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sábado, 9 de noviembre de 2024

Marcos 12, 38-44


 

Debemos aprender a ser honestos. Siempre y en cualquier circunstancia: es el único camino de crecimiento.

 

Ser honestos con el texto de hoy significa no evadirnos de su fuerza, su verdad, su actualidad.

 

Trasladando el texto al hoy, podría, sin duda, sonar así: “Cuídense de los obispos, los sacerdotes, los políticos, a quienes les gusta pasearse con largas vestiduras, ser saludados en las plazas y ocupar los primeros asientos en las iglesias y los banquetes… en la televisión y en las redes sociales…”

 

Siempre es importante y sano, aplicarnos el evangelio a nosotros mismos, dejándonos cuestionar y siendo conscientes que, estas palabras, aunque dirigidas especialmente a las autoridades, son para todos.

La denuncia de Jesús, como les movió el piso a los escribas y doctores de la ley de su tiempo, nos tiene que mover el piso a nosotros, hoy. Las tajantes palabras de Jesús nos invitan a revisar nuestras actitudes y a reconocer nuestro ego y nuestras necesidades básicas.

Todo eso consiste, lo vuelvo a repetir, en un trabajo de honestidad.

 

En un nivel básico de nuestro ser, necesitamos ser reconocidos y valorados. Cuando un niño, en su primera infancia, no es reconocido y no es valorado, llevará una herida profunda que necesitará ser también reconocida y sanada. Cuando no sanamos esta falta de reconocimiento y apreciación, el ego buscará satisfacer esta necesidad de una forma compulsiva y exagerada. A menudo el ego se concentrará en lo exterior: los títulos, los roles, las vestimentas, los bienes, los aplausos, el éxito, la fama, el poder.

 

Cuando reconocemos esta necesidad básica y sanamos nuestras heridas, nos podremos concentrar en el ser, en nuestra esencia: es la hermosa imagen de la viuda de nuestro texto.

Las viudas, en el tiempo de Jesús, eran una de las franjas sociales más desprotegidas y vulnerables. Esta maravillosa mujer anónima del evangelio, sanó su herida: ya no necesita reconocimiento. No tiene nada y lo tiene todo. Leído metafóricamente, podríamos decir: no necesita nada exterior que la valide ya que, en lo interior reconoce su propia valía. La viuda ya no tiene ego: es puro amor, pura gratuidad reconocida. Es una mujer transformada, una mujer realmente libre.

 

Con frecuencia la vida y los años nos transforman; tendría que ser el proceso normal del camino espiritual, como afirma San Pablo: “aunque nuestro hombre exterior se vaya destruyendo, nuestro hombre interior se va renovando día a día” (2 Cor 4, 16).

 

Con el pasar de los años nos volvemos más sabios: lentamente tomamos consciencia que la plenitud viene desde adentro, que la luz nos habita. Ya no nos importan tanto las opiniones de los demás, los aplausos y los títulos. Soltamos lo exterior y nos volvemos más transparentes a la luz.

 

Podemos acelerar este proceso en nuestro discernimiento y camino espiritual: la viuda nos acompaña.

Todos debemos “enviudar”: conectar con nuestra pobreza y con nuestra soledad, conectar con nuestra vulnerabilidad y transformarnos desde ahí.

 

Cuando la vida nos quita algo, es una bendición.

 

Lo había comprendido cabalmente Bert Hellinger: “La vida te corta las alas y te poda las raíces, hasta que no necesitas ni alas ni raíces, sino solo desaparecer en las formas y volar desde el Ser. La vida te niega los milagros, hasta que comprendes que todo es un milagro. La vida te acorta el tiempo, para que te apures en aprender a vivir. La vida te ridiculiza hasta que te vuelves nada, hasta que te haces nadie, y así te conviertes en todo.

 

Y, mucho antes que él, el justo Job lo expresó así: “Desnudo salí del vientre de mi madre, y desnudo volveré allí. El Señor me lo dio y el Señor me lo quitó: ¡bendito sea el nombre del Señor!”.

 

La viuda, simbólicamente, está muerta: “dio todo lo que poseía, todo lo que tenía para vivir” (12, 44).

La viuda representa, metafóricamente, la muerte del ego.

Podemos leer la experiencia de la viuda en paralelo con el encuentro de Jesús con Nicodemo (Jn 3, 1-21): “Te aseguro que el que no renace de lo alto no puede ver el Reino de Dios”. Se renace, cuando se muere antes. La viuda, muerta a su ego, renació al Espíritu.

Por eso la mística nos invita a “morir antes de morir”: es el miedo más grande de nuestro ego y es el anhelo más grande de nuestra alma. El alma sabe bien, que la muerte del ego se convierte al instante, en la consciencia de la inexistencia de la misma muerte.

 

Escuchemos el anhelo y el ego se callará.

Escuchemos el anhelo y nuestra esencia brillará.

Escuchemos el anhelo y todo se transformará en luz.

 


sábado, 2 de noviembre de 2024

Marcos 12, 28-34


 

Estamos delante de un texto de una importancia capital.

El mensaje esencial que se oculta en el texto, no podemos comprenderlo desde el nivel mental. Por eso los invito a tomarse un tiempito de silencio antes de leer el texto y la reflexión y a leer/escuchar desde el alma y no desde la mente.

 

¿Cuál es el primero de los mandamientos?

¿Amar a Dios o amar al prójimo?

