El Espíritu es el protagonista de
nuestro texto…y más aún: ¡de nuestras vidas!
El Espíritu expresa y revela
misteriosamente la Presencia invisible y eterna. El Espíritu es otra palabra
para expresar el Misterio de Amor que nos envuelve, nos constituye, nos
sostiene, nos conforma.
Lo invisible define lo visible, lo
no-manifestado se expresa en lo manifestado.
Lo que no vemos es más real de lo que
vemos, porque lo que vemos pasa y lo que no vemos es eterno. El Ser que no nace
ni muere se revela y manifiesta en lo que nace y muere.
El Espíritu revela el Ser.
Jesús lo sabía y tenía una percepción
real y atenta del Espíritu, como en nuestro texto de hoy.
El Espíritu apunta directamente a lo que
somos, sin que podamos definirlo, atraparlo, manipularlo. Como nuestra respiración:
nos constituye y nos da vida, pero es escurridiza, inaprensible e inaferrable.
Espíritu es otra palabra con la cual
decimos: Ser, Amor, Vida, Conciencia, Interioridad.
Jesús se percibe animado y vivificado
por ese Espíritu. En el evangelio de Juan se nos regalará el Soplo del Amor
desde la cruz… el último Aliento del Maestro es el Espíritu entregado (Jn 19,
30). Es nuestro el Espíritu, es lo que somos. Regalo que se nos revela
plenamente en la resurrección: “Al decirles esto, sopló sobre ellos y añadió: Reciban el Espíritu
Santo” (Jn 20, 22).
Los evangelios lo afirman a menudo y San
Pablo en sus cartas lo anuncia y proclama a claras letras.
“Todos los que son conducidos por el Espíritu de Dios son hijos de
Dios. Y ustedes no han recibido un espíritu de esclavos para volver a caer
en el temor, sino el espíritu de hijos adoptivos, que nos hace llamar a Dios
¡Abba!, es decir, ¡Padre! El mismo Espíritu se une a nuestro espíritu para
dar testimonio de que somos hijos de Dios. Y si somos hijos, también somos
herederos, herederos de Dios y coherederos de Cristo, porque sufrimos con él
para ser glorificados con él” (Rom 8, 14-17).
¡No tengamos miedo a ser lo que somos!
¡No tengamos miedo de nuestra identidad divina!
Hace unos días caminando por la playa
intenté estar presente y atento. Intenté callar la mente y mirar desde el
silencio. Y pude ver.
Vi
una niñita jugando en la arena: en su sonrisa y sus manitos juntando arena pude
ver al Espíritu…
Vi
una joven pareja caminando de la mano y pude percibir sus sentimientos, su
ternura, sus proyectos. Vi al Espíritu.
Vi
pescadores recogiendo sus tanzas y pude conectar con su corazón en búsqueda de
serenidad y leer sus angustias. Y vi al Espíritu.
Vi
jóvenes jugando, corriendo, riendo y en sus movimientos puede apreciar al
Espírito moviéndose y amando.
Pude abarcar en una simple y pura mirada
todo lo que veía y todo parecía armónico, presente, uno. Todas las personas,
las olas del mar, el sol y el viento. Los sentimientos y emociones de cada
personas estaban ahí y el Espíritu en ellos, expresándose. Cada movimiento de
cada persona, el correr de un perro feliz en el agua, la caminata de la gente,
las sillas al sol, el mate servido, cada mirada, palabra, gesto, anhelo,
pensamiento. Todo estaba ahí, simple y maravillosamente ahí. Revelando el
Espíritu invisible, eterno, amoroso.
“El Espíritu del Señor
está sobre mí,
porque me ha consagrado por la unción” (Lc 4,
18).
Lo que Jesús afirma de sí
mismo es también nuestro. El Maestro nos revela y nos introduce en nuestra
auténtica idendidad: la intimidad invisible del Amor eterno.
Somos esto: Espíritu de Dios
manifestandose en nuestra personas y en todo lo que es.
Pero no me creas por favor.
Experimentalo tu mismo.
Calla tu mente ruidosa.
Suelta los prejuicios. Aquieta tus sentimientos y emociones.
Calla y escucha. Deja que el
Silencio te muestre la verdad. Deje que el Silencio te muestre al Cristo
viviente e interior que te respira en este preciso momento.
"En la Eternidad éramos; al
nacer comenzamos a existir. Existir es ser en el tiempo. Y al
morir dejamos de existir, pero no dejamos de ser" (Teilhard de Chardin).
No hay comentarios.:
Publicar un comentario