Páginas

sábado, 1 de junio de 2019

Lucas 24, 46-53





Celebramos hoy la fiesta litúrgica de la ascensión de Jesús. Lucas es el único evangelista que habla de la ascensión. En el evangelio – el texto de hoy – la coloca en el mismo día de la resurrección y en los Hechos de los Apóstoles cuarenta días después. Esta contradicción cronológica nos revela claramente que el propio Lucas no quiere presentar la ascensión como un hecho histórico.
La intención es teológica. La ascensión nos revela algo del Misterio de Dios, Misterio de Dios que es también el nuestro.

¿Cuál es el mensaje de la ascensión para nosotros hoy?
Lo podríamos expresar así: la Vida no termina. La Vida cambia de forma, pero permanece perfecta y plena en sí misma. La Vida no termina porque nunca comenzó. La Vida es. El Amor es. El tiempo con sus cambios pertenece a la dimensión superficial del Ser, a su manifestación en nuestro mundo dual.

¿Puede la Vida morir? ¿Puede el Amor morir?
Sin duda que no y bien lo sabemos cuando logramos aquietar nuestros pensamientos y emociones.
Lo que nace y muere es la manifestación, expresión, revelación de la Vida. Nacemos, vivimos, morimos “adentro” de la Vida.
Ya San Pablo lo había visto y lo hemos escuchado el domingo pasado: “en Dios vivimos, nos movemos y existimos” (Hec 17, 28).
Es lo que todos los místicos de todas la religiones y tradiciones espirituales de todos los tiempos han experimentado, nos han compartido y nos invitan a vivir.
El nacer y el morir – y todo lo que ocurre en el medio – son experiencias humanas del Amor Uno y de la Vida Una. Es la Vida Una – “Dios”, “Amor”, “Conciencia”, “Vacío”, “Nada”, “Todo”, “Silencio” – que se expresa en una forma humana que la experimenta desde el tiempo y el espacio.
Lo que somos no está sujeto al tiempo y al espacio. Es la manifestación de los que somos que está sujeta al tiempo y al espacio.
Vivirse desde ahí es ascender, como Jesús. La ascensión expresa este Misterio hermoso de plenitud y eternidad.

Estamos viviendo en Dios, estamos viviendo en el Amor. Tomar conciencia de esto es ascender. Para después vivir lo cotidiano con todas sus experiencias desde esta conciencia.
Lo exterior no va a cambiar: seguiremos comiendo y descansando, trabajando, compartiendo. Seguiremos sintiendo la multiforme gama de los sentimientos y emociones.
Lo que cambiará en todo esto será la actitud, será el estado de presencia, será la conciencia de ser vida y amor.
Entonces la visión se transformará. Empezaremos a ver que todo lo que nos ocurre “adentro” y todo lo que percibimos “afuera” participan a su manera del Amor Uno que todo sostiene, engendra, respira.
La paz será nuestro hogar.
Cuando estamos en paz somos bendición y bendecimos.
Por eso el texto de hoy termina con Jesús que bendice a los discípulos.
Qué hermosa palabra “bendición” y más hermosa cuando la convertimos en realidad cotidiana.
“Bendecir” viene del latín y significa: decir el bien, desear el bien del otro.
Cuando “ascendemos”, cuando caemos en la cuenta de nuestra identidad como Vida, solo podemos bendecir. Nos convertimos en bendición.
Nuestros gestos bendicen, nuestra mirada bendice, nuestra sonrisa bendice, nuestras palabras bendicen.
Bendecimos porque hemos visto que todo es simple y maravillosamente expresión del Amor y de la Vida Una.
Bendecimos porque hemos visto que “no existe el otro”, sino que todos y todo estamos surgiendo en este preciso instante de la única fuente de la eterna ternura.
Bendecimos porque es la única manera de vivir, rezar, respirar. Bendecimos porque las palabras nos quedan cortas.
Bendecimos porque sabemos que el dolor es pasajero y las incomprensiones también.
Bendecimos como única forma de romper el Silencio eterno en el cual vivimos.
Bendecimos porque hemos comprendido que las palabras son simple y profundamente el desborde de amor del Silencio.




No hay comentarios.:

Publicar un comentario