 

Son preguntas que encierran un falso problema y Jesús lo sabe.

 

Por eso que su respuesta arranca con la fundamental cita de Deuteronomio 6, 4: “Escucha, Israel: el Señor, nuestro Dios, es el único Señor. Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas.

 

Es el famoso “Shema, Israel, Adonai eloheinu, Adonai ejad.

El texto hebreo es contundente: Dios es Uno y Único. No hay nada afuera de Él.

Nos adentramos en el gran tema del teísmo y de su superación.

Intentaré explicarlo lo mejor que puedo. Lean desde su alma.

 

¿Qué es el teísmo?

 

En pocas palabras: es la forma de comprender a Dios como un Ser Omnipotente y separado del mundo que interviene desde afuera en la creación. El dios del teísmo se nutre de imágenes y conceptos humanos y es, en el fondo, un dios hecho a nuestra medida.

Esta visión ya no tiene cabida y es, en el fondo, la raíz de la crisis religiosa de la humanidad.

 

La consciencia evoluciona. Como hay una evolución de la consciencia individual – la manera de ver y comprender al mundo no es la misma en la niñez que en la adultez – también hay una evolución colectiva y cósmica.

 

El Espíritu conduce esta evolución y cuando la humanidad y las religiones se empecinan en su ceguera y en no abrirse al Espíritu, más nos quedamos aislados y retardamos la manifestación de la redención y de la plenitud divina en el mundo.

 

Uno de los autores más lúcidos sobre el tema fue el obispo episcopaliano estadounidense John Shelby Spong (1931-2021): un iluminado y un profeta. Escribe:

 

El teísmo como forma de definir a Dios ha muerto. Ya no puede entenderse a Dios de forma creíble como un ser con poder sobrenatural, que vive por encima del cielo y está listo para interferir en la historia humana periódicamente, a fin de hacer cumplir su divina voluntad. Por tanto, hoy, la mayor parte de lo que se dice sobre Dios no tiene sentido. Debemos encontrar un nuevo modo de conceptualizar a Dios y de hablar sobre Él.

 

Desde siempre la mística fue una crítica del teísmo – a veces implícita, otras explícita –, a partir de la experiencia. Por eso, este es el tiempo de volver de forma colectiva a la mística. Ya no es el tiempo de simples y solas individualidades místicas; es el tiempo del Espíritu, es el tiempo donde la visión mística tiene que permear grupos y comunidades.

 

Cuando hablamos de visión mística, estamos hablando de no-dualidad. La visión mística o no-dual es, justamente, la visión que trasciende al teísmo. Es la visión de Jesús, la visión de lo Uno y lo Único que abraza, asume y trasciende la dualidad. Es la visión y la experiencia de centenares de místicos cristianos a lo largo de la historia: ¡es el momento de volver a escuchar su voz!

 

Lo Uno y lo Único, es el fundamento, la raíz y el sostén de lo Real.

 

¿Amar a Dios o al prójimo?

 

Falso problema, porque no hay un dios separado del prójimo. No hay un dios por un lado y el ser humano o la creación por otro. El Amor todo lo abarca y todo lo sostiene. Lo Uno y Único todo lo abarca y todo lo sostiene. Por eso que el Amor es lo Único Real: el Amor Uno y Único que se revela y manifiesta en el Universo y en cada cosa y cada detalle.

 

Ya la primera carta de Juan lo había dicho, pero somos “duros de entendimiento”, como los discípulos de Emaús:

 

El que dice: «Amo a Dios», y no ama a su hermano, es un mentiroso. ¿Cómo puede amar a Dios, a quien no ve, el que no ama a su hermano, a quien ve? Este es el mandamiento que hemos recibido de él: el que ama a Dios debe amar también a su hermano” (1 Juan 4, 20-21).

 

La genial respuesta de Jesús a la pregunta del escriba abarca, en un mismo y tierno abrazo, esta visión mística: el Amor es Uno, es lo Único que hay, pero se manifiesta en las diferencias. Cuando se ama, se ama todo y para siempre. Amar, es siempre amar la totalidad: no hay parcialidad en el amor.

Amar a una flor es amar a la creación entera. Amar a Dios significa amar a cada revelación de Su Esencia amorosa: cada ser humano, cada hilo de hierba, cada suspiro, cada sonrisa, cada pajarito, cada atardecer, cada luna y cada brisa, cada anhelo, cada dolor, cada esperanza, cada caída, cada avance, cada noche y cada color, cada cultura, cada religión, cada idioma y cada letra, cada canción, cada arte, cada música y melodía, cada tiempo y proceso, cada espacio y cada vacío, cada alimento y cada olor, cada nacimiento y cada muerte.

 

Dejémonos enamorar por esta visión. No intentemos comprenderla racionalmente: no se puede, porque no es la función de la razón. La razón nos servirá después – y solo después – para intentar dar forma a la experiencia mística y sublime de la Luz y de la Unidad.

 

Cierro con una perla de la mística hebrea, la cual se sirve de la gematría, la ciencia que asocia las letras a los números.

 

La palabra EJAD (uno/único) tiene gematría 13

La palabra AHAVA (amor) tiene gematría 13.

La palabra BOHU (vacío) tiene gematría 13.

 

Lo UNO/UNICO es AMOR, el AMOR es UNO/UNICO.

Somos un VACÍO que el AMOR llena y amar es vaciarse, para volver a lo UNO/UNICO.

 

Jesús, sin duda, lo sabía.

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