sábado, 18 de mayo de 2024

Juan 20, 19-23


 

 

En esta fiesta de Pentecostés se nos presenta el brillante relato de la aparición del Resucitado, según el evangelista Juan. En los relatos de las apariciones, estamos invitados a ir más allá de lo metafórico y simbólico, para descubrir el mensaje que encierran para nosotros hoy: ¡Hoy “se nos aparece” el Resucitado! ¡Hoy se nos revela el Espíritu!

 

Uno de los puntos claves de las apariciones – tal vez es el mensaje principal – es el eje Espíritu/paz.

 

El Espíritu del Resucitado trae la paz.

Donde está el Espíritu está la paz, donde está la paz está el Espíritu.

 

Nos dice Pablo: “el Reino de Dios no es cuestión de comida o de bebida, sino de justicia, de paz y de gozo en el Espíritu Santo” (Rom 14, 17). También lo reafirma en el famoso texto de Gálatas 5, 22: “el fruto del Espíritu es: amor, alegría y paz, magnanimidad, afabilidad, bondad y confianza, mansedumbre y temperancia.

 

En estos tiempos convulsionados, tiempos de guerras, de conflictos, de inestabilidad política y económica, de crisis sociales y religiosas, el don de la paz que el Espíritu nos ofrece, es esencial y es el rumbo a seguir.

 

Sin paz, todo se descolora, todo pierde sentido y fuerza.

Sin paz hasta las cosas bellas, merman en su belleza.

Sin paz, el amor cae en el voluntarismo.

Sin paz no hay futuro y la alegría huye.

 

La paz lo es todo.

La paz es luz en la oscuridad, la paz es esperanza en el dolor.

 

Esta centralidad de la paz, la vieron muchos maestros y místicos.

 

San Juan Bosco llegó a afirmar: “Quién tiene paz en su consciencia, lo tiene todo.

Y el santo ortodoxo, Serafín de Sarov (1759-1833), dice: “Adquiere la paz interior y miles a tu alrededor encontrarán la salvación.

 

La paz fundamental y primigenia surge desde dentro, desde el corazón. Empieza siempre por uno mismo.

Nos dice el Dalai Lama: “Tenemos que aprender a enfrentarnos a nuestras emociones destructivas. Si lo hacemos, seremos capaces de comprender que el corazón cálido es la base de la paz mundial.

 

La paz es don y tarea. Como todo.

La paz nos la regala el Espíritu, cuando nos encuentra vacíos, abiertos, desapegados, disponibles.

 

Nos dice el profeta Isaías (26, 12):

 

Señor, tú nos darás la paz,

porque todas nuestras empresas

nos las realizas tú.

 

Desde la paz comprendemos que es el Espíritu que actúa a través de nosotros.

 

Para entrenar la paz es necesario aprender a descubrir la plenitud en lo poco, en la pobreza, en lo simple.

El poeta sufí Hafiz lo expresa así:

 

En el jardín del mundo, una rosa

para mi es suficiente;

muchas, una más bella en ese jardín crece:

la bella mía es suficiente.

Fuera, en el prado, toda la sombra que pido

cae del ciprés que llamo mío

 

Cuando descubrimos que el momento presente es perfecto y suficiente, la paz nos inunda, el Espíritu nos la regala.

 

Terminemos con un poema/oración al Espíritu que nos habita y nos guía a la verdadera paz:

 

Espíritu de la Luz,

inúndanos de la Presencia.

Respiro del Padre y deseo del Hijo,

ven a nosotros.

 

Ven a cada corazón

que anhela el Infinito Amor.

 

Ven a cada alma,

que te invita silenciosa.

 

Espíritu, humilde susurro

y puerta siempre abierta:

regala la paz al mundo.

 

Tú eres La Paz,

tú lo eres todo;

sostén último de la realidad.

 

Sobre nuestra nada, Tú.

Somos nada y sólo desde ti,

somos, fuimos y seremos.

 

Fuente y Manantial,

Gozo y Libertad,

Vida y Deseo infinito.

 

Solo queremos agradecer,

y ser. Ser Jesús para el mundo.

Ser. Ser presencia.

 

Regálanos la confianza absoluta,

la confianza plena,

y que nuestra vida sea un himno

a la confianza.

 

Ser y dejarnos ser;

amor y dejarnos amar.

