En el texto de hoy, el evangelista, entrelaza dos relatos de milagros: la sanación de una mujer con hemorragias y la resurrección de la hija de Jairo.
El mensaje esencial que está detrás de los dos relatos es el mismo: Jesús es vida. Donde llega la presencia de Jesús, la vida se sana, la vida renace, la vida florece.
¡Extraordinario y conmovedor mensaje!
En los dos casos descubrimos la central referencia a la sangre que, en la cultura bíblica, representa justamente la vida.
Dice el libro del Levítico:
“Porque la vida de la carne está en la sangre, y yo mismo les he puesto la sangre sobre el altar, para que les sirva de expiación, ya que la sangre es la que realiza la expiación, en virtud de la vida que hay en ella. Por eso dije a los israelitas: «Ninguno de ustedes comerá sangre, ni tampoco lo hará el extranjero que resida en medio de ustedes».” (Lev 17, 11-12).
La hemorroisa que pierde sangre, está perdiendo la vida; la vida se le está yendo de las manos. Su vida ya no tiene sentido, no tiene futuro. Ya no hay pasión, ganas de vivir.
Marcos nos dice algo curioso sobre la enferma: “Había sufrido mucho en manos de numerosos médicos y gastado todos sus bienes sin resultado; al contrario, cada vez estaba peor”; es lo que ocurre a menudo también hoy en día. Los médicos y la medicina muchas veces no tienen la solución, y los motivos pueden ser variados: superficialidad, negligencia, saturación del sistema, presión de la industria farmacéutica.
La mujer encuentra en el maestro de Nazaret una esperanza, una luz y, tal vez, su último recurso. Y se atreve: se atreve a “tocar el manto” de Jesús.
¿Será el mismo manto, la misma túnica, que Jesús vestía camino al Calvario?
¿La misma túnica de una sola pieza?
“Después que los soldados crucificaron a Jesús, tomaron sus vestiduras y las dividieron en cuatro partes, una para cada uno. Tomaron también la túnica, y como no tenía costura, porque estaba hecha de una sola pieza de arriba abajo se dijeron entre sí: No la rompamos. Vamos a sortearla, para ver a quién le toca.” (Jn 19, 23-24).
Recordemos la maravillosa metáfora de Ken Wilber: “el manto sin costuras del universo”. La realidad es una, no hay costuras. Todo está interconectado. Todo es luz, nos dice la física.
La mujer, tocando el manto del maestro, desde su confianza absoluta (“con sólo tocar su manto quedaré curada”, dice), está tocando el corazón del Misterio, está tocando la Vida misma y por eso sana. Es la confianza de la mujer la que la sana y Jesús se lo dice: “Hija, tu fe te ha salvado” (5, 34). Jesús, como casi siempre, despierta la confianza del enfermo, esa misma confianza que lo sanará.
Cuando nos acercamos a la realidad – aunque sea a una pequeñísima porción de la realidad – desde el amor y la confianza, entramos en contacto con toda la realidad y, la conexión con la totalidad y con la esencia, nos sana.
El monje budista Thich Nath Hanh lo experimentó y nos lo propone:
“Beber una taza de té es un placer que podemos darnos todos los días. Para disfrutar de nuestro té, tenemos que estar completamente presentes y saber clara y profundamente que estamos bebiendo té. Cuando levante su taza, es posible que le guste respirar el aroma. Mirando profundamente su té, ve que está bebiendo plantas fragantes que son el regalo de la Madre Tierra. Sabes que estás bebiendo una nube; estás bebiendo lluvia. El té contiene todo el universo.”
La hija de Jairo tenía doce años, justo en la edad de la menarca, la primera menstruación. Otra vez la sangre. Esta vez la sangre de la madurez, de la posibilidad de la maternidad. Y aparece la muerte como signo de todo lo que, en nosotros, amenaza la vida y su pleno desarrollo.
Y otra vez, Marcos, nos presenta a Jesús devolviendo vida. La muerte no existe, dice Jesús, la niña duerme (5, 39).
Metafóricamente y en su sentido más profundo, la muerte es el sueño de la inconsciencia, el vivir desde nuestro ego, desde la ilusión de la separación, en la creencia que el manto del maestro y el manto del universo, tienen costuras.
La Vida es Vida, desde siempre y para siempre. No hay costuras en la Vida, no hay costuras en el Amor, no hay costuras en la Luz.
¿Pueden traerme un pedazo de vida? ¿O un trozo de amor?
¿Pueden traerme una porción de luz?
Jesús vino a despertarnos de la ilusión de la separación.
No necesitamos cosas extraordinarias, ni titánicos esfuerzos.
Alcanza con “tocar su manto”. Alcanza este momento, este instante de lucidez.
Alcanza tocar el aquí y el ahora con amor y confianza.
“En seguida la niña, que ya tenía doce años, se levantó y comenzó a caminar” (5, 42).