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sábado, 30 de noviembre de 2024

Lucas 21, 25-28.34-36.


 


En este primer domingo de Adviento, regresa un texto del género apocalíptico, el cual hemos tratado de comprender hace quince días a través del capítulo trece de Marcos.

Hoy se nos presenta un texto de Lucas, texto que nos regala más pistas para profundizar en los mensajes que subyacen al género apocalíptico y que nos ayuda a comenzar nuestra preparación espiritual, en vista de la Navidad.

 

Nos enfocamos hoy en dos dimensiones maravillosas: la venida y la atención.

 

Uno de los mensajes claves del cristianismo, del género apocalíptico y del Adviento es la venida: Jesús vino, viene, vendrá.

 

Sobre su venida histórica no hay dudas, ni problemas. Sobre las otras dos venidas, debemos recurrir al Espíritu.

 

Jesús sigue viniendo, aquí y ahora, pero sigue viniendo desde el Espíritu, en el Espíritu, por el Espíritu: “Cuando venga el Paráclito que yo les enviaré desde el Padre, el Espíritu de la Verdad que proviene del Padre, él dará testimonio de mí” (Jn 15, 26).

 

Estamos en el tiempo del Espíritu. Con la resurrección comienza la época del Espíritu y el camino espiritual es justamente eso: aprender a vivir la Presencia en el Espíritu.

 

¿Cuál es el sentido profundo del vino, viene y vendrá?

¿No es justamente La Presencia que todo lo abarca en un eterno Presente?

 

El Espíritu nos trae la Presencia del Resucitado, nos recuerda sus enseñanzas y nos abre a la novedad.

 

Presencia, memoria y novedad son, a mi parecer, las claves de la venida actual del maestro… y la mejor preparación para la venida definitiva: el final de nuestra vida individual y el fin del mundo como lo conocemos actualmente.

 

El Espíritu nos habita, nos sostiene, nos ilumina: sin conectar con el Espíritu se vuelve imposible un camino espiritual y una actualización del evangelio. Sin el Espíritu, el evangelio quedará “letra muerta”, como bien vio Pablo: “Él nos ha capacitado para que seamos los ministros de una Nueva Alianza, que no reside en la letra, sino en el Espíritu; porque la letra mata, pero el Espíritu da vida” (2 Cor 3, 6).

 

La segunda pista de hoy es la atención.

 

Nuestro texto termina así: “Estén prevenidos y oren incesantemente, para quedar a salvo de todo lo que ha de ocurrir. Así podrán comparecer seguros ante del Hijo del hombre” (21, 36).

 

El verbo griego “agrupneite” (que en nuestro texto se traduce con “prevenidos”) tiene el sentido de estar alerta, vigilantes, atentos, despiertos.

 

Es también muy sugerente que el texto una la atención con la oración.

Estar atentos, despiertos, es, tal vez, la forma más elevada de oración.

 

Para la mística podríamos decir que los términos “atención” y “oración” son prácticamente sinónimos.

 

Afirma el sacerdote jesuita, místico francés, Yves Raguin:

 

La actitud fundamental del cristiano consiste en ponerse ante Dios con atención, con la convicción de que sólo en la luz de Dios se puede ver a Dios, y sólo en el amor de Dios, se puede amar a Dios.

 

Cuando estamos atentos, estamos en la Presencia. Es una atención del alma, de la consciencia. Es estar presente en la Presencia. La atención es Presencia. Cuando estoy en la Presencia, no necesito “orar”: soy oración; porque soy uno con el Espíritu y será el Espíritu que orará al Padre.

 

Por eso que la atención es, también, luz.

Un texto extraordinario de Simone Weil:

 

El deseo de luz produce luz. Hay verdadero deseo cuando hay esfuerzo de atención. Es realmente la luz lo que se desea cuando cualquier otro móvil está ausente. Aunque los esfuerzos de atención fuesen durante años aparentemente estériles, un día, una luz exactamente proporcional a esos esfuerzos inundará el alma. Cada esfuerzo añade un poco más de oro a un tesoro que nada en el mundo puede sustraer.

 

Todo esfuerzo de atención, vale la pena. El mínimo esfuerzo vale la pena. Tal vez es el único esfuerzo que estamos llamados a hacer. Cuando estamos atentos, despiertos, todo se va iluminando.