Vacío sereno y luminoso.

miércoles, 8 de mayo de 2024

Marcos 16, 15-20

 


Celebramos hoy la fiesta litúrgica de la Ascensión y el texto que la acompaña es el final del evangelio de Marcos.

 

Es un texto que debemos leer, sin duda, en clave metafórica y simbólica: por un lado, tenemos suficiente certeza para afirmar que las palabras que Marcos pone en los labios de Jesús no son de él, en realidad, sino que reflejan el sentir de la comunidad post-pascual y su deseo evangelizador.  

Por otro lado, no podemos tomar la ascensión de Jesús en su sentido literal y materialista, como no podemos tomar al pie de la letra, parece obvio, la expresión: “el Señor Jesús fue llevado al cielo y está sentado a la derecha de Dios” (16, 19)… ¡en la plenitud de la Vida Divina no hay sillas y no hay derecha ni izquierda!

 

¿Cuál es, entonces, el sentido de esta fiesta?

 

Desde la perspectiva cristiana y en términos cristianos, podemos decir que la Ascensión es el cumplimiento de la Encarnación: la humanidad que bajó del cielo, de Dios, vuelve al cielo.

Se cierra el círculo amoroso de la revelación de Dios y tenemos un final feliz; siempre el final es feliz y, si no es feliz, todavía no es el final.

 

Desde una perspectiva más amplia – abarcando las tradiciones religiosas y espirituales de la humanidad – el mensaje central se confirma: cielo y tierra están unidos, divinidad y humanidad son las dos caras de una misma realidad.

 

Es el extraordinario y perenne mensaje de la mística: el fondo de la realidad y de lo real, es lo Uno.

Este Principio Uno – tiene mil nombres y ningún nombre – se revela y se manifiesta en nuestro mundo y en el universo, en infinitas formas.

 

Podemos profundizar y extasiarnos siguiendo la metáfora: el cielo vive en la tierra, la tierra vive en el cielo. Cielo y tierra no están separados, el mismo Amor los une y en ellos el mismo Amor se revela y actúa. Nuestro cielo es la tierra y nuestra tierra es el cielo.

 

Se cae el velo que separa y fragmenta la realidad, se cae el muro que separa a las naciones, y a los corazones.

Se cae la ilusión de la separación de Dios.  

Se caen los miedos, se cae la culpa, se cae la obsesión y la burda centralidad del pecado.

Se caen los motivos que generan conflictos, se cae la búsqueda compulsiva de sentido y de felicidad.

 

Todo se nos da, todo es don y regalo.

Todo es Presencia, Revelación y Mensaje.

 

En la tierra el cielo se manifiesta y la tierra anhela el cielo. Todo está aquí, en su forma efímera y transitoria, pero real. La eternidad se manifiesta el tiempo y el amor se revela en lo frágil; el tiempo anhela lo eterno y lo frágil anhela la plenitud del amor.

 

Estamos llamados a vivir el cielo en la tierra, a descubrir el amor en lo frágil y en el dolor.

Estamos llamados a revelar la Presencia oculta de Dios en lo cotidiano, en lo sencillo y en lo frágil.

El Espíritu nos invita a vivir juntos cielo y tierra, quietud y movimiento; como nos sugiere Gandhi, en un maravilloso texto de 1945:

 

La gota de agua que se ha separado del océano podría tener un momento de descanso, pero la que está en el océano no conoce tal descanso. Lo mismo sucede con nosotros. Tan pronto como nos hacemos uno con el Océano, ya no hay descanso para nosotros y, de hecho, ya no tenemos necesidad de descansar nunca más. Incluso nuestro propio sueño es acción, porque dormimos con el pensamiento de Dios en nuestro corazón. Esta actividad continua constituye el verdadero reposo. Esta agitación incesante contiene el secreto de la paz inefable. Es difícil describir este supremo estado de experiencia humana. Lo han alcanzado muchas almas entregadas y también podemos alcanzarlo nosotros.

 

 

 

 

viernes, 3 de mayo de 2024

Juan 15, 9-17

 


 

En este sexto domingo de Pascua, seguimos con la lectura del maravilloso capítulo 15 de Juan.

El texto de hoy es un himno a la amistad, un himno a dos alas: el amor y la alegría.

