Seguimos con el capítulo seis de Juan y hoy el evangelista nos presenta unas indicaciones muy fuertes del maestro Jesús: “Les aseguro que ustedes me buscan, no porque vieron signos, sino porque han comido pan hasta saciarse. Trabajen, no por el alimento perecedero, sino por el que permanece hasta la Vida eterna” (6, 26-27).
Juan insiste con el tema del signo: lo que Jesús hace o dice es un signo que nos lleva - ¡tendría que llevarnos! – a otro nivel de consciencia y de profundidad. Si nos quedamos atrapados en el signo no lograremos captar el sentido y el significado de sus palabras.
Todo eso me hacer recordar la sugerencia del zen que va en la misma línea: “Cuando el sabio señala la luna con el dedo, el tonto se fija en el dedo.”
Y la poeta inglesa Elizabeth Barrett Browning lo expresa con una exquisita metáfora: “La tierra está llena de cielo, y todas las zarzas arden de Dios, pero sólo el que ve, se quita las sandalias; los demás se sientan al lado y recogen las moras”.
Lo que Jesús nos está preguntando, para quedarnos en la metáfora, es: “¿Por qué recogen las moras y no se dan cuenta de la Presencia de Dios que arde en amor en la zarza?”
Nuestra terrible necesidad de seguridad y nuestros miedos nos hacen buscar a Dios - ¡si es que le buscamos! – simplemente para satisfacer nuestras necesidades (verdaderas, supuestas o creadas…) o, dicho de otra manera, buscamos a Dios por sus dones y no por él mismo: “ustedes me buscan, no porque vieron signos, sino porque han comido pan hasta saciarse.”
Hay un momento clave en el camino espiritual y se da cuando buscamos a Dios desde la gratuidad, la pobreza de corazón, la entrega y la confianza radical. Ya no nos quedamos en el signo, sino que vemos lo que el signo indica y vamos hacia lo señalado.
Es el comienzo de la experiencia mística que pocos se atreven a vivir porque, justamente, es una experiencia de despojo y desnudez y que nos hace atravesar la oscuridad.
Fue la experiencia clave de Moisés y del pueblo de Israel.
“Moisés pensó: «Voy a observar este grandioso espectáculo. ¿Por qué será que la zarza no se consume?». Cuando el Señor vio que él se apartaba del camino para mirar, lo llamó desde la zarza, diciendo: «¡Moisés, Moisés!». «Aquí estoy», respondió el. Entonces Dios le dijo: «No te acerques hasta aquí. Quítate las sandalias, porque el suelo que estás pisando es una tierra santa»” (Ex 3, 3-5).
Desde las zarzas de la Presencia que todo lo llena, el Espíritu sigue llamando a cada ser humano. Nuestra respuesta tiene que ser la de Moisés en la maravillosa palabra hebrea: “Hineni”, “aquí estoy”; y, acto seguido, quitarnos las sandalias, es decir, despojarnos de la superficialidad, de la búsqueda de Dios interesada, de las seguridades humanas… y dejarnos atravesar por el Fuego.
Esto es lo que significa, “buscar (trabajar para) el alimento que permanece hasta la vida eterna”.
El mundo está todavía atrapado en la búsqueda del “alimento perecedero”: buscamos dinero, éxito, placeres, fama, likes, bienestar, comodidad, honores, aplausos, títulos, roles.
Resuenan otras palabras del maestro: “No acumulen tesoros en la tierra, donde la polilla y la herrumbre los consumen, y los ladrones perforan las paredes y los roban” (Mt 6, 19).
San Pablo lo tenía bastante claro: “los que tienen mujer vivan como si no la tuvieran; los que lloran, como si no lloraran; lo que se alegran, como si no se alegraran; los que compran, como si no poseyeran nada; los que disfrutan del mundo, como si no disfrutaran. Porque la apariencia de este mundo es pasajera” (1 Cor 7, 29-31).
También nos dice en la misma carta: “Lo que es corruptible debe revestirse de la incorruptibilidad y lo que es mortal debe revestirse de la inmortalidad. Cuando lo que es corruptible se revista de la incorruptibilidad y lo que es mortal se revista de la inmortalidad, entonces se cumplirá la palabra de la Escritura: La muerte ha sido vencida” (1 Cor 15, 53-54).
Estamos acá, en este maravilloso viaje humano, para revestir lo mortal de inmortalidad.
Estamos acá para descubrir la eternidad que se esconde detrás del tiempo.
Estamos acá para el viaje espiritual que es el viaje de la visión, del aprender a ver el Misterio divino en todo.
Estamos acá para aprender que nuestra alma, es lo único incorruptible que tenemos en este viaje.
Las moras son buenas y no está mal comérselas. El dedo que indica a la luna puede servir y el signo de la multiplicación de los panes puede animarnos.
Pero la Vida Plena está en otro lado, en otra dimensión: las moras no son la zarza, el dedo no es la luna, panes y peces no satisfacen nuestra hambre.
No nos perdamos en lo que nos atrapa superficial o emotivamente. Hay una Plenitud escondida y extraordinaria que nos espera.
Todas las zarzas arden de Dios. Todo arde, todo es revelación del Amor y su manifestación. Todo es símbolo y signo de una Presencia que solo puede llenar nuestros anhelos.
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