En la atención espiritual todo se resume y concentra. Donde hay atención, hay presencia, amor, luz, compasión, escucha, perdón.

 

La monja budista Pema Chödrön lo explica así: “la palabra atención señala el hecho de ser uno con nuestra experiencia, de no estar disociados, de estar allí mismo cuando nuestra mano toca la manilla de la puerta, cuando suena el teléfono o surgen todo tipo de sentimientos. La palabra atención describe el hecho de estar donde estamos.

 

Termino con un cuento zen y su característico estilo sobrio y tajante:

 

Un día un hombre del pueblo le dijo al Maestro Zen Ikkyu: «Maestro, ¿podría escribirme algunas máximas de la más alta sabiduría?» Ikkyu inmediatamente tomó su pincel y escribió la palabra «Atención». «¿Eso es todo?» preguntó el hombre. «¿No agregarás algo más?» Ikkyu luego escribió dos veces seguidas: «Atención, Atención». «Bueno», comentó el hombre bastante irritado, «realmente no veo mucha profundidad o sutileza en lo que acabas de escribir». Entonces Ikkyu escribió la misma palabra tres veces seguidas: «Atención. Atención. Atención.» Medio enojado, el hombre exigió: «¿Qué significa esa palabra, «Atención» de todos modos?»

E Ikkyu respondió, suavemente: «Atención significa atención».

 

 

 

 

 

 

 

 

sábado, 23 de noviembre de 2024

Juan 18, 33-37

 


 

En este último domingo del tiempo ordinario, celebramos la fiesta de Jesucristo Rey del Universo y la liturgia nos presenta un extracto del proceso a Jesús, en el evangelio de Juan. En este texto se da una tensión dinámica entre la realeza y la verdad.

 

Según Juan, Jesús es rey y vino a dar testimonio de la verdad.

 

¿Cómo comprender el texto?

 

La filosofía nos dice que los trascendentales del Ser son cuatro: unidad, verdad, bondad y belleza.

 

Trascendentales: que nos superan y que conforman la realidad de una forma inherente, universal y esencial. Son propiedades del Ser que se reflejan en toda la realidad.

 

¿Por qué es importante comprender esto?

 

Para evitar caer en la incoherencia y estupidez de creer, por ejemplo, que “yo tengo la verdad”. Es nuestro tema.

 

La creencia de poseer la verdad es, tal vez, la causa principal de los conflictos entre las personas, los pueblos y las religiones.

La verdad no se puede poseer, como no se pueden poseer la unidad, la bondad y la belleza.

Es al revés: la verdad, la unidad, la bondad y la belleza te poseen a ti; te conforman, te sostienen, te definen en tu esencia y más allá de ti.

 

Nosotros, como seres humanos, estamos participando de la Verdad, la Unidad, la Bondad y la Belleza y estamos participando desde nuestras limitaciones y nuestra finitud.

Son como el trasfondo de la existencia, el telón de fondo que, paradójicamente, nos supera completamente por un lado y nos sostiene y define, por el otro.

 

Cuando el evangelio nos dice que Jesús es rey y es la verdad, ¿Cómo debemos entenderlo?

 

Entenderlo desde lo mental es un error, error que nos llevó al dogmatismo y fanatismo.

Debemos hacer el esfuerzo, y pedir la gracia, de entender desde el Espíritu.

 

¿Cómo una mente humana, tan limitada, condicionada, herida, puede encerrar “La Verdad” en un lenguaje y unos conceptos?

Lo mismo ocurre con La Bondad, La Unidad, La Belleza.

 

Seamos humildes y abrámonos sin miedo al Espíritu.

 

Jesús es rey porque es dueño de sí mismo: superó las ataduras del ego y de las emociones. Jesús llega a tal punto de libertad y de entrega, que ya trascendió el miedo y puede amar hasta el final: “Nadie me quita la vida, sino que la doy por mí mismo” (Jn 10, 18). Jesús es rey, porque nos abrió el camino y nos libera.

 

Jesús es la verdad en el sentido de la fidelidad a sí mismo y a su misión. Por eso dice: “Para esto he nacido y he venido al mundo: para dar testimonio de la verdad” (18, 37).

 

¿Cómo dar testimonio de la verdad?

Siendo verdaderos. Siendo fieles a nosotros mismos. Siendo coherentes. Siendo el amor que somos y que estamos llamados a ser.

