“¡No es de los nuestros!”: el discípulo Juan que, unos pocos versículos antes, se nos relata que había asistido a la transfiguración de Jesús en el monte, sale con esta sorprendente expresión.
“Maestro, hemos visto a uno que expulsaba demonios en tu Nombre, y tratamos de impedírselo porque no es de los nuestros” (9, 38).
Otra vez el evangelista nos quiere mostrar la falta de comprensión de los discípulos: la misma experiencia mística de la transfiguración no logra transformar la mentalidad y las creencias de sus seguidores. Esta acotación de Marcos es, obviamente, una advertencia para nosotros.
Las experiencias espirituales, los momentos fuertes de oración y de comunión con Dios, “tienen que aterrizar”, como bien Jesús recordó después de la transfiguración: hay que bajar del monte. (9, 9).
“Nuestras transfiguraciones” tienen que empapar nuestra mente y nuestro corazón, nuestras actitudes y estilo de vida. Son procesos lentos y de mucha paciencia. Procesos que necesitan apertura, compromiso, discernimiento, sinceridad y autenticidad.
Podemos sin duda suponer que fue el entusiasmo de Juan, lo que lo llevó a ser crítico con este hombre anónimo que expulsaba a los demonios, pero no era parte del grupo de los discípulos. El entusiasmo, por cuanto bueno y necesario, también nos puede llevar por mal camino.
El ser humano tiende al sectarismo y a la intolerancia… y el tiempo actual nos lo muestra y demuestra, fehacientemente.
¿Por qué? Cuestionémonos con sinceridad.
Sectarismo e intolerancia son, esencialmente, un mecanismo de defensa que tenemos incorporado y arraigado; lo distinto nos asusta, nos cuestiona y nos hace retroceder. Lo que no entra en nuestras creencias lo descartamos como invalido. El ser humano necesita seguridad y por sentirse seguro está dispuesto a todo o casi todo.
Afirma con increíble acierto y lucidez, el físico nuclear ruso Andréi Sájarov, premio nobel por la paz en 1975: “la intolerancia es la angustia de no tener razón.”
El camino espiritual es el camino de la apertura, de ir integrando lo distinto. Es el camino de la unidad que incorpora la dualidad y el camino para enfrentar la angustia y volvernos tolerantes.
Jesús es contundente: “No se lo impidan, porque nadie puede hacer un milagro en mi Nombre y luego hablar mal de mí. Y el que no está contra nosotros, está con nosotros” (9, 39-40).
Jesús hace hincapié en la vida, no en creencias y doctrinas. Jesús capta el mensaje esencial que se oculta en las creencias y las doctrinas y se centra en él. ¡Cuánto tenemos que aprender!
El hombre que expulsa demonios no tiene nombre: extraordinario símbolo del amor anónimo, del amor que va más allá de cualquier tipo de pertenencia, de culturas, de épocas, de religiones. El hombre anónimo es humano y esto, es más que suficiente.
Jesús y Marcos nos están diciendo: cualquiera que hace el bien, cualquiera que trabaja para la dignidad del ser humano… ¡es de los nuestros!
En el mundo bíblico “expulsar demonios” significa justamente esto: devolver la persona a su plena dignidad, liberar a la persona de cada esclavitud, liberarla para el amor.
Jesús hace esto y cada persona que haga esto, aunque no se defina como cristiano, aunque no se sienta parte de la iglesia y de ninguna religión, está actuando como Jesús, desde Jesús y vive de su mismo Espíritu.
¿Qué problema hay entonces?
Salir de la dicotomía y del enfrentamiento, es fundamental.
Salir del “nosotros” y “ellos”.
Salir de los que están “adentro” de la iglesia y los que están “afuera”.
Salir de “mi partido” y “tu partido”, “mi grupo” y “tu grupo”.
Este proceso no anula las diferencias – como alguien podría pensar tal vez – sino que la enmarca en un contexto más amplio y vital: la esencia, el Espíritu, el Misterio.
El ser humano es constitutivamente lo mismo y busca lo mismo: una vida plena, ser feliz, amar y ser amado y que el amor sea eterno y esto va más allá de los tiempos, las culturas, las religiones.
¿Por qué no respetar cada búsqueda?
¿Por qué no unirnos a toda búsqueda sincera de bien?
¿Por qué no avalar y aplaudir todo intento de humanizar el mundo?
A veces es también urgente y necesaria una crítica y una denuncia de los caminos que van en contra de la dignidad del ser humano; son los caminos, justamente, que nos deshumanizan: violencia, guerras, injusticia, opresión, pobreza. Pero esta misma crítica y denuncia las podemos hacer de dos maneras: o creyéndonos los justos y sin mancha – “ellos” los malos y “nosotros” los buenos – o desde la percepción de la unidad y de lo Uno. Estamos en el mismo barco, somos la misma humanidad.
Desde la percepción de la unidad, la denuncia y la crítica se hacen sin odio, sin crispación y siempre son constructivas. Pasaremos por momentos duros y de incomprensión, tal vez. Pero es el único camino, es el camino del amor y de la paz. Fue el camino de Jesús y de muchos. Es el camino del Espíritu.