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sábado, 19 de enero de 2019

Juan 2, 1-11



El texto de la boda de Caná que se nos ofrece hoy es muy conocido y es un texto maravilloso, riquísimos en símbolos.
Caná es una pequeña aldea a 15 km de Nazaret. Se celebra una boda: evento central en la cultura judía del tiempo. Resuenan los elementos que acompañan a una boda: alegría, danzas, vino, fiesta.
Desde el arranque la dimensión simbólica toma el mando.
Nuestro texto de hoy tiene muy poco de histórico y por eso una interpretación literal es absurda. Muchos de los detalles que Juan relata son inverosímiles a una mirada atenta: el descuido del encargado del banquete, la intervención de María, la cantidad de agua, el servir el vino mejor al final.

Juan tiene el don de la escritura simbólica que nos lleva a un nivel de profundidad enorme. Simple y únicamente solo necesitamos una cosa: silenciar la mente y abrir el corazón y los sentidos.

Por eso Juan no habla de “milagros” sino de signos: la boda de Caná es el primero de siete!
1. Signo: bodas de Caná (Jn 2,1-12).
2º Signo: curación del hijo de un funcionario real (Jn 4,46-54).
3º Signo: curación del paralítico en la piscina de Betsata (Jn 5,1-18).
4º Signo: la multiplicación de los panes (Jn 6,1-15).
5º Signo: Jesús camina sobre las aguas (Jn 6,16-21)
6º Signo: curación del ciego de nacimiento (Jn 9,1-41).
7º Signo: la resurrección de Lázaro (Jn 11,1-44)

Siete signos: la plenitud de los signos. Todo es signo para aquel que sepa ver. El primer signo: el fundamental, el que abre la puerta a la comprensión de los demás.
Sin duda esta manera de escribir de Juan refleja su profunda experiencia de Dios que no puede ser transmitida sino a través del silencio, los símbolos, la poesía, la metáfora.  
El concepto y la lógica que tanto atraparon a nuestra cultura, más que revelar el Misterio, lo encierran y lo manipulan.
¡Un aplauso para el evangelista Juan!

La boda ya tiene su carácter fuertemente simbólico: en la tradición judía representaba la alianza y la comunión de Dios con su pueblo!
Ahora hay una nueva boda que se sella en Cristo: la boda de una interioridad habitada por lo divino. La comunión con el Misterio es un derecho de nacimiento de todo ser viviente! Más aún: somos esa misma comunión!
Nuestro estado natural y auténtico es una boda: fiesta y éxtasis del Amor.

Continuamos nuestra lectura simbólica. En la boda hay seis tinajas de agua para la purificación: 600 litros. Una exageración obviamente y el numero 6 que indica imperfección y falta de plenitud.
Es el agua del culto antigua, de una religión exterior y vacía. Es también el agua de nuestra amada iglesia muchas veces: el agua de una iglesia anclada a los miedos, incapaz de abrirse, aferrada a dogmas y catecismos.

Sugiere el filosofo, poeta y seguidor de Gandhi, Giuseppe Lanza del Vasto (1901-1981): “El agua de la purificación, o sea el agua del bautismo, es transformada en vino. Y ya empezamos a entrever el encadenamiento de los símbolos que se desarrolla a través de las enseñanzas y de los acontecimientos, a través de los milagros y las parábolas. El agua se hace vino, el vino se hace sangre, la sangre se hace fuego y espíritu…

El simbolismo del vino es enorme y maravilloso: no es solo alegría y amor, es también pasión y entrega. El vino del amor es también el vinagre de la pasión de Cristo: su hora.
Otro gran simbolismo presente a lo largo de todo el evangelio de Juan: la hora.
La hora de Jesús es la hora de su pasión y muerte, donde la revelación del amor de Dios se hace plena, perfecta, completa.
Es la hora que la madre quiere anticipar y que le vale la seca y enigmática respuesta del Maestro: “¿Qué nos importa si no tienen vino? Mi hora no ha llegado”.
La hora – que históricamente Juan concentra y resume en la Pascua – es la hora eterna del Amor y de su Presencia. Por eso: ¡que se haga el “milagro”! ¡Qué abunde el mejor vino!

En la hora de Jesús – la Pascua gloriosa – el vino está presente bajo la forma de vinagre.
El Amor es Amor en cada instante y circunstancia: alegría, boda, fiesta y muerte.
La hora de Jesús nos reveló que su hora es nuestra hora, cada hora es nuestra hora: la hora del Amor, la hora de la fiesta y la alegría, la hora del vino entregado y vertido.

Cuando el Amor es nuestra casa y nuestro aliento es siempre la hora de Jesús y siempre estamos en la misma y única Boda: Presencia plena de Dios. Dios con nosotros: Emmanuel.

Lo decimos con unos versos hermosos del poeta musulmán y místico sufí Omar Ibn al-Farid (1181-1235):

Hemos bebido a la memoria del Bienamado
un vino que nos ha embriagado
antes de la creación de la viña.
Nuestro vaso era la luna llena.
Él es un sol; un cuarto creciente lo
hace circular. ¡Cuántas estrellas
resplandecen cuando está mezclado!







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