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domingo, 15 de julio de 2018

Marcos 6, 7-13



Hoy Marcos nos presenta el tema del envío y de la misión. Es muy probable – diría cierto – que los relatos de misión no transmitan palabras textuales de Jesús sino que reflejen las actitudes y vivencias de las primeras comunidades. Igual son indicadores del sentir del Maestro y testimonios de una manera de comprender y vivir la misión.
¿Cómo vivir la misión?
Es un gran tema y muy actual en la vida de la iglesia, de muchas congregaciones y muchos cristianos comprometidos.
Es fundamental darse cuenta que la manera de vivir la misión – como del resto toda otra actividad – depende en gran parte del estado de conciencia.

¿Qué es el/un estado de conciencia?
Es la manera concreta de ver y comprender la realidad en un momento dado.
Y es obvio que el actuar será consecuencia de esta manera de ver.
En nuestro tema: si antes la comprensión de la iglesia (derivada también del estado de conciencia de la humanidad en general) se fundamentaba en la creencia de poseer la verdad, es obvio que la misión se vivía consecuentemente: proselitismo, sacramentalismo, condenas, etcétera… esta manera de entender se plasmó en el famoso dicho: “afuera de la iglesia no hay salvación”.
Hoy esto parece absurdo e inviable (aunque todavía hay sectores que simpatizan con esta postura) y la misma iglesia se dio cuenta que es una manera de ver y entender que ya es obsoleta y hay que cambiarla y/o reinterpretarla.
¿Qué es lo que cambió?
El estado de conciencia, la manera de ver y comprender.
Se vio, se está viendo, que “la verdad” no es una contenido mental que se pueda poseer o imponer. Entonces va cambiando el actuar, va cambiando el estilo de misión.
Por eso es tan importante dar cabida al estado de conciencia, esforzarse para abrirse, para comprender, para dejarse cuestionar. La humanidad va evolucionando, va creciendo en conciencia y la iglesia va lenta, atrasada, asustada.
No podemos hoy en día vivir la misión sin tener en cuenta todos los logros maravillosos de la humanidad en el campo de la ciencia, de la psiquiatría, de la psicología, de la espiritualidad, de la neurociencia.
Pero cuesta. Cuesta dejar seguridades, cuesta dejar lo mental para adentrarse en el Misterio silencioso. Los fantasmas del miedo rondan por los pasillos del Vaticano.
Jesús, que era un místico, ya había visto y a través de las categorías culturales y religiosas de su tiempo ya había apuntado a lo esencial que se ve reflejado en el evangelio de hoy: sanar, humanizar, dignificar.
¿No será ese el eje actual de la misión? ¿No será también el eje permanente más allá de las épocas y las culturas?
Misión como compartir la vida, plenificar la vida, celebrar la vida.
¿No es el Dios de Jesús el Dios de la Vida?
Ireneo de Lyon  - ¡ya en el siglo II! – había dicho: “la gloria de Dios es el hombre viviente”.
Desde el estado de conciencia actual de la humanidad hay que dar este paso: centrarnos en la vida.
Dios mismo es Vida, es La Vida. Entrando plenamente en la Vida, viviendo con plena conciencia la vida, estamos experimentando a Dios.

¿No es asombrosamente maravilloso y mucho más simple de lo que estuvimos pensando y haciendo por siglos?

Entrar en la Vida exige y supone – todo “cierra” armónicamente – lo que el texto de Marcos afirma del envío: desapego y entrega.
Como afirma Pagola: “Según Marcos, al enviarlos, Jesús les da autoridad sobre los espíritus impuros. No les da poder sobre las personas que irán encontrando en su camino. Les da autoridad para liberarlas del mal…” Y agrega: “Curiosamente, Jesús no está pensando en lo que han de llevar para ser eficaces, sino en lo que no han de llevar.

No podemos entrar en la Vida y compartir la vida si estamos aferrados al poder, la comodidad, los ritualismos, las doctrinas.
No podemos entrar radicalmente en la Vida si continuamente estamos juzgando, eligiendo, separando, discriminando. Realidades que – a pesar de todo lo positivo – siguen aconteciendo en la iglesia y afuera de la iglesia.

Entrar plenamente en la Vida y dejarse penetrar radicalmente por esa misma Vida es, antes que nada, decisión y compromiso personal: nadie ni nada lo puede hacer por ti. Los procesos y los tiempos son personales y “la ficha cae cuando cae” pero lo que podemos hacer y es urgente hacer es abrir la mente y el corazón. En el zen se dice: “No hay que buscar la verdad, hay que dejar de tener opiniones”. Cuando la mente y el corazón se aquietan la Verdad aparece.

Comprender el eje de la misión como liberación y humanización es esencial, es un signo de los tiempos y un volver al eje que fue de Jesús y que es el centro de todas las religiones y tradiciones espirituales de la humanidad.

Misión: liberar al ser humano de toda forma de esclavitud y dependencia, interna y externa.
Misión: humanizar al ser humano. Volvernos cada vez más humanos, rescatando y valorizando todas las dimensiones que desarrollan los valores humanos y la belleza infinita del ser humano.

¿No es maravilloso y revolucionario vivir así la misión?




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