El texto de la boda de Caná que se nos
ofrece hoy es muy conocido y es un texto maravilloso, riquísimos en símbolos.
Caná es una pequeña aldea a 15 km de
Nazaret. Se celebra una boda: evento central en la cultura judía del tiempo. Resuenan
los elementos que acompañan a una boda: alegría, danzas, vino, fiesta.
Desde el arranque la dimensión simbólica
toma el mando.
Nuestro texto de hoy tiene muy poco de
histórico y por eso una interpretación literal es absurda. Muchos de los
detalles que Juan relata son inverosímiles a una mirada atenta: el descuido del
encargado del banquete, la intervención de María, la cantidad de agua, el
servir el vino mejor al final.
Juan tiene el don de la escritura simbólica
que nos lleva a un nivel de profundidad enorme. Simple y únicamente solo
necesitamos una cosa: silenciar la mente y abrir el corazón y los sentidos.
Por eso Juan no habla de “milagros” sino
de signos: la boda de Caná es el
primero de siete!
1. Signo: bodas de Caná (Jn
2,1-12).
2º Signo: curación del hijo
de un funcionario real (Jn 4,46-54).
3º Signo: curación del
paralítico en la piscina de Betsata (Jn 5,1-18).
4º Signo: la multiplicación
de los panes (Jn 6,1-15).
5º Signo: Jesús camina sobre
las aguas (Jn 6,16-21)
6º Signo: curación del ciego
de nacimiento (Jn 9,1-41).
7º Signo: la resurrección de
Lázaro (Jn 11,1-44)
Siete signos: la plenitud de los signos.
Todo es signo para aquel que sepa ver. El primer
signo: el fundamental, el que abre la puerta a la comprensión de los demás.
Sin duda esta manera de escribir de Juan
refleja su profunda experiencia de Dios que no puede ser transmitida sino a
través del silencio, los símbolos, la poesía, la metáfora.
El concepto
y la lógica que tanto atraparon a
nuestra cultura, más que revelar el Misterio, lo encierran y lo manipulan.
¡Un aplauso para el evangelista Juan!
La boda ya tiene su carácter fuertemente
simbólico: en la tradición judía representaba la alianza y la comunión de Dios
con su pueblo!
Ahora hay una nueva boda que se sella en
Cristo: la boda de una interioridad habitada por lo divino. La comunión con el
Misterio es un derecho de nacimiento de todo ser viviente! Más aún: somos esa
misma comunión!
Nuestro estado natural y auténtico es
una boda: fiesta y éxtasis del Amor.
Continuamos nuestra lectura simbólica. En
la boda hay seis tinajas de agua para la purificación: 600 litros. Una
exageración obviamente y el numero 6 que indica imperfección y falta de
plenitud.
Es el agua del culto antigua, de una
religión exterior y vacía. Es también el agua de nuestra amada iglesia muchas
veces: el agua de una iglesia anclada a los miedos, incapaz de abrirse,
aferrada a dogmas y catecismos.
Sugiere el filosofo, poeta y seguidor de
Gandhi, Giuseppe Lanza del Vasto (1901-1981): “El agua de la purificación, o sea el agua del bautismo, es transformada
en vino. Y ya empezamos a entrever el encadenamiento de los símbolos que se
desarrolla a través de las enseñanzas y de los acontecimientos, a través de los
milagros y las parábolas. El agua se hace vino, el vino se hace sangre, la
sangre se hace fuego y espíritu…”
El simbolismo del vino es enorme y maravilloso: no es solo alegría y amor, es también
pasión y entrega. El vino del amor es también el vinagre de la pasión de
Cristo: su hora.
Otro gran simbolismo presente a lo largo
de todo el evangelio de Juan: la hora.
La hora
de Jesús es la hora de su pasión y muerte, donde la revelación del amor de Dios
se hace plena, perfecta, completa.
Es la hora que la madre quiere anticipar y que le vale la seca y
enigmática respuesta del Maestro: “¿Qué
nos importa si no tienen vino? Mi hora no ha llegado”.
La hora
– que históricamente Juan concentra y resume en la Pascua – es la hora eterna del Amor y de su Presencia.
Por eso: ¡que se haga el “milagro”! ¡Qué abunde el mejor vino!
En la hora de Jesús – la Pascua gloriosa – el vino está
presente bajo la forma de vinagre.
El Amor es Amor en cada instante y
circunstancia: alegría, boda, fiesta y muerte.
La hora de Jesús nos reveló que su hora es nuestra hora, cada hora
es nuestra hora: la hora del Amor, la
hora de la fiesta y la alegría, la hora del vino entregado y vertido.
Cuando el Amor es nuestra casa y nuestro
aliento es siempre la hora de Jesús y siempre estamos en la misma y única Boda:
Presencia plena de Dios. Dios con nosotros: Emmanuel.
Lo decimos con unos versos hermosos del
poeta musulmán y místico sufí Omar Ibn al-Farid (1181-1235):
“Hemos bebido a la memoria del Bienamado
un vino que nos ha embriagado
antes de la creación de la viña.
Nuestro vaso era la luna llena.
Él es un sol; un cuarto creciente lo
hace circular. ¡Cuántas estrellas
resplandecen cuando está mezclado!”
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