 

Es sumamente interesante que Jesús se refiera a la amistad como al fundamento del amor: “No hay amor más grande que dar la vida por los amigos” (15, 13).

 

Se podría decir con suficiente certeza que, para el maestro de Nazaret, la amistad es el fundamento de toda vivencia del amor en nuestra experiencia y aventura humana.

 

Es como si la amistad fuera la sólida base desde donde construir las demás expresiones del amor humano: la pareja, los hijos, los padres, el trabajo y, obviamente, los amigos.

Podríamos ver el amor como un desarrollo de la amistad, una amistad que toma una forma y un color concreto.

 

La amistad dice relación humana: el amor es relación.

La amistad dice confianza: el amor es confianza.

La amistad dice entrega: el amor es entrega.

La amistad dice perdón: el amor es perdón.

La amistad dice escucha: el amor es escucha.

 

Por eso la amistad nos hace volar.

Cuando todo se derrumba, nos queda la amistad.

Cuando caemos, la amistad nos levanta.

Cuando gozamos, la amistad duplica el gozo.

 

Y la amistad tiene dos alas, como dijimos: el amor y la alegría.

 

El evangelio de Juan es el evangelio del amor, de la alegría y de la paz: son como los tres ejes alrededor de los cuales gira el cuarto evangelio.

 

Amor, alegría, paz y amistad constituyen entonces un círculo divino y espiritual que se retroalimenta: una dimensión alimenta la otra.

Por eso, si queremos hacer una pequeña y rápida evaluación de nuestro estado de salud espiritual, nos podemos preguntar sobre estas cuatro dimensiones:

 

¿Cómo va mi entrega en el amor?

¿Cómo está mi alegría?

¿Estoy en paz?

¿Vivo la amistad?

 

Decía el escritor ruso Antón Chéjov: “Los infelices son egoístas, injustos, crueles e incapaces de comprender al otro. Los infelices no unen a las personas, las separan.”

 

Jesús conocía bien el corazón humano y por eso une estrictamente el amor y la alegría, nuestras dos alas.

 

El amor nos lleva a la alegría y la alegría nos hace más capaces de amar.

 

Lo sabemos muy bien por nuestra propia experiencia: cuando estamos bien, cuando la alegría nos habita, amar a los demás nos resulta más fácil y placentero. Cuando estamos preocupados o angustiados, la entrega en el amor se hace más difícil.

 

El camino espiritual es el camino hacia el gozo: “Les he dicho esto para que mi gozo sea el de ustedes, y ese gozo sea perfecto.” (15, 11).

 

El evangelio y el mensaje de Jesús es para tu plenitud y tu gozo: ¡no lo olvides!

Este gozo va de la mano con el aprendizaje del amor y con la vivencia de la amistad.

 

Y cuando una amistad está orientada hacia el Misterio, se convierte en éxtasis.

Por eso terminemos con esta fabulosa invitación del maestro Rumi:

 

Manténganse juntos, amigos.
No se dispersen, ni se duerman.
Nuestra amistad vive
de estar despiertos.

 

sábado, 27 de abril de 2024

Juan 15, 1-8


 


Nos encontramos hoy frente a una de las metáforas más claras y bellas de la no-dualidad: la vid y el sarmiento son no-dos. El sarmiento es también vid y la vid se revela como sarmiento. Otras metáforas nos pueden ayudar a esta comprensión intuitiva: vacío y forma, agua y olas, Dios y cosmos, Inmanifestado y manifiesto, Espíritu y materia. El lenguaje se queda corto, ya que el lenguaje surge de la mente y la forma de conocer mental es estrictamente por separación, por fragmentación; por eso que la expresión no-dualidad es, tal vez, la menos inadecuada para expresar la realidad y el Misterio.

La mente o ve la vid o ve el sarmiento, pero no logra captar lo Uno y lo distinto a la vez.

Esta, justamente, es la no-dualidad, la visión mistica y contemplativa: captar simultaneamente lo Uno que se expresa en lo distinto y captar lo distinto como expresión de lo Uno.  

 

Jesús vivía en esta consciencia y por eso pudo encontrar esta maravillosa metafora.

 

Desde esta comprensión profunda se desprenden unas importantes consecuencias.

 

El sarmiento solo vive porque está unido a la vid. No hay vida en la separación.

