Pentecostés: ¡fiesta del Espíritu!
Decir “fiesta del Espíritu” es decir
fiesta de la Vida, fiesta del Amor, fiesta del Ser, fiesta de nuestra identidad
más profunda y verdadera: identidad común y compartida.
Somos “Espíritu” y somos “espíritu”.
Somos “Espíritu” en cuanto manifestación
y expresión de lo Uno y Único: el Misterio esencial que llamamos “Dios”.
Somos “espíritu” en cuanto seres humanos
distintos, únicos y originales a través del cual el “Espíritu” se revela.
El Único Espíritu se manifiesta en las
infinitas formas de vida y de conciencia y en todo lo que es y existe.
Todo lo que vemos, tocamos, experimentamos
es revelación creativa del infinito y eterno Espíritu.
Espíritu que se expresa también en la
materia, lo concreto, lo humano.
Nuestra propia carne y nuestra extrema
fragilidad es también manifestación del Espíritu.
Saber esto a nivel racional no sirve
para mucho. Experimentarlo desde nuestro ser más profundo es sumamente
liberador y transformador.
Ya lo decía San Bernardo de Claraval: “la razón sólo comprende
lo que antes se ha experimentado.”
El maestro Jesús – nuestra puerta de
acceso al Misterio silencioso del Amor – lo había experimentado y nos lo
compartió: “Dios es espíritu, y los
que lo adoran deben hacerlo en espíritu y en verdad” (Jn 4, 24).
No podemos hablar del Misterio de Dios
más humilde y coherentemente que a través de la metáfora y la imagen del
Espíritu.
Porque el Espíritu es inaferrable, no lo
podemos manipular, se escapa a toda definición mental y racional, es totalmente
universal y totalmente particular.
Hablar de Dios de otra manera es
sumamente riesgoso y limitante. Todavía el cristianismo está embretado en
doctrinas y dogmas que más que liberar, frustran y esclavizan. Todavía muchos teólogos
siguen reflexionando sobre el Misterio de Dios a partir de estos mismos dogmas
y a partir de palabras y conceptos.
Todo esto lleva – tal vez inconscientemente
– al gran engaño: la creencia de poseer la verdad. El gran engaño en el cual
pueden caer las religiones o las tradiciones espirituales. El gran engaño
porque lleva directamente – de una manera
u otra, antes o después – al enfrentamiento, el conflicto, la violencia.
Como la historia demuestra y sigue demostrando.
Enfrentamiento, conflicto y violencia
que se oponen a lo único real y a lo único que hace una existencia realizada y
plena: el Amor. Por eso que los grandes sabios de la humanidad siempre han
predicado y vivido el amor y desde el amor. Jesús no es una excepción en este
sentido y tal vez es la demostración más plena de una existencia humana vivida
desde el Amor, en el Amor, para el Amor.
Abrirse al Espíritu y a su manifestación
plural y creativa es entonces fundamental.
En el “Documento sobre la fraternidad humana por la paz mundial y la
convivencia común” firmado en conjunto por el Papa Francisco y el Gran Imán
musulmán de al-Azhar, Ahmed el-Tayeb, durante la visita del Papa a los Emiratos
Árabes Unidos (3-5 de febrero de 2019) se afirma:
“El
pluralismo y la diversidad de religión, color, sexo, raza y lengua son
expresión de una sabia voluntad divina, con la que Dios creó a los seres
humanos. Esta Sabiduría Divina es la fuente de la que proviene el derecho a la
libertad de credo y a la libertad de ser diferente. Por esto se condena el
hecho de que se obligue a la gente a adherir a una religión o cultura
determinada, como también de que se imponga un estilo de civilización que los
demás no aceptan.”
El párrafo me parece excelente y va en
la línea con lo que estamos diciendo.
No tardó la reacción del teólogo
estadounidense Thomas Weinandy criticando tale postura. Sus objeciones radican –
como sospechábamos – en la supuesta posesión de la verdad y en los dogmas.
El Espíritu es nuestra dimensión más
profunda y auténtica. En el Espíritu encontramos nuestro “Rostro originario”,
como afirma el Zen. Y el Espíritu está más allá de la mente, más allá de lo
racional, más allá de lo emocional.
Por eso que conectar con el Espíritu es
esencial y se convierte en la tarea primordial de un camino espiritual.
Desde el Espíritu y en el Espíritu la experiencia se vuelve central: Dios deja
de ser una idea, un concepto o una imagen y se vuelve real, como nuestra vida.
La vida se vuelve real, el mundo se vuelve real.
Reiteramos las palabras de San Bernardo:
“la razón sólo
comprende lo que antes se ha experimentado.”
El cristianismo y la iglesia – a partir del siglo V y más rotundamente desde el racionalismo
cartesiano y europeo – siguieron el camino opuesto: se priorizó la razón
para después hacer experiencia o
provocar la experiencia.
Es el momento de volver a la experiencia, de volver a la
mística, de volver a una visión integral y holística del ser humano y del
universo.
Universo y ser humano que están animados por el mismo Principio:
el Espíritu.
Por todo eso que hablar de Dios como
“Espíritu” es la manera menos grosera y burda de hablar de Dios.
Después del Silencio, por supuesto.
Siempre el Silencio es lo mejor al
hablar de Dios, por cuanto paradójico parezca.
Desde el Silencio podremos conectar más fácil
y directamente con el Espíritu de Amor que nos configura y, desde ahí, podremos
también compartir algunas creativas palabras.
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