Este relato es exclusivo de Lucas. Solo
él narra este episodio y muy posiblemente tiene muy poco de histórico: el
carácter simbólico es evidente y lo captamos especialmente por el número setenta. Según el libro del Génesis
“setenta” era el numero de las naciones paganas. Lucas entonces quiere darnos
un mensaje universal: el anuncio del evangelio es para todos.
Quiero subrayar tres puntos y
proponerlos para nuestra reflexión.
En primer lugar nos tendría que
sorprender la afirmación: “La cosecha es
abundante, pero los trabajadores son pocos. Rueguen al dueño de los sembrados
que envíe trabajadores para la cosecha” (Lc 10, 2).
En la iglesia nos hemos enfocado en la siembra y perdimos de vista la cosecha. Ser cristiano y misionero tiene
que ver con las dos cosas. No solo hay que sembrar, hay que cosechar. Aún más:
acentuaría la cosecha con respecto a
la siembra.
En nuestro texto Jesús nos invita a
cosechar: ¿no será esto lo más hermoso de
nuestra tarea misionera?
La cosecha indica una plenitud ya
latente y presente. Ya tenemos los frutos: es la Vida, es la Presencia de Dios
desbordante en cada cosa, cada latido, cada respiro, cada amanecer.
Cosechar
entonces significa reconocer esta
Presencia Viva y agradecerla. El
invito de Jesús a cosechar nos indica la gratuidad del Amor, siempre presente y
operante. Nos avisa sobre la prioridad absoluta de la gratuidad.
¡Cuantas veces en nuestros pequeños
actos de amor descubrimos que, en realidad, éramos amados y el amor ahí nos
estaba esperando!
Cuando aprendemos a cosechar, aprendemos
a sembrar con más libertad y gratuidad.
Podemos descubrir así el segundo punto:
la libertad radical del cristiano y del misionero.
El texto es muy clara y tajante. Lucas sugiere
que el anuncio cristiano solo se puede vivir desde una libertad total y
radical. Libertad que en su otra cara
podemos llamar desapego: libertad de
las cosas, las personas, los afectos, los ideales, los proyectos, el pasado, el
futuro, las expectativas, los miedos. En su punto esencial: libertad de uno
mismo. Esta es la única libertad. No existe “un poco de libertad” o “un
porcentaje de libertad”: o somos libres o somos esclavos.
Recordemos la expresión de San Juan de
la Cruz: “¡Qué importa que el pájaro esté
atado a un hilo o a una soga! Por muy sutil que sea el hilo, el pájaro quedará
atado como a la soga, hasta que no logre cortarlo para volar.
Lo mismo vale para
el alma apegada a algo: no obstante todas sus virtudes no alcanzará nunca la
libertad de la unión con Dios.”
En sentido estricto – en esto el
hinduismo es maestro – no existe una libertad individual, sino la Única
Libertad de la cual participamos. Esta Libertad no es algo mental o de la
voluntad. Experimentarla es fruto del arraigo en el Silencio.
El tercer punto es la hermosa invitación
a la paz.
Parece que Lucas centra la misión en la
vivencia de la paz.
Afirma Fray Marcos: “Digan primero ¡Paz! Para entender esta
recomendación hay que tener en cuenta el sentido de la «paz» para los judíos de
aquel tiempo. «Shalom» no significaba solo ausencia de problema y conflictos,
sino la abundancia de medios para que un ser humano pudiera conseguir su
plenitud humana. Llevar la paz es proporcionar esos medios que hacen al hombre
sentirse a gusto e invitado a humanizar su entorno. Significa no ser causa de
tensiones ni externas ni internas. Sería ayudar a los hombres a ser más
humanos.”
Este hermoso y profundo sentido de la
paz nos muestra cuan superficial y hasta ridículo es el concepto de paz que
sostiene la sociedad y buscan las naciones.
La profunda y continua inestabilidad de
la paz mundial refleja esta situación hipócrita: “se desea” la paz pero sin
ofrecer dignidad humana y medios para vivirla. “Se desea” la paz pero en
complicidad con la injusticia, la opresión, el mercado salvaje, la represión de
las minorías. “Se desea” la paz sin un compromiso de autoconocimiento y sin
interioridad. Una paz de este género es prácticamente imposible.
La paz que el evangelio ofrece y que
Jesús vivió es la paz integral del ser humano: paz con uno mismo, paz con los
demás, paz con la creación. Una paz que surge desde dentro y se comunica hacia
fuera. Es la paz del sentirse pleno, completo, aceptado, amado.
La paz recorre el evangelio de principio
a fin y llenó la existencia de Jesús hasta el punto que los cristianos
identificaron su vida con la paz: “Cristo
es nuestra paz” (Ef 2, 14).
Descubrir la paz que nos habita y la paz
que somos es entonces la tarea esencial que nos llevará a transformar cada
gesto de nuestra vida en un anuncio de paz.
San Serafín de Sarov lo expresó
maravillosamente: “Adquiere la paz
interior y miles a tu alrededor encontrarán la salvación.”
Esta paz interior es lo que somos,
nuestra identidad más profunda. Es la mismísima paz de Dios y que es Dios.
“La
paz de Dios, que supera todo lo que podemos pensar, tomará bajo su cuidado los
corazones y los pensamientos de ustedes en Cristo Jesús.” (Fil 4, 7).
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