Nuestro texto de hoy arranca con el asombro de la gente: “¿De dónde saca todo esto? ¿Qué sabiduría es esa que le ha sido dada y esos grandes milagros que se realizan por sus manos?” (6, 2).
Es la pregunta que Marcos pone en el corazón de la multitud que escucha a Jesús. La gente queda asombrada de sus palabras, sus gestos, sus enseñanzas.
Jesús enseña con autoridad, y de sus palabras se desprende sabiduría.
Desde siempre el ser humano busca la sabiduría, a veces conscientemente y otras de manera inconsciente.
Esta búsqueda de sabiduría toma forma especialmente en la filosofía. La etimología de filosofía es - ¡mira casualidad! – “amor por la sabiduría”.
Como muchas veces ocurre, el ser humano se desvía con facilidad, nos atrapa el ego y somos capaces de estropear hasta las intuiciones más lindas; así que, a lo largo de la historia, la filosofía se convirtió con frecuencia en un puro y estéril ejercicio especulativo, un “girar de la mente sobre sí misma”. Por eso mismo, hace décadas que la filosofía está en crisis y no seduce a la juventud. Hay también signos de esperanza, como siempre, e intentos de recuperar el verdadero sentido y misión de la filosofía. Uno de los mejores intentos es, a mi parecer, el libro de la filósofa española Mónica Cavallé, “La sabiduría recobrada. La filosofía como terapia”, de la editorial Kairós. En este libro la autora muestra como la verdadera vocación de la filosofía es enseñar el “arte de vivir”.
¿Cómo vivir?
¿Cómo se vive con sentido y plenitud?
La filosofía intenta responder a estas preguntas.
Desde esta perspectiva podemos afirmar que Jesús era también filosofo, porque Jesús es un maestro de vida. Jesús nos enseña cómo vivir una vida plena, con sentido, dando fruto.
El arte de vivir: ¡fascinante expresión! Todo un programa de vida.
Vivir es un arte. Somos los artistas de la vida y artistas que improvisan.
El problema es que - como afirma algún sabio con una picara sonrisa - cuando aprendemos a vivir, nos toca morir.
No tenemos una existencia para ensayar y otra para vivir en serio.
Por eso sería sabio no desperdiciar el tiempo.
Jesús ama la sabiduría. Como buen judío sabe bien que toda la Toráh es camino de sabiduría. Acá también la etimología nos ayuda: Toráh justamente significa enseñanza. Toda la escritura viene a enseñarnos como vivir. Es un manual de vida y sabiduría.
Volvamos a la pregunta que nos convoca: “¿De dónde saca todo esto? ¿Qué sabiduría es esa que le ha sido dada?”
En esta pregunta se nos regalan dos claves fundamentales: experiencia y apertura.
Jesús saca sabiduría de la experiencia. Jesús aprende de la vida, aprende de su capacidad de atención. La verdadera sabiduría, como vimos, no se reduce a un ejercicio racional, sino que integra siempre la vida. Se aprende viviendo, se vive aprendiendo. Nuestro problema es el racionalismo que, en lugar de dejarnos atravesar por la vida, quiere imponerse a la vida. No queremos que la vida nos enseñe, queremos enseñarle a la vida. El poeta Rilke le escribe a un amigo: “Querido amigo: ¿usted no ve como todo lo que sucede es siempre un comienzo? ¡Y comenzar, en sí, es siempre tan hermoso! Deje que la vida le acontezca. Créame: la vida tiene razón en todos los casos.”
Dejemos que la vida nos enseñe e intentamos no tropezar siempre con la misma piedra.
En segundo lugar, Jesús saca sabiduría de su apertura. Jesús está abierto al Misterio. Jesús es pura apertura, Jesús siempre abre. La sabiduría “nos viene de lo alto”, como afirma la carta de Santiago: “la sabiduría que viene de lo alto es, ante todo, pura; y además, pacífica, benévola y conciliadora; está llena de misericordia y dispuesta a hacer el bien; es imparcial y sincera” (3, 17).
En este caso el problema es el dogmatismo que marcó y sigue marcando la vida de la iglesia y del cristianismo. Dogmatismo que, especialmente hoy en día, es un importante obstáculo para que mucha gente pueda hacer experiencia de Jesús y de la frescura del evangelio. A menudo el dogmatismo se convierte en fanatismo y el fanatismo cierra, margina y es violento: justo lo opuesto al mensaje evangélico.
No podemos cerrar y embretar el Misterio en formulas dogmáticas cerradas. La función del dogma está en abrir puertas, en indicar un camino; es el dedo que apunta a la luna y no la luna.
Creo que es sencillo de comprender: la persona humana es finita, limitada. La genética es limitada. La mente humana es limitada. La cultura es limitada. El lenguaje es limitado. Toda estructura e institución humana es limitada. Cada época es limitada.
¿Cómo puede salir de todos estos límites y condicionamiento una definición que cierre al Misterio Infinito e Ilimitado en una formula?
Y usar de manera fundamentalista el criterio de la inspiración es entrar en un círculo vicioso que intenta manipular el Misterio.
¿Quién dice lo que es inspirado y lo que no?
¿Por qué alguien tendría la exclusiva de la inspiración divina?
Cuando queremos manipular la inspiración divina para quedarnos con la exclusiva, caemos irremediablemente en el dogmatismo y el circulo se cierra.
Recuperar la humildad y la apertura es esencial para recibir la sabiduría que viene de lo alto.
Sigamos, otra vez, el consejo de Rilke:
“No hemos envejecido, y no es demasiado tarde para sumergirnos en las profundidades cada vez más hondas en las que la vida serenamente nos otorga su secreto.”
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