sábado, 18 de mayo de 2024

Juan 20, 19-23


 

 

En esta fiesta de Pentecostés se nos presenta el brillante relato de la aparición del Resucitado, según el evangelista Juan. En los relatos de las apariciones, estamos invitados a ir más allá de lo metafórico y simbólico, para descubrir el mensaje que encierran para nosotros hoy: ¡Hoy “se nos aparece” el Resucitado! ¡Hoy se nos revela el Espíritu!

 

Uno de los puntos claves de las apariciones – tal vez es el mensaje principal – es el eje Espíritu/paz.

 

El Espíritu del Resucitado trae la paz.

Donde está el Espíritu está la paz, donde está la paz está el Espíritu.

 

Nos dice Pablo: “el Reino de Dios no es cuestión de comida o de bebida, sino de justicia, de paz y de gozo en el Espíritu Santo” (Rom 14, 17). También lo reafirma en el famoso texto de Gálatas 5, 22: “el fruto del Espíritu es: amor, alegría y paz, magnanimidad, afabilidad, bondad y confianza, mansedumbre y temperancia.

 

En estos tiempos convulsionados, tiempos de guerras, de conflictos, de inestabilidad política y económica, de crisis sociales y religiosas, el don de la paz que el Espíritu nos ofrece, es esencial y es el rumbo a seguir.

 

Sin paz, todo se descolora, todo pierde sentido y fuerza.

Sin paz hasta las cosas bellas, merman en su belleza.

Sin paz, el amor cae en el voluntarismo.

Sin paz no hay futuro y la alegría huye.

 

La paz lo es todo.

La paz es luz en la oscuridad, la paz es esperanza en el dolor.

 

Esta centralidad de la paz, la vieron muchos maestros y místicos.

 

San Juan Bosco llegó a afirmar: “Quién tiene paz en su consciencia, lo tiene todo.

Y el santo ortodoxo, Serafín de Sarov (1759-1833), dice: “Adquiere la paz interior y miles a tu alrededor encontrarán la salvación.

 

La paz fundamental y primigenia surge desde dentro, desde el corazón. Empieza siempre por uno mismo.

Nos dice el Dalai Lama: “Tenemos que aprender a enfrentarnos a nuestras emociones destructivas. Si lo hacemos, seremos capaces de comprender que el corazón cálido es la base de la paz mundial.

 

La paz es don y tarea. Como todo.

La paz nos la regala el Espíritu, cuando nos encuentra vacíos, abiertos, desapegados, disponibles.

 

Nos dice el profeta Isaías (26, 12):

 

Señor, tú nos darás la paz,

porque todas nuestras empresas

nos las realizas tú.

 

Desde la paz comprendemos que es el Espíritu que actúa a través de nosotros.

 

Para entrenar la paz es necesario aprender a descubrir la plenitud en lo poco, en la pobreza, en lo simple.

El poeta sufí Hafiz lo expresa así:

 

En el jardín del mundo, una rosa

para mi es suficiente;

muchas, una más bella en ese jardín crece:

la bella mía es suficiente.

Fuera, en el prado, toda la sombra que pido

cae del ciprés que llamo mío

 

Cuando descubrimos que el momento presente es perfecto y suficiente, la paz nos inunda, el Espíritu nos la regala.

 

Terminemos con un poema/oración al Espíritu que nos habita y nos guía a la verdadera paz:

 

Espíritu de la Luz,

inúndanos de la Presencia.

Respiro del Padre y deseo del Hijo,

ven a nosotros.

 

Ven a cada corazón

que anhela el Infinito Amor.

 

Ven a cada alma,

que te invita silenciosa.

 

Espíritu, humilde susurro

y puerta siempre abierta:

regala la paz al mundo.

 

Tú eres La Paz,

tú lo eres todo;

sostén último de la realidad.

 

Sobre nuestra nada, Tú.

Somos nada y sólo desde ti,

somos, fuimos y seremos.

 

Fuente y Manantial,

Gozo y Libertad,

Vida y Deseo infinito.

 

Solo queremos agradecer,

y ser. Ser Jesús para el mundo.

Ser. Ser presencia.

 

Regálanos la confianza absoluta,

la confianza plena,

y que nuestra vida sea un himno

a la confianza.

 

Ser y dejarnos ser;

amor y dejarnos amar.

Vacío sereno y luminoso.

miércoles, 8 de mayo de 2024

Marcos 16, 15-20

 


Celebramos hoy la fiesta litúrgica de la Ascensión y el texto que la acompaña es el final del evangelio de Marcos.

 

Es un texto que debemos leer, sin duda, en clave metafórica y simbólica: por un lado, tenemos suficiente certeza para afirmar que las palabras que Marcos pone en los labios de Jesús no son de él, en realidad, sino que reflejan el sentir de la comunidad post-pascual y su deseo evangelizador.  

Por otro lado, no podemos tomar la ascensión de Jesús en su sentido literal y materialista, como no podemos tomar al pie de la letra, parece obvio, la expresión: “el Señor Jesús fue llevado al cielo y está sentado a la derecha de Dios” (16, 19)… ¡en la plenitud de la Vida Divina no hay sillas y no hay derecha ni izquierda!

 

¿Cuál es, entonces, el sentido de esta fiesta?

 

Desde la perspectiva cristiana y en términos cristianos, podemos decir que la Ascensión es el cumplimiento de la Encarnación: la humanidad que bajó del cielo, de Dios, vuelve al cielo.

Se cierra el círculo amoroso de la revelación de Dios y tenemos un final feliz; siempre el final es feliz y, si no es feliz, todavía no es el final.

 

Desde una perspectiva más amplia – abarcando las tradiciones religiosas y espirituales de la humanidad – el mensaje central se confirma: cielo y tierra están unidos, divinidad y humanidad son las dos caras de una misma realidad.

