El famoso relato de la multiplicación de
los panes nos permite descubrir – entre otras cosas – el significado y el
sentido que las primeras comunidades cristianas otorgaban a la celebración de
la eucaristía: fraternidad y compartir.
Como expresa lucidamente Luis González-Carvajal:
“Cuando falta fraternidad, sobra la
eucaristía.”
Más allá de la historicidad o menos del
hecho es necesario descubrir su significado simbólico y su sentido originario.
Símbolo y sentido traspasan el espeso muro de la
historia y nos traen la frescura y la verdad del evangelio hasta nuestros días
y nuestras concretas existencias.
El sentido lo descubrimos – paralelamente – en el actuar de Jesús y
en la vivencia de la eucaristía de las primeras comunidades.
El evangelista subraya con fuerza y
delicadeza el actuar del Maestro: Jesús está atento a las necesidades de las
personas y se preocupa por su salud, bienestar, dignidad.
Las primeras comunidades desde ahí
entendieron la celebración de la Eucaristía: una fraternidad atenta al
necesitado. No se concebía una celebración que no integrara estos elementos,
una celebración que no partiera de la fraternidad y apuntara a la fraternidad,
una celebración que no fuera preocupación por el pobre y el marginado.
Nuestras celebraciones se han
transformado – en muchos casos – en puro culto y rito exterior, donde estamos
más atentos y preocupados por la forma que por el amor, por el vestido que por
la persona, por la exactitud de las palabras que por el gesto fraterno y
compasivo. Se vive una liturgia estéril y centrada en sí misma, alejada del
vivir concreto de la gente. Las grandes celebraciones – por cuanto muevan la
emotividad – están a kilómetros de distancia del sentir de Jesús y de las
primeras comunidades.
En nuestras, a menudo, frías
celebraciones falta una verdadera fraternidad y una autentica preocupación por
los necesitados.
Qué lindo e importante sería volver al
sentido original y originario de la celebración de la Eucaristía: lugar de
encuentro y de compartir, lugar de comunión y sensibilidad por el necesitado,
lugar de verdadera oración y de conocimiento mutuo.
Podemos, juntos, ir dando algunos pasos…
sin miedo, con firmeza y humildad.
Igualmente importante y profundo es el
sentido simbólico del texto, sentido perenne y eterno.
La gente experimenta su carencia: está cansada y con hambre.
¿Quién
no experimenta – o experimentó – cierta carencia?
Es parte de nuestro caminar histórico.
Pero no es lo que nos define: somos plenitud, desde ya. Plenitud expresándose
en esta forma limitada y carente. Nos podemos vivir desde esta Plenitud: panes
y peces sobran. Vida abundante.
Es la paradoja que está inscrita en las
leyes del universo y en el corazón del evangelio y de todas las religiones y
tradiciones espirituales.
Somos Plenitud experimentándose en una
forma limitada: nuestra propia persona.
¿Cómo
vivirse desde esta Plenitud?
Calma y quietud. Jesús invita a la
muchedumbre a sentarse. La ansiedad y
el apuro nos alejan y alienan de la Plenitud que somos, de nuestra verdadera
identidad.
Cuando nos aquietamos, cuando mente y
corazón se acallan, lo que somos aflora sereno.
Es el camino hermoso del silencio.
Camino que Jesús vivió en primera
persona, como estilo de vida.
“Jesús, sabiendo que querían apoderarse de él para hacerlo rey, se retiró
otra vez solo a la montaña” (Jn 6, 15).
Jesús amó el silencio y la
soledad. Silencio y soledad donde se descubrió Uno con el Padre y desde donde
aprendió a amar y servir.
Cuando la carencia en cualquiera de sus
formas, golpea a tu puerta, siéntate en silencio y toca la quietud. Descubrirás
que no eres esta carencia, sino la
Plenitud que en ella, misteriosamente, se revela y expresa.
“Cuando
soy débil soy fuerte” (2 Cor 12, 10) decía San Pablo y también las palabras
del Señor al mismo apóstol: “mi poder triunfa en la debilidad” (2 Cor
12, 9) subrayan esta dimensión paradojica.
Asentados en esta experiencia podemos
aportar con serenidad y lucidez para aliviar el sufrimientos de los demás y
para construir una sociedad más justa y fraterna.
Asentados en el silencio nuestras
celebraciones florecerán como vida nueva, como expresión de autentica
fraternidad, autentica comunión y autentico compartir.
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