sábado, 27 de diciembre de 2025

Mateo 2, 13-15.19-23


 

El relato de hoy parece no tener fundamento histórico. Hay consenso común en los estudiosos en reconocer que la huida de José, María y Jesús a Egipto nunca ocurrió.

Nos encontramos frente al clásico recurso exegético de Mateo que, entre otras cosas y para confirmar todo eso, es el único evangelista que relata la huida a Egipto.

Mateo, arraigado al judaísmo, quiere anclar el evento Jesús de Nazaret a la Escritura y a las profecías. Por eso, es el evangelista que más cita la Primera Alianza (el Antiguo Testamento) para mostrarnos que Jesús es el Mesías esperado por Israel. En el texto de hoy quiere conectar Oseas 11, 1: “Cuando Israel era niño, yo lo amé, y de Egipto llamé a mi hijo” con Jesús, y por eso aplica a Jesús lo que Oseas aplicaba al pueblo de Israel: “Desde Egipto llamé a mi hijo” (2, 15).

 

No hay motivos para escandalizarnos. Debemos simplemente comprender. Ya los decía el genio de Spinoza: “No llores. No te indignes. Entiende

Como sabemos, los evangelios, no son biografías de Jesús, sino anuncio de fe, testimonios de un encuentro, expresión de una experiencia.

Tomar los textos de forma literal, forzarlos para que entren en nuestros esquemas y creencias y manipularlos, no llevan por mal camino. Sobre todo, corremos el peligro de caer en la hipocresía y la deshonestidad.

 

La misma iglesia reconoce que la Escritura no es “Palabra de Dios”, sino que la contiene y la comunica… es decir, no se puede tomar al pie de la letra. El documento del Concilio, Dei Verbum, nos dice: “inspiradas por Dios y escritas de una vez para siempre, comunican inmutablemente la palabra del mismo Dios” (DV 21).

 

Y la Dei Verbum, en otro lugar, recuerda también que la Palabra de Dios se revela a través de la palabra humana: “las palabras de Dios expresadas con lenguas humanas se han hecho semejantes al habla humana, como en otro tiempo el Verbo del Padre Eterno, tomada la carne de la debilidad humana, se hizo semejante a los hombres.” (DV 13).

 

La palabra humana es frágil, limitada, condicionada y necesita interpretación. La Palabra de Dios se revela a través de esta palabra humana, tan frágil.

 

Así que nada de escandalizarnos: ¡abrámonos al Espíritu! ¡Dejémonos cuestionar! Tengamos la valentía de salir de las creencias e ir en profundidad.

 

¿Cuál es el mensaje que podemos extraer del texto de hoy para nuestro caminar?

 

La inestabilidad de la vida. La vida siempre es inestable, incierta: vamos, venimos, huimos y regresamos. Y no solo físicamente, sino, y sobre todo, existencialmente.

 

Aprender a vivir y aprender a amar, consisten en integrar la inestabilidad. La vida se mueve, el Espíritu se mueve.

 

Cada día es nuevo, cada día estamos invitados a integrar y asumir lo que aparece.

Nuestra historia está repleta de pasajes complejos, cambios existenciales, revoluciones psíquicas y espirituales.

 

Las creencias de cualquier tipo y color, intentan aquietar el miedo existencial frente a la inestabilidad, a los cambios, a lo nuevo y desconocido. A veces las creencias son útiles y necesarias, especialmente en algunas etapas de la vida, pero para los que quieran crecer y enfrentar el vértigo de la libertad, llega un punto donde el Espíritu pide soltar las creencias. El evangelio lo sugiere, por ejemplo, con la imagen del mar: “Navega mar adentro, y echen las redes” (Lc 5, 4), le dice Jesús a Simón Pedro.

 

Es lo que el texto de hoy nos quiere también decir. A través del relato simbólico de la huida y el regreso de José, María y Jesús, el Espíritu nos sugiere: ¡navega mar adentro! Suelta las anclas, suelta los miedos y las creencias… vive el vértigo de la libertad, vive la aventura de la vida, vive el riesgo del amor.

 

 

 

 

 

sábado, 20 de diciembre de 2025

Mateo 1, 18-24


 


Estamos muy cerca de la Navidad y hoy celebramos la fiesta de la maternidad de María. El texto evangélico nos presenta el relato de la anunciación en la versión de Mateo. La versión más conocida es la de Lucas. Solo Mateo y Lucas relatan la anunciación.

