Según Marcos, después de su bautismo,
Jesús empieza a desarrollar su misión y su ministerio.
Antes lo espera una dura experiencia: el
desierto y las tentaciones.
El Espíritu “lleva” a Jesús al desierto, nos dice Marcos.
En realidad el término griego original
es más fuerte: el Espíritu “arroja” a
Jesús al desierto. Es el mismo verbo que en muchos casos los evangelistas usan
para explicar los exorcismos de Jesús: el maestro “arroja” a los demonios.
Entre líneas podemos suponer que tal vez
Jesús no tenía muchas ganas de ir al desierto y por eso el Espíritu lo “arroja”
con fuerza… siempre intentamos evitar el enfrentamiento con nosotros mismos.
Es el Espíritu – esta fuerza interior que nos constituye y sostiene – que
lleva a Jesús a vivir una dura experiencia.
Esta es una gran enseñanza para nosotros
hoy. En todas nuestras experiencias actúa el Espíritu. Es el Espíritu que nos
empuja al desierto y, en muchos casos, nos introduce en experiencias dolorosas.
¿Para
qué, nos preguntamos?
Para que aprendamos, para crecer.
Bert Hellinger lo expresa lucidamente: “La vida no te da lo
que quieres, sino lo que necesitas para evolucionar. La vida te lastima, te
hiere, te atormenta, hasta que dejas tus caprichos y berrinches y agradeces
respirar. La vida te oculta los tesoros, hasta que emprendes el viaje, hasta
que sales a buscarlos. La vida te niega a Dios, hasta que lo ves en todos y en
todo. La vida te acorta, te poda, te quita, te desilusiona, te agrieta, te
rompe ... hasta que solo en ti queda AMOR.”
La “vida” de Hellinger es el Espíritu…
El camino de purificación es una etapa clave que no podemos saltearnos. Jesús
tuvo que pasar por ella y con él todos los maestros, iluminados y santos de la
historia.
¿Por
qué yo no tendría que pasar por ella?
¿Quién
soy yo para pretender que se me ahorre el desierto?
Dejemos las quejas y emprendamos el
viaje al desierto.
Cuando logramos captar la presencia del
Espíritu en todas nuestras experiencias humanas, lograremos un salto de calidad
en nuestra vida espiritual.
Todo lo que nos ocurre – también lo que etiquetamos como “mal” – encierra
la presencia del Espíritu que quiere llevarnos a la plenitud de la vida y del
amor, a la comunión plena con Dios.
Jesús en el desierto se encuentra con Satanás… ¡El Espíritu conduce a Jesús al
encuentro con Satanás!
El texto es simbólico y metafórico y
solo desde ahí tendremos una comprensión cabal y fecunda del texto.
La referencia al libro del Génesis y a
la serpiente que seduce Eva es bastante clara.
Nos preguntamos: ¿Quién puso la serpiente en el Edén?
El libro de Job es una obra maestra que
trata fundamentalmente el tema del mal y en este libro queda muy claro que el
tentador – el Satán – está al servicio de Dios.
Todas estas sugerencias nos llevan a la
conclusión que el “mal” – lo que
etiquetamos como “mal” – tiene una función, juega un papel.
Los místicos definen al mal como el lado
oscuro de Dios. Maestro Eckhart llega a decir que Dios se manifiesta tanto en
el bien como en el mal.
Estamos en el umbral de uno de los
misterios más profundos y oscuros.
Sin duda hay que salir de la
interpretación mítica y medieval del mal entendido como un ser autónomo que
está frente a Dios. Es un absurdo tanto filosófico, como teológico y
espiritual.
Si lográramos “ver” la función del mal en
nuestra vida, podremos aprovecharlo para crecer y se transformará en luz.
Volvamos a nuestro texto, iluminados por
estas aclaraciones previas y necesarias.
Jesús en el desierto se enfrenta a su
lado oscuro, se enfrenta a sus miedos. Hombre verdadero, el maestro de Nazaret
comparte todos nuestros limites y nuestros miedos.
El Espíritu sabe que es necesario
enfrentarse a nuestra parte oscura, nuestro ego y nuestros miedos. El
crecimiento pasa por ahí: es parte del Misterio y la mente humana no llega a
desentrañar completamente el sentido y la presencia del mal.
La lucha de Jesús en el desierto es
consigo mismo y con las tentaciones que seducen a cada ser humano: el
materialismo, el poder, el éxito y la fama (Mt 4, 1-11).
En otras palabras: el ego y la ilusión
de que nuestro sentido de identidad dependa de lo exterior.
Jesús sale victorioso del desierto, como
Siddharta Gautama salió victorioso del árbol de la iluminación y se transformó
en el Buda.
¡No tengamos miedo! Sigamos las huellas
de los maestros.
Dejemos que el Espíritu nos conduzca al
desierto. Saldremos renovados y capaces de un amor grande, puro y libre.
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