Nosotros vivimos por estar participando de la Única Vida: por eso que desde siempre la mística nos advierte de la ilusión de la separación. El sentirnos separados – de la vida, de Dios, de los demás, de lo que sea – es ilusorio. No existe la separación. Existe la no-consciencia de lo Uno y de la Unidad. Esta falta de consciencia nos lleva a experimentar emociones que reflejan la separación: soledad, angustia, miedo.

 

La realidad – y este es el anuncio perenne del camino místico – es lo Uno y la Unidad. Esta Unidad no anula las diferencias, sino que las fundamenta y las abraza; por otro lado, diferencia no significa separación.

 

Por todo eso el evangelista Juan insiste en el verbo “permanecer”. En nuestro breve texto aparece siete veces este verbo griego tan querido por Juan: “ménein”, que se puede traducir con “morar” o “permanecer”.

 

La invitación del evangelista no expresa un esfuerzo moral, sino una toma de consciencia: sean conscientes de la Unidad, sean conscientes de vivir en Dios, sean conscientes de ser una expresión única y original de la vida divina.

 

¡Qué extraordinario!

 

Acá se nos juega todo.

 

Estamos invitados a permanecer en la consciencia de lo Uno, a vivir desde esta consciencia, a reflejar esta consciencia en nuestras actitudes y diario vivir.

 

Por eso el texto hay que leerlo en clave de sabiduría y no en clave moral o amenazante, como tristemente estamos aconstumbrados: hagas lo que hagas, eres un sarmiento en la vid.

 

Hagas lo que hagas, eres Uno con la vida.

Hagas lo que hagas, eres amado y eres amor.

 

Mantener esta consciencia nos hace permanecer también a nivel psicologico y emocional y por eso nos regala estabilidad, fortaleza, alegría.

 

Comprendemos así de otra forma la referencia de Jesús a la poda: “El corta todos mis sarmientos que no dan fruto; al que da fruto, lo poda para que dé más todavía” (15, 2).  

 

La poda, los cortes que nos ocurren en la vida, son un llamado y una invitación del Espíritu a vivir desde nuestra identidad profunda: Uno con la vid. La vida poda las ilusiones de separación, corta lo que nos impide caer en la consciencia de Unidad. ¡Bendecida poda!

 

No podemos perder lo que somos, perdemos solo lo que no-somos.

 

Por eso el camino espiritual se centra – o debería centrarse – en el descubrimiento de nuestra verdadera identidad y en vivir de acuerdo con ella.

Somos vida y no podemos no serlo. Somos y no podemos no-ser. Podemos vivir desde la ilusión de la separción y la fragmentación, pero la angustia nos llevará de vuelta a casa.

 

Desde este permanecer los frutos vienen solos: el sarmiento no se preocupa de producir fruto; el fruto es la consecuencia normal de estar unido a la vid.

Nuestra única tarea es permanecer en la consciencia de unidad: los frutos vendrán solitos y sabrosos.

 

 

 

 

 

sábado, 20 de abril de 2024

Juan 10, 11-18


 


El capítulo 10 del evangelio de Juan nos presenta la famosa metáfora del pastor. Jesús, según la visión y la experiencia del evangelista, se presenta como el “Buen Pastor”.

 

En nuestro tiempo y en nuestras sociedades tecnológicas, industrializadas y apuradas, se nos hace difícil comprender esta metáfora y desentrañar su sentido más profundo y perenne.

 

Al tiempo de Jesús era muy común encontrarse con un pastor y la gente conocía la vivencia de los pastores.

 

Además, a lo largo de los siglos, la figura/metáfora del pastor se fue distorsionando y, en muchos casos, se usó para justificar – consciente o inconscientemente – actitudes autoritarias, infantiles o sobreprotectoras.

La autoridad civil y eclesiástica se fue desviando, tomando un rol central que fue afectando la dignidad y la libertad personal.

 

A la luz de la consciencia actual, de los avances de la psicología y de la espiritualidad y a la luz de nuestra visión mística y no-dual, intentemos penetrar en el significado perenne de la metáfora del pastor.

 

Jesús, justamente en nuestro texto, nos da, tal vez, la clave fundamental: “el buen pastor da su vida” (10, 11) … “Nadie me la quita, sino que la doy por mí mismo” (10, 18).