 

Enrique Martínez Lozano subraya y nos recuerda algo importante:

 

El Osiris egipcio, “el dios hecho hombre” anunciado por una estrella, nace de una virgen el 25 de diciembre. El dios frigio Attis, llamado “el Salvador”, “el Buen Pastor” y el “Hijo de Dios” nacía de una virgen, Nana, el 25 de diciembre. Del mismo modo, Dionisos nacía de la virgen Semele, en un pesebre, un 25 de diciembre. También Heracles nace de una virgen en esa misma fecha. El propio Buda nacía de la virgen Maya también el 25 de diciembre. Krishna, segunda persona de la trinidad hindú, nació de la virgen Devaki, en una cueva establo iluminada por una estrella donde las vacas lo adoraban.

 

Cada cual saque sus propias conclusiones y siga, con la mayor honestidad posible, su consciencia.

 

Creo que es tiempo de madurar en la fe y dejarnos cuestionar por el evangelio y su mensaje; mensaje que es mucho más profundo y actual del texto exterior y literal. Si somos honestos y dejamos a un lado los prejuicios, las creencias infantiles y los miedos, el Espíritu nos guiará a desentrañar las profundidades de los textos, las metáforas, los símbolos: el evangelio brillará de una nueva luz, se nos abrirá otro nivel de comprensión y nuestra vida se transformará.

 

Nuestro texto nos regala muchas pistas para seguir creciendo y profundizando.

 

El tema de la confianza recorre todo el texto. María y José se ven desbordados por los acontecimientos. No entienden, el Misterio los sorprende y los supera.

 

La reacción de María y de José es muy humana, muy “nuestra”.

 

¿Cuántas veces hacemos la experiencia del Misterio que nos supera?

¿Cuántas veces experimentamos la incomprensibilidad de los acontecimientos?

 

María y José responden desde la confianza y la entrega.

 

Al despertar, José hizo lo que el Ángel del Señor le había ordenado: llevó a María a su casa” (1, 24).

 

El “despertar” de José lo podemos leer en clave simbólica: José despierta desde la confianza en el Misterio. Y actúa. La confianza y el despertar llevan a la acción, a la acción correcta y adecuada. El despertar de José no es intelectual, sino vivencial. José, posiblemente, sigue sin comprender, pero entra en un estado de paz y confianza que lo llevan a actuar.

 

Estar despiertos – iluminados, resucitados – no significa que comprendamos todo. Seguimos siendo humanos: frágiles y limitados.

Estar despiertos nos abre al Misterio desde la rendición y la confianza: logramos “ver” una Presencia invisible y amorosa que todo lo sostiene. Nos entregamos y actuamos con entusiasmo y desapego, soltando la necesidad de controlarlo todo.

 

Desde la perspectiva cristiana es la experiencia del Espíritu que, no es casualidad, es el protagonista oculto del texto.

 

El Espíritu actúa en María y en José. El Espíritu actúa en el embarazo de María y en el niño. No logramos descifrar su Presencia humilde y discreta. El Espíritu actúa en sincronía con nuestra psique, nuestra historia, nuestra carne y nuestra sangre. Actúa desde dentro y desde afuera. Actúa silencioso. Habla poco y su voz es un susurro. Actúa desde y en nuestra libertad. Actúa desde y en nuestro anhelo. Actúa mezclado a nuestros sentimientos y emociones. Actúa también desde nuestro rechazo, en nuestros procesos y lentitudes.

 

Termino corrigiendo a Mateo y volviendo a la importancia de la honestidad.

Mateo citando a Isaías dice: “La Virgen concebirá y dará a luz un hijo a quien pondrán el nombre de Emanuel” (1, 23).

En realidad, el texto hebreo original de Isaías no dice “virgen”, sino “joven”: “la joven está embarazada y dará a luz un hijo, y lo llamará con el nombre de Emanuel” (Is 7, 14).

Isaías, obviamente, no está pensando en Jesús. Posiblemente está pensando en Ezequías, hijo del rey Acaz.

Mateo fuerza el texto para dar una interpretación cristológica.

Desde la perspectiva cristiana es legítimo interpretar cristológicamente la Escritura; lo que no es honesto es la manipulación de los textos.

 

Aprendamos de María y de José esta honestidad radical. Aprendamos del Espíritu esta honestidad. El Espíritu se abre camino y nos ilumina cuando somos honestos, auténticos, valientes.

