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viernes, 23 de abril de 2021

Juan 10, 11-18

 

 

Este cuarto domingo de Pascua es llamado del “Buen Pastor” y justamente el evangelio nos ofrece una pagina muy conocida donde el evangelista nos presenta a Jesús como “Buen Pastor”.

Esta metáfora e imagen de Jesús tuvieron un gran éxito desde el cristianismo naciente. En las catacumbas romanas encontramos dibujada en las paredes una de las más famosas imágenes del Buen Pastor.

 

¿Qué nos dice hoy esta metáfora?

Hoy en día – en una cultura globalizada y tecnológica – es mucho más difícil comprender esta imagen. La figura del pastor, en la mayoría de los casos, queda lejos del imaginario común de la gente. Estamos muy distantes de la cultura agrícola del tiempo de Jesús. Quedan pocos pastores y están alejados de la vida social.

Por otro lado esta metáfora – a los oídos occidentales – suena a imposición y sumisión y ya no responde al nivel de conciencia actual. Si hay pastor, hay ovejas y las ovejas tienen que obedecer al pastor y depender de él.

A esta lectura parcial, superficial y a menudo interesada, ha contribuido sin duda una manera de entender la jerarquía en el seno de la iglesia.

La metáfora del “pastor” se aplicó en la iglesia a todos los que tienen una especial autoridad: Papa, obispos y sacerdotes, casi exclusivamente. Y muchas veces esta autoridad se vivió más como autoritarismo y bastante distanciada del estilo de Jesús. Obviamente en línea general.

El Papa Francisco está intentando revertir la situación y volver al estilo de Jesús. No es fácil y se necesita tiempo, ya que no es solo y simplemente cuestión de actitudes, sino de comprender más en profundidad todo el mensaje evangélico.

 

Entender y vivir la autoridad como servicio y entrega de la vida requiere un camino interior muy profundo y la capacidad de cuestionarse continuamente la propia autoridad.

 

Unas pistas nos pueden ayudar a crecer en comprensión.

En primer lugar la autoridad – “el pastor” – tendría que ser reconocida, más que impuesta. Un maestro es reconocido y aceptado por sus discípulos. Nadie puede arrogarse el rol de pastor y maestro. Ya Jesús lo había advertido: “En cuanto a ustedes, no se hagan llamar maestro, porque no tienen más que un Maestro y todos ustedes son hermanos. A nadie en el mundo llamen padre, porque no tienen sino uno, el Padre celestial” (Mt 23, 8-9). Quién sabe porque hay paginas en el evangelio que quedan como al margen… Hay un largo camino de discernimiento para hacer adentro de una iglesia donde las autoridades son esencialmente impuestas, más allá de ciertas y, a veces, dudosas consultas.

En segundo lugar el verdadero maestro y pastor es aquel que despierta el maestro interior en el otro y suelta al discípulo. El maestro orienta, conecta a la persona con su propia luz y la deja libre para seguir su camino. Los ejemplos en el evangelio son muchos. Uno por todos: “El hombre del que salieron los demonios le rogaba que lo llevara con él, pero Jesús lo despidió, diciéndole: Vuelve a tu casa y cuenta todo lo que Dios ha hecho por ti” (Lc 8, 38-39).

Jesús impide que este hombre, por él sanado, le siga. La persona sana, conectada con su luz interior, ya no necesita de maestros externos y tiene que andar su camino.

Por último un pastor al estilo de Jesús es alguien que cuida, sirve, entrega la vida. No es alguien que me dice lo que tengo que hacer.

Me gusta asociar esta imagen y la función del pastor, a la maternidad y paternidad. Una madre y un padre auténticos y maduros son aquellos que, en el momento correcto, “despiden” a los hijos, los sueltan y los entregan a la vida, con su belleza y dureza. Estarán siempre ahí, para recibir, consolar y aconsejar, pero desde esta posición de libertad y entrega.

 

Para terminar nuestra reflexión es necesaria una referencia al famoso y bellísimo salmo 22: “El Señor es mi pastor, nada me puede faltar”.

Es un salmo compuesto por David que justamente se crió como pastor y en la soledad de los campos aprendió a confiar en Dios.

La confianza – “bitajón” en hebreo – es el eje de este salmo.

El estudio del original hebreo de este salmo lleva a una hermosa conclusión: No recibes la bondad divina según tu nivel de integridad, sino según tu nivel de confianza.

La confianza en el Dios de la vida hace milagros y transforma nuestra existencia. Siempre hay que confiar, siempre podemos confiar. Todo lo que nos ocurre es para bien, aunque a veces no lo podamos descubrir.

Jesús sin duda conocía y rezaba con este salmo. Jesús nos invita a vivir su misma confianza, una confianza radical y amorosa.

 

 

 

 

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