Celebramos hoy la fiesta litúrgica de la
ascensión de Jesús. Lucas es el único
evangelista que habla de la ascensión. En el evangelio – el texto de hoy – la coloca en el mismo día de la resurrección y en
los Hechos de los Apóstoles cuarenta días después. Esta contradicción
cronológica nos revela claramente que el propio Lucas no quiere presentar la
ascensión como un hecho histórico.
La intención es teológica. La ascensión nos revela algo del Misterio de Dios,
Misterio de Dios que es también el nuestro.
¿Cuál
es el mensaje de la ascensión para nosotros hoy?
Lo podríamos expresar así: la Vida no
termina. La Vida cambia de forma, pero permanece perfecta y plena en sí misma.
La Vida no termina porque nunca comenzó. La Vida es. El Amor es. El tiempo con
sus cambios pertenece a la dimensión superficial del Ser, a su manifestación en
nuestro mundo dual.
¿Puede
la Vida morir? ¿Puede el Amor morir?
Sin duda que no y bien lo sabemos cuando
logramos aquietar nuestros pensamientos y emociones.
Lo que nace y muere es la manifestación,
expresión, revelación de la Vida. Nacemos, vivimos, morimos “adentro” de la
Vida.
Ya San Pablo lo había visto y lo hemos
escuchado el domingo pasado: “en Dios vivimos, nos movemos y existimos” (Hec 17, 28).
Es lo que todos los místicos
de todas la religiones y tradiciones espirituales de todos los tiempos han
experimentado, nos han compartido y nos invitan a vivir.
El nacer y el morir – y todo
lo que ocurre en el medio – son experiencias humanas del Amor Uno y de la Vida
Una. Es la Vida Una – “Dios”, “Amor”, “Conciencia”, “Vacío”, “Nada”, “Todo”,
“Silencio” – que se expresa en una forma humana que la experimenta desde el
tiempo y el espacio.
Lo que somos no está sujeto
al tiempo y al espacio. Es la manifestación de los que somos que está sujeta al
tiempo y al espacio.
Vivirse desde ahí es
ascender, como Jesús. La ascensión expresa este Misterio hermoso de plenitud y
eternidad.
Estamos viviendo en Dios,
estamos viviendo en el Amor. Tomar conciencia de esto es ascender. Para después
vivir lo cotidiano con todas sus experiencias desde esta conciencia.
Lo exterior no va a cambiar:
seguiremos comiendo y descansando, trabajando, compartiendo. Seguiremos
sintiendo la multiforme gama de los sentimientos y emociones.
Lo que cambiará en todo esto
será la actitud, será el estado de presencia, será la conciencia de ser vida y
amor.
Entonces la visión se
transformará. Empezaremos a ver que todo lo que nos ocurre “adentro” y todo lo
que percibimos “afuera” participan a su manera del Amor Uno que todo sostiene,
engendra, respira.
La paz será nuestro hogar.
Cuando estamos en paz somos bendición y bendecimos.
Por eso el texto de hoy
termina con Jesús que bendice a los discípulos.
Qué hermosa palabra
“bendición” y más hermosa cuando la convertimos en realidad cotidiana.
“Bendecir” viene del latín y
significa: decir el bien, desear el bien del otro.
Cuando “ascendemos”, cuando
caemos en la cuenta de nuestra identidad como Vida, solo podemos bendecir. Nos
convertimos en bendición.
Nuestros gestos bendicen,
nuestra mirada bendice, nuestra sonrisa bendice, nuestras palabras bendicen.
Bendecimos porque hemos
visto que todo es simple y maravillosamente expresión del Amor y de la Vida
Una.
Bendecimos porque hemos
visto que “no existe el otro”, sino que todos y todo estamos surgiendo en este
preciso instante de la única fuente de la eterna ternura.
Bendecimos porque es la
única manera de vivir, rezar, respirar. Bendecimos porque las palabras nos
quedan cortas.
Bendecimos porque sabemos
que el dolor es pasajero y las incomprensiones también.
Bendecimos como única forma
de romper el Silencio eterno en el cual vivimos.
Bendecimos porque hemos
comprendido que las palabras son simple y profundamente el desborde de amor del
Silencio.
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