Amo las campanas: de cualquier tipo,
color, tamaño. Amo el sonido, la forma. Amo las campanas porque me ayudan a
mantenerme despierto y atento.
Hace un par de años coloqué afuera de mi
cuarto una campana de cerámica que me regalaron. Lucía hermosa, a la derecha de
la puerta y justo arriba de Toto, el búho. Lucía la campana como un hermoso
adorno y su vocación no era la de timbre.
Una campana afuera de mi cuarto con su
pequeño badajo no podía no atraer la atención de los niños… y así fue como se
convirtió en timbre. Su vocación se fue ampliando y hasta unos adultos me
llamaban a través del delicado sonido de la cerámica.
Hace ya un tiempo había notado unas
pequeñas grietas en la campana de adorno convertida en timbre y lo que me
imaginaba ocurrió una de estas tardes.
Tres niñas llegaron corriendo a mi
habitación y el entusiasmo se lo transmitieron a la campana, la cual sucumbió a
tanta pasión.
Dos pedazos se desprendieron de la
desafortunada campana. Se había terminado su valiente vocación de timbre y, tal
vez, su primera vocación de adorno…
El trágico acontecimiento (para la
campana) me inspiró para prepararme a la Navidad ya cercana. Les comparto mi
sentir.
¿Qué
sentido tiene la venida de Jesús?
¿Qué
sentido el Misterio cristiano de la encarnación?
Jesús vino a mostrarnos que somos
bellísimas campanas: cada una única, perfecta, original. Cada sonido único,
hermoso, distinto.
Nos reveló también que somos campanas
frágiles, campanas que se pueden romper y que de hecho se rompen. Rotura más o
rotura menos, grieta más o grieta menos.
La fragilidad
humana – rotundamente expresada en el niño de Belén – no disminuye el valor de
la campana y su sonido. Al contrario: lo enaltece, lo hace más autentico.
La genialidad y espiritualidad japonesa
inventó un arte para expresar todo esto: Kintsugi.
Cuando los japoneses reparan
objetos rotos, enaltecen la zona dañada rellenando las grietas con oro. Creen
que cuando algo ha sufrido un daño
y tiene una historia, se vuelve más hermoso.
El resultado es que la
cerámica no sólo queda reparada sino que es aún más fuerte que la original. En
lugar de tratar de ocultar los defectos y grietas, estos se acentúan y
celebran, ya que ahora se han convertido en la parte más fuerte de la pieza.
La Biblia tiene sobrados
ejemplos de todo eso. La profundidad y genialidad de San Pablo es tal vez
insuperable.
“Llevamos ese tesoro en recipientes de barro, para que se vea bien que
este poder extraordinario no procede de nosotros, sino de Dios” (2 Cor 4,
7).
“Y para que la grandeza de las revelaciones no me envanezca, tengo una
espina clavada en mi carne, un ángel de Satanás que me hiere. Tres veces pedí
al Señor que me librara, pero él me respondió: «Te basta mi gracia, porque
mi poder triunfa en la debilidad». Más bien, me gloriaré de todo corazón en mi
debilidad, para que resida en mí el poder de Cristo. Por eso, me complazco
en mis debilidades, en los oprobios, en las privaciones, en las persecuciones y
en las angustias soportadas por amor de Cristo; porque cuando soy débil,
entonces soy fuerte” (2 Cor 12, 7-10).
La debilidad del niño de
Belén nos recuerda que la Vida es frágil y que Dios mismo se hizo frágil. Dios
actúa a través y a partir de la fragilidad. Más aún: Dios es fragilidad y esta fragilidad es su fuerza inexpugnable.
¿Por qué nos empecinamos a rechazar y ocultar nuestras fragilidades?
La fragilidad asumida y
reparada desde el Amor nos convierte en personas autenticamente fuertes,
estables, seguras.
Solo la fragilidad amada es
verdadera fuerza.
El sonido de una campana
reparada será aún más bello: puro, auténtico, libre. Un sonido verdaderamente
inocente. La inocencia nunca es virgen, siempre se recupera.
Repararé mi campana: no con
polvo de oro, con un simple pegamento.
Y la dejaré ahí a la vista:
ya no como adorno, ni como timbre.
Mi campana encontró una vocación
más grande aún: me recordará mi fragilidad y el Amor de un Dios que se hizo
frágil en el niño de Belén.
¡Feliz Navidad! ¡Gracias por tu presencia y tu amor!
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