sábado, 9 de marzo de 2019

Lucas 4, 1-13




Hemos comenzado el tiempo de Cuaresma: cuarenta días de preparación al Misterio y al Evento central de nuestra fe, la Pascua. Cuarenta días que se nos ofrecen como una oportunidad para crecer espiritualmente, para convertirnos en seres humanos más plenos, para aprender a amar más y mejor.

El pasado miércoles de ceniza el evangelio nos invitaba a cuidar y cultivar nuestra interioridad.
Todo empieza y todo surge de una profunda vida interior. Todo crece desde adentro hacia afuera. Todo lo que vemos y construimos exteriormente depende y es fruto de nuestra interioridad.
Lo sabemos intuitivamente: no podemos dar lo que no tenemos. No podemos amar si no experimentamos el amor. No podemos amar si no nos sentimos amados. No podemos vivir desde el amor si no nos experimentamos como el Amor mismo.
En una sociedad que muchas veces privilegia y apunta a lo exterior es un gran desafío.

El texto de hoy – en el primer domingo de Cuaresma – nos presenta las tentaciones de Jesús en la versión de Lucas.
El contenido del relato es profundamente simbólico. Las tentaciones que Lucas nos transmite son las mismas del pueblo de Israel en el desierto, con la diferencia que Jesús las supera.
Son las tentaciones perenes del corazón humano: tener, poder, aparentar.
Hoy en día, más que de tentaciones, sería más oportuno y pedagógico hablar de dimensiones del psiquismo humano.
Hablar de dimensiones tiene muchas ventajas. Quitamos todo el peso de la culpa que nos impide avanzar y crecer y asumimos la responsabilidad de nuestro crecimiento dejando los mecanismos infantiles de responsabilizar al exterior de nuestros males.

Todo es un don: también nuestra psique herida y nuestro frágil corazón. Todo es un don que podemos utilizar para quejarnos o para crecer.
Cuando estas dimensiones las ponemos al servicio del ego se transforman en las conocidas tendencias al tener, al poder y al aparentar. Cuando estas dimensiones las ponemos al servicio de nuestra más profunda identidad – el amor – se convierten en herramientas para crecer en este mismo amor.
Entonces nuestra tendencia al tener, al poder y al aparentar puede hasta ayudarnos. Si estamos atentos descubriremos cuando caemos en las trampas del ego y nos alejamos de lo mejor de nosotros mismos y de nuestra auténtica identidad.

Este tiempo de Cuaresma se nos presenta como una oportunidad para ordenar nuestras vidas y priorizar.

¿En qué invertimos nuestro tiempo?
¿Cuántas de las cosas que hacemos son verdaderamente importantes y nos hacen felices?
¿Cuántas veces nos mentimos y no queremos reconocerlo?

La Cuaresma es una linda oportunidad para “sacar el piloto automático” y ser más responsables de nuestra vidas y más coherentes.

Decimos que queremos paz… y estamos en guerra con nosotros mismos…
Decimos que queremos paz… y buscamos ocasiones para entrar en conflicto…
Decimos que queremos paz… y nos enojamos por estupideces….

Decimos que lo más importante es la familia… y nos pasamos la noche mirando tele o con el celular…
Decimos que lo más importante es la familia… y no nos damos tiempos para dialogar y jugar juntos…
Decimos que lo más importante es la familia… y priorizamos el dinero y el trabajo…

Decimos que lo más hermoso es el amor… y no nos amamos a nosotros mismos…
Decimos que lo más hermoso es el amor… y criticamos y juzgamos a los que no piensan como nosotros…
Decimos que lo más hermoso es el amor… y no nos damos el tiempo para crecer en este amor…

La Cuaresma es una oportunidad para salir de estas incoherencias y, antes que nada, reconocerlas.
La incoherencia es tal vez la primera causa de la infelicidad y el malestar físico, psíquico y espiritual.
La incoherencia es no ser fiel a lo que somos: amor.
Qué este tiempo de Cuaresma nos conecte definitiva y profundamente con el Amor que somos, que es y que todo lo llena.

Es la invitación de fuego de Pablo:
Que él se digne fortificarlos por medio de su Espíritu, conforme a la riqueza de su gloria, para que crezca en ustedes el hombre interior. Que Cristo habite en sus corazones por la fe, y sean arraigados y edificados en el amor. Así podrán comprender, con todos los santos, cuál es la anchura y la longitud, la altura y la profundidad, en una palabra, ustedes podrán conocer el amor de Cristo, que supera todo conocimiento, para ser colmados por la plenitud de Dios” (Ef 3, 16-18).





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