Estamos en el cuarto domingo de Pascua,
llamado domingo del “Buen Pastor”, a raíz justamente del texto evangélico que
se nos propone hoy.
La imagen del Buen Pastor – por cuanto simpática y tierna pueda ser – ya es
anacrónica, es decir no habla a nuestro tiempo, no es un lenguaje vivo para el
hoy.
Sin duda podemos rescatar dimensiones y
aspectos interesantes: un Dios que se preocupa y se interesa por sus hijos, un
Dios atento a cada uno, un Dios que es cariño y ternura.
Desde el otro lado es urgente dejar de
asociar a Jesús una imagen de Pastor que tenga que ver con el poder y la
subordinación de las ovejas. Cosa que, en la Iglesia, fue central y en muchos
casos lo sigue siendo. Toda la temática de la jerarquía y del poco espacio e
iniciativa que tienen los laicos tiene mucho que ver con todo eso.
También es urgente dejar de asociar la
expresión “mis ovejas” con conceptos
de separación y grupos: nosotros y los demás, los cristianos y lo no
cristianos, los católicos y lo no católicos, los creyentes y lo no creyentes…
La expresión “mis ovejas” hay que leerla desde la experiencia de la Unidad que
justamente nuestro texto subraya.
Superando una lectura literal y mítica
del relato nos adentramos en la dimensión mística y contemplativa y logramos captar
vetas más profundas y actuales de nuestro texto.
Sin duda encontramos el eje de nuestro
texto y, en general, de toda la experiencia de Jesús de Nazaret en la
expresión: “Yo y el Padre somos uno”
(Jn 10, 30).
Cuando logramos callar la mente y simplemente
escuchamos se nos regala un vislumbre del significado de esta expresión.
“Escucha”
que nuestro texto subraya como una necesidad fundamental: “Mis ovejas escuchan mi voz, yo las conozco y ellas me siguen”
(Jn 10, 27).
“Silencio”
que es la piedra angular de la escucha.
“Silencio”
que es la condición para dejarse hablar por el Misterio.
Cuando silencio y escucha se convierten
en nuestro eje vital vislumbramos la asombrosa profundidad de la expresión de
Jesús: “Yo y el Padre somos uno”.
La expresión “Padre” pierde la rigidez y
el fanatismo personalista que la teología y la espiritualidad le otorgaron a lo
largo de los siglos.
Comprendemos que “Padre” es un término religioso y cultural condicionado históricamente
que Jesús justamente utilizó para expresar su sentir y su experiencia.
Comprendemos que “Padre” indica el fondo común de lo real, el Origen y la Fuente, el
Misterio sin nombre, el Aliento Vital del Universo, el Ser que todo hace ser,
el Espíritu que en todo respira.
Entonces podemos sustituir sin miedo la
expresión “Padre” con “Vida”: ahora si, comprendemos con mayor
lucidez la misma experiencia de Jesús y entramos, asombrosamente, en su misma
experiencia y conciencia.
“Yo
y la Vida somos uno”: experiencia de Jesús y experiencia nuestra. Experiencia
de la realidad, de lo real y de cada cosa. Maravilla única del Amor eterno y
presente.
“Yo
y la Vida somos uno”: experiencia central y radical de todos los místicos
de todos los tiempos y de todas las tradiciones espirituales de la humanidad.
Cada cual expresándola a su manera y según las coordinadas culturales e
históricas.
El cristianismo tiene miedo, la teología
tiene miedo: miedo a la perdida del concepto personal de Dios y de la Trinidad.
Miedo inútil y dañino. Con los miedos no
se avanza.
Se avanza desde la confianza y el amor.
“Yo
y la Vida somos uno”: no quita nada a la concepción personal
de la divinidad. Simple y maravillosamente la reinterpreta, la profundiza, la
actualiza, la relativiza.
“Yo
y la Vida somos uno”: nos abre al verdadero dialogo y a la
verdadera comunión. Comunión no mental. La comunión mental – basada en ideas y
opiniones – es siempre estrecha, discriminatoria, separatista.
“Yo
y la Vida somos uno”: abre a la comunión que se fundamenta
en la experiencia, en la eterna juventud y belleza de la Vida.
Ahí nos encontramos con todo y con
todos.
Desde ahí cada cual recupera y profundiza
su propia identidad, enriquecida y embellecida con el otro y por el otro.
Para eso precisamos una teología de la
calma. En la presentación de este librito que escribí me encontré con Ricardo,
budista. Conectamos, nos encontramos a un nivel profundo del Ser. Mi ser
cristiano se vio enriquecido y su ser budista creo también.
“Yo
y la Vida somos uno”: dejémonos vivir por la Vida Una que
enamoró a Jesús.
Dejemos que esta Vida corra y fluya por
nuestra venas.
Como dice el sacerdote anglicano y poeta
Thomas Traherne (1636-1674):
“Nunca
gozamos debidamente del mundo, hasta que el mismo mar corre por nuestras venas,
hasta que el firmamento te viste y te coronan las estrellas.”
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