Hemos comenzado el tiempo de Cuaresma: cuarenta días de preparación
al Misterio y al Evento central de nuestra fe, la Pascua. Cuarenta días que se
nos ofrecen como una oportunidad para crecer espiritualmente, para convertirnos
en seres humanos más plenos, para aprender a amar más y mejor.
El pasado miércoles de ceniza el
evangelio nos invitaba a cuidar y cultivar nuestra interioridad.
Todo empieza y todo surge de una
profunda vida interior. Todo crece desde
adentro hacia afuera. Todo lo que
vemos y construimos exteriormente depende y es fruto de nuestra interioridad.
Lo sabemos intuitivamente: no podemos
dar lo que no tenemos. No podemos amar si no experimentamos el amor. No podemos
amar si no nos sentimos amados. No podemos vivir desde el amor si no nos
experimentamos como el Amor mismo.
En una sociedad que muchas veces
privilegia y apunta a lo exterior es un gran desafío.
El texto de hoy – en el primer domingo
de Cuaresma – nos presenta las tentaciones de Jesús en la versión de Lucas.
El contenido del relato es profundamente
simbólico. Las tentaciones que Lucas nos transmite son las mismas del pueblo de
Israel en el desierto, con la diferencia que Jesús las supera.
Son las tentaciones perenes del corazón
humano: tener, poder, aparentar.
Hoy en día, más que de tentaciones, sería más oportuno y
pedagógico hablar de dimensiones del
psiquismo humano.
Hablar de dimensiones tiene muchas ventajas. Quitamos todo el peso de la
culpa que nos impide avanzar y crecer y asumimos la responsabilidad de nuestro
crecimiento dejando los mecanismos infantiles de responsabilizar al exterior de
nuestros males.
Todo es un don: también nuestra psique
herida y nuestro frágil corazón. Todo es un don que podemos utilizar para
quejarnos o para crecer.
Cuando estas dimensiones las ponemos al
servicio del ego se transforman en
las conocidas tendencias al tener, al
poder y al aparentar. Cuando estas dimensiones las ponemos al servicio de
nuestra más profunda identidad – el amor
– se convierten en herramientas para crecer en este mismo amor.
Entonces nuestra tendencia al tener, al
poder y al aparentar puede hasta ayudarnos. Si estamos atentos descubriremos
cuando caemos en las trampas del ego y nos alejamos de lo mejor de nosotros
mismos y de nuestra auténtica identidad.
Este tiempo de Cuaresma se nos presenta
como una oportunidad para ordenar nuestras vidas y priorizar.
¿En
qué invertimos nuestro tiempo?
¿Cuántas
de las cosas que hacemos son verdaderamente importantes y nos hacen felices?
¿Cuántas
veces nos mentimos y no queremos reconocerlo?
La Cuaresma es una linda oportunidad
para “sacar el piloto automático” y ser más responsables de nuestra vidas y más
coherentes.
Decimos que queremos paz… y estamos en
guerra con nosotros mismos…
Decimos que queremos paz… y buscamos
ocasiones para entrar en conflicto…
Decimos que queremos paz… y nos enojamos
por estupideces….
Decimos que lo más importante es la
familia… y nos pasamos la noche mirando tele o con el celular…
Decimos que lo más importante es la
familia… y no nos damos tiempos para dialogar y jugar juntos…
Decimos que lo más importante es la
familia… y priorizamos el dinero y el trabajo…
Decimos que lo más hermoso es el amor… y
no nos amamos a nosotros mismos…
Decimos que lo más hermoso es el amor… y
criticamos y juzgamos a los que no piensan como nosotros…
Decimos que lo más hermoso es el amor… y
no nos damos el tiempo para crecer en este amor…
La Cuaresma es una oportunidad para
salir de estas incoherencias y, antes que nada, reconocerlas.
La incoherencia es tal vez la primera
causa de la infelicidad y el malestar físico, psíquico y espiritual.
La incoherencia es no ser fiel a lo que
somos: amor.
Qué este tiempo de Cuaresma nos conecte
definitiva y profundamente con el Amor que somos, que es y que todo lo llena.
Es la invitación de fuego de Pablo:
“Que él se digne fortificarlos por medio de su Espíritu, conforme a la
riqueza de su gloria, para que crezca en ustedes el hombre interior. Que
Cristo habite en sus corazones por la fe, y sean arraigados y edificados en el
amor. Así podrán comprender, con todos los santos, cuál es la anchura y la
longitud, la altura y la profundidad, en una palabra, ustedes podrán
conocer el amor de Cristo, que supera todo conocimiento, para ser colmados por
la plenitud de Dios” (Ef 3, 16-18).
No hay comentarios.:
Publicar un comentario