Empieza el Adviento, tiempo de espera y de esperanza. Empieza el Adviento y la
liturgia nos sigue proponiendo textos de género apocalíptico que reflejan la
situación de dificultad y sufrimiento de las primeras comunidades cristianas.
Comunidades que estaban convencidas del pronto retorno en gloria del Cristo
resucitado. Comunidades que esperaban
la segunda venida del Cristo.
¿Dónde
está el Cristo glorioso?
¿Dónde
vemos reflejada en la historia su victoria sobre el mal y la muerte?
¿Volverá
a rescatarnos de la angustia, la opresión y el sufrimiento?
Estas las preguntas claves de las
primeras comunidades que dan origen al género apocalíptico. Estas las preguntas
de muchos cristianos hoy en día.
Nos detenemos. Respiramos. Estamos
atentos y le pedimos al Silencio una mayor luz.
Pronto llega la deseada luz.
Cuando la mente se detiene y se pone al
servicio del Silencio deja de dar vuelta sobre sí misma buscando respuestas a
preguntas que nadie hizo y preocupándose de realidades inexistentes o
ilusorias.
El Silencio es el camino, la quietud y
la paz del corazón nos iluminan.
Dos tremendas y maravillosas expresiones
de nuestro texto nos sorprenden y nos orientan. Dos expresiones luminosas
justamente.
La primera: “levanten la cabeza” (21,28).
Cuando todo invita a la desesperación y
a la tristeza: ¡levanten la cabeza!
Cuando no sabemos adonde ir: ¡levanten
la cabeza!
Cuando la confusión y la incertidumbre
nos acechan: ¡levanten la cabeza!
“La
liberación está cerca”… continua el texto. La liberación está siempre al
alcance de la mano de aquel que levanta la cabeza. Levantar la cabeza es confiar, mirar con lucidez la realidad, salir
de uno mismo, hacerse cargo de uno mismo y del mundo entero. Levantar la
cabeza: ¡qué importante! Es reconocer nuestra propia dignidad y originen
divina. Es mirar de frente los miedos que nos aturden y atascan y superarlos
desde la confianza.
¡Levanten la cabeza!
Dejémonos de
mirarnos al ombligo, individual y colectivamente. Dejémonos de mirar al mundo y evaluar la realidad a partir de
nuestros grupos, nuestros intereses, nuestros ideales y opiniones.
Dejémonos de
una vez para siempre de mirar al mundo y a nosotros mismos a través del filtro
de nuestros deseos y necesidades.
Mirémonos a los ojos, con confianza,
amor y dignidad. Miremos con pureza y virginidad.
La otra expresión va en el mismo
sentido, tal vez con más fuerza aún: “manténganse
en pie” (21, 36).
El mismo verbo usado para expresar la
postura de María debajo de la cruz (Jn 19, 25).
El verbo griego indica “sostener”,
“estar de pie”, “firmeza”.
“Estén
despiertos, manténganse en pie ante el Hijo del hombre”: esa la invitación
final de nuestro texto (21,36).
Cabeza levantada, despiertos y atentos,
de pie: estas las actitudes para vivir el Adviento. Estas también las actitudes
para enfrentar las dificultades y la cotidianidad.
Estas las actitudes básicas frente al
Hijo del hombre. Hijo del hombre que es el Cristo viviente, que se revela y
manifiesta en la mismísima realidad. Lo real – lo que es aquí y ahora – es el Cristo revelándose y amándonos.
Es la música divina y silenciosa de su
flauta.
Vivir así la Vida se convierte en una
aventura apasionante, creativa, de enorme belleza y perfecta libertad.
¡Acá estamos Vida! ¡Acá estamos Cristo
Viviente y luminoso!
¡Acá estamos! Con la cabeza levantada,
despiertos y de pie.
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