Judas deja la cena pascual y fraterna y
se aleja. La traición se acerca y, con ella, se entrevé la pasión y la muerte
del Maestro; Juan, sorprendentemente, habla de glorificación.
La glorificación
es un término y un concepto central en el cuarto evangelio. La Gloria de Dios es la manifestación plena
de ese amor y consecuentemente Juan habla de la crucifixión como glorificación: es el momento
sublime y pleno de la manifestación del Amor de Dios. En la muerte y
resurrección de Cristo podemos ver la plenitud del Amor.
Por eso el Cristo crucificado de Juan es
un Cristo glorioso. Cristo glorioso que viene bellamente representado por la
iconografía ortodoxa como un Cristo crucificado pero con los ojos abiertos,
vivo y vivificante.
Entender así la Gloria de Dios es muy
liberador y transformador. No es cuestión de poder, omnipotencia, fuerza. Es
cuestión de la belleza del Amor que se manifiesta, expresa, revela. Solo hay
Gloria, cuando el Amor resplandece.
Por eso el evangelio sigue con el
mandamiento nuevo de Jesús: “Les doy un
mandamiento nuevo: ámense los unos a los otros” (Jn 13, 34).
Lo sabemos bien – por lo menos racionalmente – que el mensaje central
del evangelio y del cristianismo es el mensaje del Amor.
Lo “sabemos” pero seguimos viviendo
desde nuestros egos y desde la creencia que el amor nos viene desde afuera.
Jesús ya lo había sugerido: “El agua que yo le daré se convertirá en
él en manantial que brotará hasta la Vida eterna” (Jn 4, 14): el Amor
es este regalo de un manantial que brota desde dentro.
Lo “sabemos” y seguimos arrastrándonos
por la vida, víctimas de nuestro esfuerzo estéril y de nuestros egoísmos.
Hay que dejar de buscar, para darnos
cuenta que el Amor es.
Somos amados, somos amor, estamos
llamados al amor.
Esta centralidad del Amor la encontramos
de varias formas y dicha de distintas maneras en todas las religiones y
tradiciones espirituales.
¿Por
qué?
El Amor es la raíz y el sostén de todo
lo existente. El Amor, simple y plenamente, es. El Amor y el Ser expresan lo
mismo desde distintas perspectivas. Amor es lo que somos. Es cuestión de
identidad, no de voluntad. Es cuestión de comprensión, no de acción.
Amar entonces no tiene nada que ver con
el hacer y tiene todo que ver con el Ser y con ser.
Por eso hay confusión, malentendidos,
distorsiones, cansancios.
Cuando convertimos el amor en un objeto y en algo “para hacer” lo hemos
perdido y prostituido.
El Amor es, en primer lugar, el descubrimiento
de la totalidad y la unidad: todo es amor y el amor es Uno.
Este es el Misterio único buscado
incesantemente por todas las grandes almas de la humanidad. Es lo único
necesario que descubrieron y vivieron todos los místicos. A esto estamos todos
llamados, porque es lo que somos.
Uno de los maestros del Amor – también
en expresarlo – es el místico sufí Rumi: “En
la religión del Amor no hay creyentes y no creyentes…el Amor los abraza a todos”.
El grande y genial psicoanalista alemán
Erich Fromm (1900-1980) lo expresa así:
“Si
amo realmente a una persona, amo a todas las personas, amo al mundo, amo la
vida. Si puedo decirle a alguien «Te amo», debo poder decir «Amo a todos en ti,
a través de ti amo al mundo, en ti me amo también a mí mismo»”.
El Amor no es emoción, sentimiento, afectividad: es el Espacio Infinito y
pacifico que los permite, los abraza y en los cuales se expresa, quedando
inmutable en sí mismo.
Descubrir al Amor es descubrir que todo
es amor, vive del amor, se nutre del amor.
Por eso el primer y esencial paso es el
paso de conectar con el Amor que somos.
No nos falta nada. Todo es completo,
todo es perfecto. Porque todo, absolutamente todo, es expresión del Amor Uno.
“Todos
somos flores floreciendo en un floreciente universo” (Soen Roshí).
Lo que parecería faltar es una ilusión
del ego, ego que vive del miedo, los deseos y las necesidades.
No falta nada, solo falta dejar que el
Amor sea. Faltan abrir puertas y ventanas para que el Amor entre. Falta dejar
el ego y sus creencias y necesidades.
Nos falta volver a enamorarnos de todo y
de todos.
“Estar
enamorado es la cosa más natural y realista que puedes hacer, porque revitaliza
tu vida, te llena de una actitud positiva, crea generosidad y hace que cada
momento sea hermoso. Cuando se está enamorado desaparece en el acto la
sensación de aislamiento y de no encontrarle sentido a la vida con la que
tantos luchan. El cuerpo sana y el corazón está contento. Estar enamorados es
nuestro estado natural. En realidad lo que deberíamos preguntarnos es: por qué
no estamos constantemente enamorados? ¿Qué es lo que nos impide disfrutar de
esta herencia, la más valiosa de todas? ¿Cómo podemos reclamarla y recuperar la
sabiduría y espontaneidad intrínsecas de cuando éramos niños, cuando cada
momento era fresco, excitante y lleno de aventuras?” (Bhagwan Shree
Rajneesh)
Entonces viviremos del Amor que somos,
como Jesús.
El Amor nos vivirá, se manifestará,
fluirá por nuestras venas y nuestras historias, deslizándose en los vericuetos
claros y oscuros de nuestra original existencia.
El Amor que somos entonces podrá también
manifestarse en los sentimientos y emociones sin herirnos ni herir.
Podrá el Amor hablar a nuestro cuerpo y
nuestra frágil carne, sin crearnos sentimientos de culpas ni generar desastres
afectivos.
El Amor que somos podrá sanar nuestra
afectividad herida y resaltar nuestros propios y originales dones.
El Amor es nuestra Casa. Casa propia y
Casa común.
Hay que volver a Casa y vivir desde ahí
y volver ahí.
Es la Casa amplia donde “nacer” y “morir”
conviven en armonía, donde aprendemos a vivir desde ya la Vida plena y eterna.
Como dice la poeta:
“No es que morir nos duela tanto.
Es vivir lo que más nos duele.
Pero morir es algo diferente,
un algo detrás de la puerta.
La costumbre del pájaro de ir al
Sur
- antes de que los hielos lleguen
acepta una mejor latitud -.
Nosotros somos los pájaros que se
quedan.
Los temblorosos, rondando la
puerta del granjero,
mendigando su ocasional migaja
hasta que las compasivas nieves
convencen a nuestras plumas para
ir a casa.”
(Emily Dickinson)
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