 

La autoridad del pastor le viene de su entrega, del vivir la vida como un don y, por eso, de su capacidad de donarla. En otras palabras: su autoridad le deriva de la capacidad de vivir un amor auténtico.

 

Por eso, la verdadera autoridad no se impone, sino que se reconoce.

 

La autoridad es reconocida y aceptada, cuando las personas ven coherencia, fidelidad, entrega. Una autoridad solo impuesta dura poco o dura a través de la violencia, la represión y la corrupción: creo que no sea necesario hacer un listado de las dictaduras o de los gobiernos que cayeron y caen en esta autoridad impuesta.

Lo mismo ocurre a nivel de la iglesia: los pastores que cambiaron y cambian la historia son los que siguieron y siguen el ejemplo de autoridad de Jesús y del evangelio, es decir, la entrega coherente y la sencillez.

 

La iglesia, la política y la sociedad civil necesitan urgentemente volver a esta autoridad del amor. En este cambio de época nos faltan líderes y “pastores”, que nos orienten con su sabiduría, lucidez y coherencia. Faltan líderes carismáticos: “carisma” significa justamente “don”, “regalo”, “lleno de gracia”. La persona carismática se vive como un don, sabe que todo lo recibe y es fiel a este don original: desde ahí su poder de atracción y su fecunda y serena autoridad.

 

Como siempre el cambio empieza por uno mismo, de mí y de ti. Empieza por la coherencia de nuestra propia vida y empieza por ser “pastor de uno mismo”: ¿Cómo se puede ser pastor de otro si no puedo conmigo mismo?

 

Buda lo había visto muy bien: “Más grande en la batalla que el hombre que conquista a miles y miles de hombres, es el que domina a sólo uno: el mismo. Es mejor dominarse a uno mismo que a otros”.

 

El gran Leonardo da Vinci lo expresó así: “Nunca tendrá un gobierno mayor o menor que el gobierno de sí mismo ... la altura del éxito de un hombre se mide por su dominio de sí mismo; la profundidad de su fracaso por su propio abandono… y esta ley es la expresión de la justicia eterna. El que no puede establecer el dominio sobre sí mismo, no tendrá dominio sobre los demás.

 

Un padre de la iglesia, Juan Crisóstomo también lo afirma: “Un verdadero rey es quien verdaderamente gobierna sobre la ira, la envidia y el placer.

 

Y Jesús, obviamente no se queda atrás y usa la metáfora del ver: “¿Puede un ciego guiar a otro ciego? ¿No caerán los dos en un pozo?” (Lc 6, 39).

 

Cuando uno empieza a ver, puede ayudar a otros a ver.

Cuando uno empieza a dominar sus pasiones, puede acompañar a los demás en este difícil camino.

Cuando me conozco y asumo mis sombras, puedo, tal vez, iluminar a otro.

 

Otra dimensión esencial de la autoridad es el servicio.

 

El pastor, el líder, cualquiera que tenga algún tipo de autoridad, está al servicio del crecimiento y de la dignidad del otro: ¡es una bellísima y enorme responsabilidad!

Jesús se percibió a sí mismo de esta manera: “Yo no he venido para ser servido, sino para servir” (Mc 10, 45).

 

El pastor acompaña, ayuda a crecer y libera: nos libera de la dependencia y nos libera para el amor. Nos hace autónomos.

El verdadero pastor y maestro nunca ata a las personas: las ama, les devuelve su plena dignidad cuando sea necesario, las pone de pie y las hace autónomas: “yo te lo mando, levántate, toma tu camilla y vete a tu casa” (Mc 2, 11).

 

Seamos todos maestros y discípulos, seamos pastores los unos de los otros: acompañándonos, liberándonos, sirviéndonos.

 

 

 

 


sábado, 13 de abril de 2024

Lucas 24, 35-48

 


 

En este tercer domingo de Pascua se nos presenta el final del relato de los discípulos de Emaús. Es una narración maravillosa, repleta de insinuaciones simbólicas que nos pueden ayudar en nuestro caminar.

 

Quisiera reflexionar hoy con ustedes sobre el versículo 45: “les abrió la inteligencia para que pudieran comprender las Escrituras.