 

 

 

 

sábado, 13 de diciembre de 2025

Mateo 11, 2-11


Juan Bautista, figura clave del Adviento, está en la cárcel y manda a preguntar a Jesús: “¿Eres tú el que ha de venir o debemos esperar a otro?” (11, 3).

La respuesta de Jesús es importante, diría esencial, porque nos da la clave de lectura de todo su ministerio y su enseñanza.

Jesús no responde desde la teología, no responde citando doctrinas, no responde con criterios morales.

Jesús, antes que nada, invita a ver, a transmitir una experiencia: “Vayan a contar a Juan lo que ustedes oyen y ven” (11, 4) … digan lo que están viendo, digan lo que oyen, digan lo que están experimentando. Gran sabiduría y gran advertencia para nosotros hoy: ¿hablamos de Dios a partir de una experiencia personal o a partir de creencias preestablecidas, de conceptos, de ideas?

 

Jesús continua: “los ciegos ven y los paralíticos caminan; los leprosos son purificados y los sordos oyen; los muertos resucitan y la Buena Noticia es anunciada a los pobres” (11, 5).

 

Jesús responde a Juan con el criterio de la vida: ¡esta es la clave!

Jesús manda a decir a Juan: mira como la vida vuelve a florecer, mira como brota vida nueva por todos lados, presta atención a la dinámica siempre nueva de la vida.

Esta es la enseñanza y la práctica clave de Jesús. Jesús levanta la vida, insufla vida, devuelve vida, está atento al florecer de la vida, indica donde amanece la vida. Este es el signo por excelencia.

Donde hay vida, ahí Dios está actuando, ahí el Reino se hace presente y se experimenta; y donde la vida flaquea, el Reino inserta aire nuevo, aire fresco.

Resuenan las palabras del evangelio de Juan: “Yo vine para que tengan vida y la tengan en abundancia” (10, 10).

 

Jesús es un amante de la vida y ama esta vida: disfruta de las comidas y de las fiestas, disfruta de la amistad y de los encuentros, disfruta del contacto con los niños, ama y disfruta de la creación. El rabino de Nazaret queda extasiado frente a la belleza de los lirios del campo, la libertad de los pájaros del cielo, el prodigio de la levadura leudando la harina, la entrega radical de una viuda.

 

Jesús nos enseña a valorar y amar la vida, así como es, así como viene. Nos enseña a amar también las zonas oscuras, las sombras, lo frágil. Jesús recibe la vida como viene – como toda sabiduría enseña – y, desde lo que hay y lo que es, la asume, la transforma, la ilumina.

 

¿No es hermoso comprender y vivir así el evangelio y las enseñanzas del maestro de Nazaret?

 

Iluminar lo que hay, soplar vida en lo poco y lo frágil. Asumir lo que viene, amar la sombra. Levantar la vida, sembrar alegría, contagiar entusiasmo.

 

¡Eso hace Jesús, eso enseña! A eso estamos llamados e invitados.

 

Jesús es también el hombre que cuestiona, que nos pone en crisis. Es el hombre de las preguntas. Jesús desafía a la multitud: “¿Qué fueron a ver?” (11, 8).

 

¿Qué fueron a buscar? ¿Qué están buscando? ¿Por qué fueron a ver a Juan al desierto?

 

Jesús nos cuestiona sobre nuestras intenciones y nuestros ¿por qués?

 

Esta actitud cuestionadora y provocadora de Jesús y del evangelio, es muy actual y muy necesaria también hoy.

La sociedad vive en piloto automático. A menudo, también los que estamos en un camino de búsqueda y de crecimiento, caemos en una rutina apurada y sin sentido. Hasta la oración pueden convertirse en un automatismo vacío y hasta el amor puede degenerar en activismo o manipulación.

 

El Espíritu nos cuestiona, cuestiona nuestra honestidad e intenciones.

 

¿Qué estoy buscando en mi vida?

¿Por qué hago lo que hago?

 

Este tiempo de Adviento que nos prepara a la Navidad, es un tiempo oportuno para detenernos y estar atentos a la vida que florece a nuestro alrededor y para dejarnos cuestionar por las preguntas claves de Jesús y del evangelio.

 

sábado, 6 de diciembre de 2025

Mateo 3, 1-12


 


En este segundo domingo de Adviento se nos presenta la figura de Juan Bautista y su tajante invitación a la conversión.