 

Jesús es fiel y coherente hasta el fondo de su ser: por eso “La Verdad” puede brillar en su vida, en sus gestos, en su entrega.

 

Entonces comprendemos cabalmente la extraordinaria conexión que el evangelista hace entre realeza y verdad.

 

Jesús es rey y es verdad, porque deja que La Verdad, La Bondad, La Unidad, La Belleza, resplandezcan a través de su humanidad y su transparencia.

 

El Misterio de Dios – Verdad, Bondad, Unidad, Belleza – Uno y Único, resplandece en cada cual de manera distinta, tomando el color de la cultura, las religiones y todo lo demás.

 

Abrámonos al Misterio sin miedo. Dejemos atrás la compulsividad mental de querer poseerlo y manipularlo.

El Misterio divino, en su Verdad, Bondad, Unidad y Belleza, no necesita tampoco ser defendido ni conservado por nuestras doctrinas y conceptos. Se defiende solo.

Como dice muy bellamente esta cita que se atribuye a San Agustín pero que, en realidad, parece ser del pastor evangélico Charles Haddon Spurgeon: “La Verdad es como un león. No tienes que defenderla. Déjala suelta. Se defenderá sola.

 

 

 

 

 

 

 

sábado, 16 de noviembre de 2024

Marcos 13, 24-32

 



Nos acercamos al tiempo de Adviento y la liturgia nos va presentando los textos que nos hablan metafóricamente del “fin del mundo” y de la “segunda venida de Cristo”: es el famoso y complejo “genero apocalíptico”, presente en este capítulo trece de Marcos y al cual la Escritura dedica todo el libro del Apocalipsis. Es un género literario que se sirve de símbolos, metáforas, imágenes, números, para revelarnos algo misterioso: revelación es, justamente, el significado del término griego “apocalipsis”.

 

Una de las técnicas literarias del género apocalíptico es la catástrofe: si desconocemos el género literario, corremos el peligro – y de hecho ocurrió y ocurre – de tomar a la letra las expresiones catastróficas y destructoras de los textos y perdemos la clave de lectura del Evangelio que siempre es, como significa la misma palabra, “Buena Noticia”.

 

En el fondo, detrás de los textos apocalípticos, está un maravilloso y simple mensaje: “todo va a estar bien”.

La fabulosa mística inglesa, Juliana de Norwich, sin duda lo había comprendido, cuando escribió: “todo acabará bien, todo acabará bien, y sea lo que sea, acabará bien.”

 

Y en otro lugar nos dice: “no vi ni una pizca de enojo en Dios, en el corto o en el largo plazo.”

 

La clave radica, como siempre, en nuestra capacidad de ver.

 

¿Qué hay detrás del mal, del pecado, del dolor del mundo?

¿Qué hay detrás de mi pecado y de mi dolor?

 

Si nos quedamos en la superficie no captamos la revelación apocalíptica.

 

Jesús nos enseña a ver. Jesús nos comparte su visión.

 

Aprendan esta comparación, tomada de la higuera: cuando sus ramas se hacen flexibles y brotan las hojas, ustedes se dan cuenta de que se acerca el verano” (13, 28): Jesús sabe “leer” la naturaleza, logra ver algo que nosotros no logramos ver.

Jesús sabe que todo es un libro abierto que necesita visión, interpretación, profundidad. Todo es mucho más de lo que parece y en todo, Dios se revela y se oculta, misteriosamente.

 

La realidad es un velo luminoso que dice y no-dice, muestra y esconde.

Dios se revela, ocultándose y se oculta, revelándose.

El camino y el crecimiento espiritual es un camino apocalíptico y la catástrofe que tenemos que vivir, es el derrumbe de nuestro ego – individual y colectivo –, y el derrumbe de nuestra manera superficial, auto-centrada (mirarse el ombligo) e infantil de ver.

 

Brotan las hojas”: empezamos a ver de otra manera. Detrás del “derrumbe”, hay vida, algo nuevo está naciendo.

Dentro del invierno, duerme la primavera: ¿lo podemos ver?

Dentro del dolor, duerme la alegría y se despierta.

Dentro de la muerte, palpita la vida.

Dentro del fracaso, espera un éxito insospechado.