 

Desde la experiencia del Resucitado, los discípulos y los evangelistas entienden la importancia del comprender y que la comprensión va de la mano de la apertura. Una mente cerrada no puede comprender. Tenemos así dos claves fundamentales para nuestro camino y crecimiento espiritual: comprensión y apertura.

 

El camino del silencio y de la oración contemplativa que tanto amo e invito a experimentar, no es una negación de la mente; nuestra racionalidad es también un don, un don extraordinario que, si bien usada, nos permite conocer, crear, descubrir, ayudar, sanar.

Como afirma la doctora y psicóloga clínica estadounidense, Joan Borysenko: “la mente es un siervo maravilloso, pero un amo terrible.

 

El silencio es esencial para dar el primer paso en la comprensión a la cual nos invita el Espíritu, a través del evangelista Lucas.

El silencio abre.

El silencio nos abre porque nos pone en un lugar de humildad y de escucha. Nos pone en el lugar donde se puso el filósofo griego Sócrates: “solo sé que no se nada”. Solo desde esta apertura se nos puede regalar un verdadero conocimiento.

 

Por eso que el primer mandamiento en la misma Escritura es “escuchar”: “Escucha, Israel: el Señor, nuestro Dios, es el único Señor. Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas” (Dt 6, 4-5).

 

Cuando la mente racional se aferra a un contenido mental – las creencias – es imposible la apertura a la novedad del Espíritu y se vuelve también imposible una verdadera comprensión; nos quedamos en un marco de prejuicios, esclavos del inconsciente y con un contenido mental estancado.

 

Por eso es también importante, diría esencial, tener el coraje de cuestionarnos todas nuestras creencias y, especialmente las religiosas. Las creencias religiosas tienen una fuerza peculiar porque las asociamos directamente con Dios y la mente nos hará creer que cuestionarnos dichas creencias, nos hace caer en la infidelidad.

 

Cuestionarnos las creencias es una tierna y fuerte invitación a la emuná, la confianza radical. Es aprender a vivir sin certezas, en la incertidumbre. Es aprender a dejarse sorprender por el Espíritu y es entrar en la misma experiencia del maestro de Nazaret y de todos los místicos: “El viento sopla donde quiere: tú oyes su voz, pero no sabes de dónde viene ni a dónde va. Lo mismo sucede con todo el que ha nacido del Espíritu” (Jn 3, 8).

 

¿Se puede vivir desde las creencias y en las creencias?

 

Se puede, por supuesto, y de hecho la mayoría vive así.

Las creencias también, son muletas que nos pueden servir en algún tramo del camino, porque nos dan la seguridad psíquica que necesitamos.

Pero a quién se atreve a dejar las creencias, se les abre un universo espiritual radicalmente nuevo, más profundo, más real… ¡y se respira aire fresco!

El silencio nos abre y nos ayuda a transitar el desapego de las creencias.

Surge la comprensión, se nos abre la inteligencia; es este el testimonio de muchos contemplativos.

 

Sobre tu silencio, el Espíritu abre la comprensión.

Sobre tu silencio, el Espíritu habla.

Hasta que tu mente habla, el Espíritu calla.

 

Nos dice la filósofa española Consuelo Martín, fallecida hace poco (1940 – 2023): “La comprensión surge cuando el pensamiento está callado.”

 

La comprensión que el Espíritu revela desde el silencio es integral y profunda. Se nos regala la certeza de estar rozando la verdad y lo verdadero.

 

Esta comprensión interna es fundamental para el amor.

Porque, como nos explica muy bien el monje budista Thich Nath Hanh, no hay amor sin comprensión:

 

Se necesita entrenamiento para amar correctamente; y para ser capaz de dar felicidad y alegría, debes practicar la mirada profunda dirigida hacia la persona que amas. Porque si no comprendes a esta persona, no puedes amar correctamente. La comprensión es la esencia del amor. Si no puedes comprender, no puedes amar.

 

En el evangelio, Jesús hace una invitación constante a la comprensión y critica la cerrazón de los discípulos: ¿Ni siquiera ustedes son capaces de comprender?” (Mt 15, 16) y “¿Todavía no comprenden ni entienden? Ustedes tienen la mente enceguecida.” (Mc 8, 17).

 

Regalémonos espacios de silencio para que el Espíritu nos abra la inteligencia y surja la comprensión y, desde ahí, un amor sereno, profundo, auténtico.

 

 

 

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