Me parece muy sugerente la imagen del árbol cortado: “El hacha ya está puesta a la raíz de los árboles: el árbol que no produce buen fruto será cortado y arrojado al fuego” (3, 10).

 

Esta metáfora empalma a la perfección con el texto de Isaías de la primera lectura: “Saldrá una rama del tronco de Jesé y un retoño brotará de sus raíces” (11, 1).

 

Hacha, tronco, raíz, fruto: intentemos conectar estas imágenes y dejémonos sorprender y cuestionar por los importantes mensajes que se desprenden.

 

El tronco de Jesé habla de un “resto”: ¿Qué resta de un árbol cortado? Un tronco. La categoría bíblica del “resto” es central en la visión y la teología bíblica. Siempre queda un resto. Cuando las cosas se ponen mal, cuando la humanidad pierde el rumbo, cuando Dios corrige a su pueblo, “algo queda”: es el famoso resto, un resto que volverá a dar vida, un resto que expresará la fidelidad de Dios. Después del diluvio, resta Noé. Después de la deportación del pueblo a Babilonia, queda un resto: el “resto de Israel”. Y así sucesivamente.

Isaías, fiel a la categoría teológica del “resto”, nos presenta la imagen del tronco de Jesé, padre del rey David: la dinastía de David parece extinguirse. Asiria invade Israel y del pueblo parece no quedar nada, sino solo un tronco sin vida. Pero, de este tronco, surgirá un retoño, vida nueva. Los cristianos leemos este retoño en clave cristológica: del tronco, aparentemente muerto, brota el Mesías, Jesús de Nazaret, descendiente de David.

 

Resta un tronco, resta poco: de este poco, habrá vida. De lo que resta, Dios seguirá generando vida.

Jesús, empapado por esta sabiduría y experiencia, seguirá con esta enseñanza: de lo poco, de lo que resta, se engendra vida. Jesús trabaja con los restos: cinco panes y dos pescados, seis tinajas de agua sucia, doce apóstoles, un grano de mostaza, poca levadura en la masa. Jesús nos muestra que, desde un resto y desde lo poco, la vida brota, crece y se multiplica.

Isaías reafirmará esta idea con las famosas metáforas: el Mesías “no romperá la caña quebrada ni apagará la mecha que arde débilmente” (42, 3).

Aprendamos entonces a valorar lo pequeño y lo poco, a valorar nuestros restos: nuestra fragilidad, el poco tiempo, la pocas fuerzas, los pocos recursos, los pocos talentos. El resto, amado y ofrecido, brotará en vida abundante y fecunda.

 

Esta misma vida abundante que, a menudo y paradójicamente, se nos presenta en forma de hacha: la vida nos corta, nos poda. Lo sabemos y lo experimentamos. Las experiencias de dolor, de perdidas, nos dejan como un simple y pobre tronco. A veces queda poco y lo que queda parece muerto… pero la vida resurge. La vida rebrota continuamente: ¡esta es la resurrección! Desde dentro, hasta desde dentro de la muerte, la vida resurge. ¿Por qué? Porque la raíz nunca muere. El hacha de Juan Bautista, en realidad, nunca llega a la raíz. Un hacha nunca puede llegar a la raíz. Juan, fiel a su estilo profético, quiere subrayar la importancia de dar fruto. Jesús recuperará esta urgencia: “Al ver una higuera cerca del camino, se acercó a ella, pero no encontró más que hojas. Entonces le dijo: «Nunca volverás a dar fruto». Y la higuera se secó de inmediato.” (Mt 21, 19).

Podemos entonces leer nuestra existencia como una invitación a la vida y a una vida fecunda. Una hermosa invitación a dar fruto. Todo lo que nos ocurre, nos invita a descubrir y redescubrir, la raíz divina que somos y que nos habita.

 

Siempre recomenzar, siempre adelante. Siempre naciendo de nuevo, como retoños del Espíritu. Siempre brotando con fuerza, como una flor entre las grietas del hormigón.

Siempre naciendo, una y otra vez, de lo que queda, de lo que resta. Naciendo de nuevo de nuestra raíz: el Espíritu.

 

Es la invitación que Jesús le hizo un día a Nicodemo: “Te aseguro que el que no renace de lo alto no puede ver el Reino de Dios” (Jn 3, 3).

 

 

 

 

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