 

“Sus ramas se hacen flexibles”: la vida es flexible, porque la vida fluye, es dinámica. Son los conceptos que son rígidos y fijos. La mente racional y los conceptos no pueden “ver más allá”. Flexibilizar la mente es clave para poder ver la maravilla que se oculta detrás del velo.

 

Por eso, el rol del Espíritu es quebrar nuestra cáscara, derrumbar las paredes que hemos construido para defendernos, y abrir nuestra visión: algo nuevo está naciendo.

 

Siempre algo nuevo está naciendo.

 

Yo hago nuevas todas las cosas”, nos dice justamente, hacia su final, el libro del Apocalipsis (21, 5), como para decir: ¡no hay final!

 

Todo pasa, todo cambia. Nuestro texto lo dice así: “El cielo y la tierra pasarán”.

Es la famosa impermanencia que nos recuerda el budismo. Es el “cambia, todo cambia” de Mercedes Sosa.

 

¿Qué es, entonces, lo que permanece?

¿Hay algo que permanece?

 

Marcos pone en los labios de Jesús: “mis palabras no pasarán” (13, 31).

 

Hay algo que no pasa, por cierto. Debemos entender también estas palabras en clave metafórica, apocalíptica, profunda.

 

¿Qué se esconde detrás de las palabras?

 

El Silencio Creador, el Espacio Vacío, la Consciencia Una.

 

Es el Misterio Infinito que llamamos Dios y que se revela en todo lo que pasa.

 

Apuntemos ahí. Como hizo Juliana de Norwich. Ella vio y nosotros podemos ver, como ella.

 

Debemos alegrarnos grandemente de que Dios habite en nuestra alma, y debemos alegrarnos más aún de que nuestra alma habite en Dios. Nuestra alma es creada para ser la morada de Dios, y la morada de nuestra alma es Dios, el Increado. Es gran inteligencia ver y conocer interiormente que Dios, que es nuestro creador, habita en nuestra alma, y es una inteligencia mayor ver y saber interiormente que nuestra alma, que es creada, habita en Dios en substancia, substancia por la cual, a través de Dios, nosotros somos lo que somos.

 

sábado, 9 de noviembre de 2024

Marcos 12, 38-44


 

Debemos aprender a ser honestos. Siempre y en cualquier circunstancia: es el único camino de crecimiento.

 

Ser honestos con el texto de hoy significa no evadirnos de su fuerza, su verdad, su actualidad.

 

Trasladando el texto al hoy, podría, sin duda, sonar así: “Cuídense de los obispos, los sacerdotes, los políticos, a quienes les gusta pasearse con largas vestiduras, ser saludados en las plazas y ocupar los primeros asientos en las iglesias y los banquetes… en la televisión y en las redes sociales…”

 

Siempre es importante y sano, aplicarnos el evangelio a nosotros mismos, dejándonos cuestionar y siendo conscientes que, estas palabras, aunque dirigidas especialmente a las autoridades, son para todos.

La denuncia de Jesús, como les movió el piso a los escribas y doctores de la ley de su tiempo, nos tiene que mover el piso a nosotros, hoy. Las tajantes palabras de Jesús nos invitan a revisar nuestras actitudes y a reconocer nuestro ego y nuestras necesidades básicas.

Todo eso consiste, lo vuelvo a repetir, en un trabajo de honestidad.

 

En un nivel básico de nuestro ser, necesitamos ser reconocidos y valorados. Cuando un niño, en su primera infancia, no es reconocido y no es valorado, llevará una herida profunda que necesitará ser también reconocida y sanada. Cuando no sanamos esta falta de reconocimiento y apreciación, el ego buscará satisfacer esta necesidad de una forma compulsiva y exagerada. A menudo el ego se concentrará en lo exterior: los títulos, los roles, las vestimentas, los bienes, los aplausos, el éxito, la fama, el poder.

 

Cuando reconocemos esta necesidad básica y sanamos nuestras heridas, nos podremos concentrar en el ser, en nuestra esencia: es la hermosa imagen de la viuda de nuestro texto.

Las viudas, en el tiempo de Jesús, eran una de las franjas sociales más desprotegidas y vulnerables. Esta maravillosa mujer anónima del evangelio, sanó su herida: ya no necesita reconocimiento. No tiene nada y lo tiene todo. Leído metafóricamente, podríamos decir: no necesita nada exterior que la valide ya que, en lo interior reconoce su propia valía. La viuda ya no tiene ego: es puro amor, pura gratuidad reconocida. Es una mujer transformada, una mujer realmente libre.

