En este segundo domingo de Adviento se
nos ofrece para nuestra reflexión y oración el comienzo del evangelio de
Marcos.
Aparecen dos de las tres figuras claves
de este tiempo: Isaías y Juan el Bautista. La tercera y central figura será
María, obviamente.
Marcos identifica en Juan la figura
profética anunciada por Isaías: es Juan el precursor, el que prepara el camino
al Señor que viene.
En el texto de hoy resulta central el
tema de la preparación.
Hay que prepararse al encuentro con el
Señor, hay que estar preparados para su venida.
¿Qué
significa?
¿Cómo
prepararnos?
Isaías y Juan son figuras bíblicas de la
escucha, de la interioridad, de la austeridad.
Son profetas que comparten su
experiencia de encuentro con el Misterio de Dios. Estamos todos llamados a ser
profetas, a abrir caminos para que toda persona pueda descubrir el Misterio
maravilloso de Amor y Paz que llamamos “Dios”.
Todo acontecimiento importante requiere
cierta preparación. Requiere disponibilidad y apertura.
Nos estamos preparando para la Navidad y
siempre el peligro escondido es el peligro de la rutina, de la repetición
formal, del estancamiento.
Podemos llegar a la Navidad como siempre
y vivirla como siempre. O podemos intentar vivirla de manera distinta,
novedosa, creativa.
El año litúrgico y las repeticiones de
ciclos y fiestas encierra el peligro latente de la exterioridad, de las formas,
del rito.
Creemos que, por cumplir con un rito
establecido, se nos regale una experiencia de Dios, un encuentro real y
transformador con el Señor. Sabemos que en muchos casos no es así. Una vivencia
de la liturgia que no trasforme la existencia y no nos vuelva más serenos,
amantes y pacíficos, es una liturgia muerta y falsa.
El Misterio divino viene siempre a
nuestro encuentro. Siempre está viniendo. Este tiempo de Adviento y la Navidad
ya próxima nos recuerdan esta gran verdad: vivimos en el Misterio (He 17, 28),
el Misterio de Amor que nos engendra y sostiene en cada momento.
Para crecer en esta conciencia
necesitamos estar preparados y prepararnos cada día.
En el fondo la preparación es ya encuentro. Por eso podemos disfrutar
de la preparación como una oportunidad de crecimiento, de plenitud, de vida.
A menudo nuestras preparaciones para
eventos particulares, encierran más alegría y plenitud, que el evento mismo.
Con frecuencia disfrutamos más la previa
del asado, que el asado mismo.
Con todo hay que prepararse.
Isaías y Juan nos comparten su
experiencia y nos regalan pistas.
Volver a una escucha atenta, activa, abierta. Solo podemos escucharnos y
escuchar desde un profundo silencio. Silencio que es más mental que de
palabras. Apartar nuestras opiniones e ideas para escucharnos más en
profundidad.
Regalarnos tiempos de interioridad es fundamental. Todo nace
desde adentro. La vida brota desde las profundidades. En nuestras sociedades
exteriores, volver a lo interior es un gesto profético. Dediquemos horas de
calidad a nuestra interioridad.
Por último la austeridad. La austeridad no es privarnos de lo necesario para la
vida y para nuestro desarrollo personal. La austeridad es saber elegir lo esencial
y lo útil y dejar lo superfluo. Obviamente no estamos hablando solo de bienes
materiales. También hablamos del tiempo, de palabras, de encuentros.
Prepararnos podría significar despejar
el camino de tantas cosas inútiles e innecesarias.
Como afirma Rumi: “tu tarea no es buscar el Amor, sino buscar y encontrar dentro de ti,
todas las barreras que has construido en contra de él.”
Austeridad es
justamente buscar y encontrar dentro de nosotros las barreras que hemos
construido en contra del Amor. Una vez reconocidas, estas barreras se caen
solas.
Concretamente también podríamos
desprendernos de objetos, ropa y cosas que no estamos necesitando… y
compartirla con quien necesita o con instituciones benéficas.
Terminamos hoy con una linda oración:
“Si
puedo hacer, hoy, alguna cosa,
si
puedo realizar algún servicio,
si
puedo decir algo bien dicho,
dime
cómo hacerlo, Señor.
Si
puedo arreglar un fallo humano,
si
puedo dar fuerzas a mi prójimo,
si
puedo alegrarlo con mi canto,
dime
cómo hacerlo, Señor.
Si
puedo ayudar a un desgraciado,
si
puedo aliviar alguna carga,
si
puedo irradiar más alegría,
dime
cómo hacerlo, Señor”
(Grenville Kleiser)
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