En este primer domingo de Adviento, regresa un texto del género apocalíptico, el cual hemos tratado de comprender hace quince días a través del capítulo trece de Marcos.
Hoy se nos presenta un texto de Lucas, texto que nos regala más pistas para profundizar en los mensajes que subyacen al género apocalíptico y que nos ayuda a comenzar nuestra preparación espiritual, en vista de la Navidad.
Nos enfocamos hoy en dos dimensiones maravillosas: la venida y la atención.
Uno de los mensajes claves del cristianismo, del género apocalíptico y del Adviento es la venida: Jesús vino, viene, vendrá.
Sobre su venida histórica no hay dudas, ni problemas. Sobre las otras dos venidas, debemos recurrir al Espíritu.
Jesús sigue viniendo, aquí y ahora, pero sigue viniendo desde el Espíritu, en el Espíritu, por el Espíritu: “Cuando venga el Paráclito que yo les enviaré desde el Padre, el Espíritu de la Verdad que proviene del Padre, él dará testimonio de mí” (Jn 15, 26).
Estamos en el tiempo del Espíritu. Con la resurrección comienza la época del Espíritu y el camino espiritual es justamente eso: aprender a vivir la Presencia en el Espíritu.
¿Cuál es el sentido profundo del vino, viene y vendrá?
¿No es justamente La Presencia que todo lo abarca en un eterno Presente?
El Espíritu nos trae la Presencia del Resucitado, nos recuerda sus enseñanzas y nos abre a la novedad.
Presencia, memoria y novedad son, a mi parecer, las claves de la venida actual del maestro… y la mejor preparación para la venida definitiva: el final de nuestra vida individual y el fin del mundo como lo conocemos actualmente.
El Espíritu nos habita, nos sostiene, nos ilumina: sin conectar con el Espíritu se vuelve imposible un camino espiritual y una actualización del evangelio. Sin el Espíritu, el evangelio quedará “letra muerta”, como bien vio Pablo: “Él nos ha capacitado para que seamos los ministros de una Nueva Alianza, que no reside en la letra, sino en el Espíritu; porque la letra mata, pero el Espíritu da vida” (2 Cor 3, 6).
La segunda pista de hoy es la atención.
Nuestro texto termina así: “Estén prevenidos y oren incesantemente, para quedar a salvo de todo lo que ha de ocurrir. Así podrán comparecer seguros ante del Hijo del hombre” (21, 36).
El verbo griego “agrupneite” (que en nuestro texto se traduce con “prevenidos”) tiene el sentido de estar alerta, vigilantes, atentos, despiertos.
Es también muy sugerente que el texto una la atención con la oración.
Estar atentos, despiertos, es, tal vez, la forma más elevada de oración.
Para la mística podríamos decir que los términos “atención” y “oración” son prácticamente sinónimos.
Afirma el sacerdote jesuita, místico francés, Yves Raguin:
“La actitud fundamental del cristiano consiste en ponerse ante Dios con atención, con la convicción de que sólo en la luz de Dios se puede ver a Dios, y sólo en el amor de Dios, se puede amar a Dios.”
Cuando estamos atentos, estamos en la Presencia. Es una atención del alma, de la consciencia. Es estar presente en la Presencia. La atención es Presencia. Cuando estoy en la Presencia, no necesito “orar”: soy oración; porque soy uno con el Espíritu y será el Espíritu que orará al Padre.
Por eso que la atención es, también, luz.
Un texto extraordinario de Simone Weil:
“El deseo de luz produce luz. Hay verdadero deseo cuando hay esfuerzo de atención. Es realmente la luz lo que se desea cuando cualquier otro móvil está ausente. Aunque los esfuerzos de atención fuesen durante años aparentemente estériles, un día, una luz exactamente proporcional a esos esfuerzos inundará el alma. Cada esfuerzo añade un poco más de oro a un tesoro que nada en el mundo puede sustraer.”
Todo esfuerzo de atención, vale la pena. El mínimo esfuerzo vale la pena. Tal vez es el único esfuerzo que estamos llamados a hacer. Cuando estamos atentos, despiertos, todo se va iluminando.
En la atención espiritual todo se resume y concentra. Donde hay atención, hay presencia, amor, luz, compasión, escucha, perdón.
La monja budista Pema Chödrön lo explica así: “la palabra atención señala el hecho de ser uno con nuestra experiencia, de no estar disociados, de estar allí mismo cuando nuestra mano toca la manilla de la puerta, cuando suena el teléfono o surgen todo tipo de sentimientos. La palabra atención describe el hecho de estar donde estamos.”
Termino con un cuento zen y su característico estilo sobrio y tajante:
Un día un hombre del pueblo le dijo al Maestro Zen Ikkyu: «Maestro, ¿podría escribirme algunas máximas de la más alta sabiduría?» Ikkyu inmediatamente tomó su pincel y escribió la palabra «Atención». «¿Eso es todo?» preguntó el hombre. «¿No agregarás algo más?» Ikkyu luego escribió dos veces seguidas: «Atención, Atención». «Bueno», comentó el hombre bastante irritado, «realmente no veo mucha profundidad o sutileza en lo que acabas de escribir». Entonces Ikkyu escribió la misma palabra tres veces seguidas: «Atención. Atención. Atención.» Medio enojado, el hombre exigió: «¿Qué significa esa palabra, «Atención» de todos modos?»
E Ikkyu respondió, suavemente: «Atención significa atención».