 

Con frecuencia la vida y los años nos transforman; tendría que ser el proceso normal del camino espiritual, como afirma San Pablo: “aunque nuestro hombre exterior se vaya destruyendo, nuestro hombre interior se va renovando día a día” (2 Cor 4, 16).

 

Con el pasar de los años nos volvemos más sabios: lentamente tomamos consciencia que la plenitud viene desde adentro, que la luz nos habita. Ya no nos importan tanto las opiniones de los demás, los aplausos y los títulos. Soltamos lo exterior y nos volvemos más transparentes a la luz.

 

Podemos acelerar este proceso en nuestro discernimiento y camino espiritual: la viuda nos acompaña.

Todos debemos “enviudar”: conectar con nuestra pobreza y con nuestra soledad, conectar con nuestra vulnerabilidad y transformarnos desde ahí.

 

Cuando la vida nos quita algo, es una bendición.

 

Lo había comprendido cabalmente Bert Hellinger: “La vida te corta las alas y te poda las raíces, hasta que no necesitas ni alas ni raíces, sino solo desaparecer en las formas y volar desde el Ser. La vida te niega los milagros, hasta que comprendes que todo es un milagro. La vida te acorta el tiempo, para que te apures en aprender a vivir. La vida te ridiculiza hasta que te vuelves nada, hasta que te haces nadie, y así te conviertes en todo.

 

Y, mucho antes que él, el justo Job lo expresó así: “Desnudo salí del vientre de mi madre, y desnudo volveré allí. El Señor me lo dio y el Señor me lo quitó: ¡bendito sea el nombre del Señor!”.

 

La viuda, simbólicamente, está muerta: “dio todo lo que poseía, todo lo que tenía para vivir” (12, 44).

La viuda representa, metafóricamente, la muerte del ego.

Podemos leer la experiencia de la viuda en paralelo con el encuentro de Jesús con Nicodemo (Jn 3, 1-21): “Te aseguro que el que no renace de lo alto no puede ver el Reino de Dios”. Se renace, cuando se muere antes. La viuda, muerta a su ego, renació al Espíritu.

Por eso la mística nos invita a “morir antes de morir”: es el miedo más grande de nuestro ego y es el anhelo más grande de nuestra alma. El alma sabe bien, que la muerte del ego se convierte al instante, en la consciencia de la inexistencia de la misma muerte.

 

Escuchemos el anhelo y el ego se callará.

Escuchemos el anhelo y nuestra esencia brillará.

Escuchemos el anhelo y todo se transformará en luz.

 


sábado, 2 de noviembre de 2024

Marcos 12, 28-34


 

Estamos delante de un texto de una importancia capital.

El mensaje esencial que se oculta en el texto, no podemos comprenderlo desde el nivel mental. Por eso los invito a tomarse un tiempito de silencio antes de leer el texto y la reflexión y a leer/escuchar desde el alma y no desde la mente.

 

¿Cuál es el primero de los mandamientos?

¿Amar a Dios o amar al prójimo?

 

Son preguntas que encierran un falso problema y Jesús lo sabe.

 

Por eso que su respuesta arranca con la fundamental cita de Deuteronomio 6, 4: “Escucha, Israel: el Señor, nuestro Dios, es el único Señor. Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas.

 

Es el famoso “Shema, Israel, Adonai eloheinu, Adonai ejad.

El texto hebreo es contundente: Dios es Uno y Único. No hay nada afuera de Él.

Nos adentramos en el gran tema del teísmo y de su superación.

Intentaré explicarlo lo mejor que puedo. Lean desde su alma.

 

¿Qué es el teísmo?

 

En pocas palabras: es la forma de comprender a Dios como un Ser Omnipotente y separado del mundo que interviene desde afuera en la creación. El dios del teísmo se nutre de imágenes y conceptos humanos y es, en el fondo, un dios hecho a nuestra medida.

Esta visión ya no tiene cabida y es, en el fondo, la raíz de la crisis religiosa de la humanidad.

 

La consciencia evoluciona. Como hay una evolución de la consciencia individual – la manera de ver y comprender al mundo no es la misma en la niñez que en la adultez – también hay una evolución colectiva y cósmica.

