre los
rabinos del primer siglo de la era cristiana.
Los observantes judíos tenían una lista
de seiscientos trece mandamientos y leyes para su vida y buscaban criterios
comunes para priorizar.
Eran famosas, por ejemplo, las escuelas rabínicas
de Hillel y Shammai: la primera más abierta y la segunda más rígida.
Jesús era considerado un rabino y por
eso la pregunta… quieren saber su postura y su opinión.
La respuesta de Jesús es clara y
contundente: amar a Dios y amar al prójimo.
El evangelio nos transmite frecuente y
claramente el mandamiento de Jesús: el amor.
Nunca hay que perder de vista el centro
del mensaje evangélico, de la vida de Jesús y del cristianismo.
El olvido del mandamiento de Jesús nos
llevará por senderos de tristeza, conflicto y amargura.
Afirma José Antonio Pagola: “Cuando olvidan lo esencial, fácilmente se
adentran las religiones por caminos de mediocridad piadosa o de casuística
moral, que no solo incapacitan para una relación sana con Dios, sino que pueden
dañar gravemente a las personas. Ninguna religión escapa a este riesgo.”
No olvidemos lo esencial.
Dicho esto intentamos dar un paso más.
Tal vez un paso decisivo.
¿Qué
es el amor?
¿Qué
significa amar?
Son preguntas esenciales que todas las
religiones, la filosofía y la psicología se plantearon y se plantean a lo largo
de la historia y las culturas.
Sin duda no existe una respuesta rígida
y definitiva. Tenemos pistas, intuiciones, caminos abiertos.
La primera tentación que nos ofrece el
ego es justamente la de “dogmatizar el
amor”: encasillar el amor en reglas y doctrinas es justamente lo opuesto al
mismo amor.
Como del resto, la misma “obligación al amor” hace que el mismo
amor se esfume: amor y libertad van de la mano.
“Comprar” el amor se hace imposible. Lo
sabe la Biblia y lo sabe la psicología.
Afirma bella y poéticamente el Cantar de
los Cantares:
“Las
aguas torrenciales no pueden apagar el amor, ni los ríos anegarlo. Si
alguien ofreciera toda su fortuna a cambio del amor, tan sólo
conseguiría desprecio” (8, 7).
En el amor se concentra, quizás, la
paradoja y el misterio más grande del Universo. Podemos expresar esta esencial
paradoja de esa manera: la ley del amor es la ley esencial del Universo y su
funcionamiento pero, para que esta ley funcione adecuadamente, el mismo amor
está siempre más allá de su misma ley y siempre trascendiéndola.
Para que el amor sea fiel a su propia
ley, tiene que vivir como si no hubiera ley.
Cuando estoy amando sinceramente a una
persona estoy siendo fiel a la ley del amor, pero al mismo tiempo estoy
trascendiendo la misma ley porque estoy amando sin una ley que me exija amar.
San Bernardo lo expresa
maravillosamente: “El amor basta por sí
solo, satisface por sí solo y por causa de sí. Su mérito y su premio se
identifican con él mismo. El amor no requiere otro motivo fuera de él mismo, ni
tampoco ningún provecho; su fruto consiste en su misma práctica. Amo porque
amo, amo por amar.”
Damos un ulterior paso.
Sobre la esencia del amor hay mucha
confusión y malentendidos.
Confundimos el amor con nuestros
sentimientos y emociones amorosas. Confundimos el amor con la posesión o con la
sensación epidérmica de sentirnos amados.
Todas las tradiciones espirituales y
místicas de la humanidad tienen una comprensión mucho más profunda y rica del
amor.
Por eso que el camino místico es
fundamental en la comprensión del amor y en su vivencia y es un camino para
todos. La mística es la cumbre de la experiencia humana y a estas cumbres
estamos todos llamados e invitados.
¿Qué
sugiere la mística universal sobre la experiencia del amor?
Me parece notar una concordancia
esencial en tres aspectos: realidad, unidad, luz.
En primer lugar el amor tiene que ver
con la realidad.
El amor lo experimento y lo vivo en la
realidad y desde la realidad. El amor “afuera” de la realidad es ilusorio. Lo
real de la realidad es el amor. Por eso que, en sentido estricto, “solo el amor
es real”. Conectar con la realidad es conectar con el amor.
En segundo lugar la experiencia del
amor coincide con la experiencia de la unidad y de lo Uno. El Amor es unidad.
Percibir lo Uno detrás de lo múltiple es percibir el Amor.
Por ultimo la experiencia del amor
siempre es una experiencia de la luz y de luminosidad. La conciencia se vuelve
más transparente y crecemos en lucidez y comprensión.
Para terminar, otra fundamental
advertencia: el amor siempre empieza por uno mismo. No puedo dar lo que no
tengo. No es posible una verdadera entrega amorosa al “otro” sin la experiencia
fundante de descubrir el amor en uno mismo y sin seguir el camino de aprendizaje
de amarse a uno mismo.
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