 

Es el extraordinario y perenne mensaje de la mística: el fondo de la realidad y de lo real, es lo Uno.

Este Principio Uno – tiene mil nombres y ningún nombre – se revela y se manifiesta en nuestro mundo y en el universo, en infinitas formas.

 

Podemos profundizar y extasiarnos siguiendo la metáfora: el cielo vive en la tierra, la tierra vive en el cielo. Cielo y tierra no están separados, el mismo Amor los une y en ellos el mismo Amor se revela y actúa. Nuestro cielo es la tierra y nuestra tierra es el cielo.

 

Se cae el velo que separa y fragmenta la realidad, se cae el muro que separa a las naciones, y a los corazones.

Se cae la ilusión de la separación de Dios.  

Se caen los miedos, se cae la culpa, se cae la obsesión y la burda centralidad del pecado.

Se caen los motivos que generan conflictos, se cae la búsqueda compulsiva de sentido y de felicidad.

 

Todo se nos da, todo es don y regalo.

Todo es Presencia, Revelación y Mensaje.

 

En la tierra el cielo se manifiesta y la tierra anhela el cielo. Todo está aquí, en su forma efímera y transitoria, pero real. La eternidad se manifiesta el tiempo y el amor se revela en lo frágil; el tiempo anhela lo eterno y lo frágil anhela la plenitud del amor.

 

Estamos llamados a vivir el cielo en la tierra, a descubrir el amor en lo frágil y en el dolor.

Estamos llamados a revelar la Presencia oculta de Dios en lo cotidiano, en lo sencillo y en lo frágil.

El Espíritu nos invita a vivir juntos cielo y tierra, quietud y movimiento; como nos sugiere Gandhi, en un maravilloso texto de 1945:

 

La gota de agua que se ha separado del océano podría tener un momento de descanso, pero la que está en el océano no conoce tal descanso. Lo mismo sucede con nosotros. Tan pronto como nos hacemos uno con el Océano, ya no hay descanso para nosotros y, de hecho, ya no tenemos necesidad de descansar nunca más. Incluso nuestro propio sueño es acción, porque dormimos con el pensamiento de Dios en nuestro corazón. Esta actividad continua constituye el verdadero reposo. Esta agitación incesante contiene el secreto de la paz inefable. Es difícil describir este supremo estado de experiencia humana. Lo han alcanzado muchas almas entregadas y también podemos alcanzarlo nosotros.

 

 

 

 

viernes, 3 de mayo de 2024

Juan 15, 9-17

 


 

En este sexto domingo de Pascua, seguimos con la lectura del maravilloso capítulo 15 de Juan.

El texto de hoy es un himno a la amistad, un himno a dos alas: el amor y la alegría.

 

Es sumamente interesante que Jesús se refiera a la amistad como al fundamento del amor: “No hay amor más grande que dar la vida por los amigos” (15, 13).

 

Se podría decir con suficiente certeza que, para el maestro de Nazaret, la amistad es el fundamento de toda vivencia del amor en nuestra experiencia y aventura humana.

 

Es como si la amistad fuera la sólida base desde donde construir las demás expresiones del amor humano: la pareja, los hijos, los padres, el trabajo y, obviamente, los amigos.

Podríamos ver el amor como un desarrollo de la amistad, una amistad que toma una forma y un color concreto.

 

La amistad dice relación humana: el amor es relación.

La amistad dice confianza: el amor es confianza.

La amistad dice entrega: el amor es entrega.

La amistad dice perdón: el amor es perdón.

La amistad dice escucha: el amor es escucha.

 

Por eso la amistad nos hace volar.

Cuando todo se derrumba, nos queda la amistad.

Cuando caemos, la amistad nos levanta.

Cuando gozamos, la amistad duplica el gozo.

 

Y la amistad tiene dos alas, como dijimos: el amor y la alegría.

 

El evangelio de Juan es el evangelio del amor, de la alegría y de la paz: son como los tres ejes alrededor de los cuales gira el cuarto evangelio.

 

Amor, alegría, paz y amistad constituyen entonces un círculo divino y espiritual que se retroalimenta: una dimensión alimenta la otra.

Por eso, si queremos hacer una pequeña y rápida evaluación de nuestro estado de salud espiritual, nos podemos preguntar sobre estas cuatro dimensiones:

 

¿Cómo va mi entrega en el amor?

¿Cómo está mi alegría?

¿Estoy en paz?

¿Vivo la amistad?

 

Decía el escritor ruso Antón Chéjov: “Los infelices son egoístas, injustos, crueles e incapaces de comprender al otro. Los infelices no unen a las personas, las separan.”

 

Jesús conocía bien el corazón humano y por eso une estrictamente el amor y la alegría, nuestras dos alas.

 

El amor nos lleva a la alegría y la alegría nos hace más capaces de amar.

 

Lo sabemos muy bien por nuestra propia experiencia: cuando estamos bien, cuando la alegría nos habita, amar a los demás nos resulta más fácil y placentero. Cuando estamos preocupados o angustiados, la entrega en el amor se hace más difícil.

 

El camino espiritual es el camino hacia el gozo: “Les he dicho esto para que mi gozo sea el de ustedes, y ese gozo sea perfecto.” (15, 11).

 

El evangelio y el mensaje de Jesús es para tu plenitud y tu gozo: ¡no lo olvides!

Este gozo va de la mano con el aprendizaje del amor y con la vivencia de la amistad.

 

Y cuando una amistad está orientada hacia el Misterio, se convierte en éxtasis.

Por eso terminemos con esta fabulosa invitación del maestro Rumi:

 

Manténganse juntos, amigos.
No se dispersen, ni se duerman.
Nuestra amistad vive
de estar despiertos.

 

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