 

El Espíritu conduce esta evolución y cuando la humanidad y las religiones se empecinan en su ceguera y en no abrirse al Espíritu, más nos quedamos aislados y retardamos la manifestación de la redención y de la plenitud divina en el mundo.

 

Uno de los autores más lúcidos sobre el tema fue el obispo episcopaliano estadounidense John Shelby Spong (1931-2021): un iluminado y un profeta. Escribe:

 

El teísmo como forma de definir a Dios ha muerto. Ya no puede entenderse a Dios de forma creíble como un ser con poder sobrenatural, que vive por encima del cielo y está listo para interferir en la historia humana periódicamente, a fin de hacer cumplir su divina voluntad. Por tanto, hoy, la mayor parte de lo que se dice sobre Dios no tiene sentido. Debemos encontrar un nuevo modo de conceptualizar a Dios y de hablar sobre Él.

 

Desde siempre la mística fue una crítica del teísmo – a veces implícita, otras explícita –, a partir de la experiencia. Por eso, este es el tiempo de volver de forma colectiva a la mística. Ya no es el tiempo de simples y solas individualidades místicas; es el tiempo del Espíritu, es el tiempo donde la visión mística tiene que permear grupos y comunidades.

 

Cuando hablamos de visión mística, estamos hablando de no-dualidad. La visión mística o no-dual es, justamente, la visión que trasciende al teísmo. Es la visión de Jesús, la visión de lo Uno y lo Único que abraza, asume y trasciende la dualidad. Es la visión y la experiencia de centenares de místicos cristianos a lo largo de la historia: ¡es el momento de volver a escuchar su voz!

 

Lo Uno y lo Único, es el fundamento, la raíz y el sostén de lo Real.

 

¿Amar a Dios o al prójimo?

 

Falso problema, porque no hay un dios separado del prójimo. No hay un dios por un lado y el ser humano o la creación por otro. El Amor todo lo abarca y todo lo sostiene. Lo Uno y Único todo lo abarca y todo lo sostiene. Por eso que el Amor es lo Único Real: el Amor Uno y Único que se revela y manifiesta en el Universo y en cada cosa y cada detalle.

 

Ya la primera carta de Juan lo había dicho, pero somos “duros de entendimiento”, como los discípulos de Emaús:

 

El que dice: «Amo a Dios», y no ama a su hermano, es un mentiroso. ¿Cómo puede amar a Dios, a quien no ve, el que no ama a su hermano, a quien ve? Este es el mandamiento que hemos recibido de él: el que ama a Dios debe amar también a su hermano” (1 Juan 4, 20-21).

 

La genial respuesta de Jesús a la pregunta del escriba abarca, en un mismo y tierno abrazo, esta visión mística: el Amor es Uno, es lo Único que hay, pero se manifiesta en las diferencias. Cuando se ama, se ama todo y para siempre. Amar, es siempre amar la totalidad: no hay parcialidad en el amor.

Amar a una flor es amar a la creación entera. Amar a Dios significa amar a cada revelación de Su Esencia amorosa: cada ser humano, cada hilo de hierba, cada suspiro, cada sonrisa, cada pajarito, cada atardecer, cada luna y cada brisa, cada anhelo, cada dolor, cada esperanza, cada caída, cada avance, cada noche y cada color, cada cultura, cada religión, cada idioma y cada letra, cada canción, cada arte, cada música y melodía, cada tiempo y proceso, cada espacio y cada vacío, cada alimento y cada olor, cada nacimiento y cada muerte.

 

Dejémonos enamorar por esta visión. No intentemos comprenderla racionalmente: no se puede, porque no es la función de la razón. La razón nos servirá después – y solo después – para intentar dar forma a la experiencia mística y sublime de la Luz y de la Unidad.

 

Cierro con una perla de la mística hebrea, la cual se sirve de la gematría, la ciencia que asocia las letras a los números.

 

La palabra EJAD (uno/único) tiene gematría 13

La palabra AHAVA (amor) tiene gematría 13.

La palabra BOHU (vacío) tiene gematría 13.

 

Lo UNO/UNICO es AMOR, el AMOR es UNO/UNICO.

Somos un VACÍO que el AMOR llena y amar es vaciarse, para volver a lo UNO/UNICO.

 

Jesús, sin duda, lo sabía.

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