“Yo he venido a traer fuego sobre la tierra”: así arranca el texto
de hoy.
¿Qué es este “fuego” con el cual Jesús se identifica?
Es el fuego del anhelo
interior, es el fuego del ser, el fuego de la Vida misma. Jesús se descubrió
animado por este fuego y comprendió su misión como un compartir ese mismo
fuego.
La imagen del fuego tiene
una belleza y un poder único.
El fuego alumbra y calienta,
consume y purifica.
El fuego arde: es pasión de
amor y peligro de muerte.
En el lenguaje de los
místicos y maestros espirituales la imagen del fuego está muy presente.
La misma Escritura utiliza la
imagen del fuego para hablar de Dios: “Porque
el Señor, tu Dios, es un fuego devorador, un Dios celoso” (Dt 4,24);
“porque nuestro
Dios es un fuego devorador” (Hb 12, 29).
La experiencia clave de la vida y la vocación de Moisés tiene que ver
con el fuego: “Allí se le apareció el
Ángel del Señor en una llama de fuego, que salía de en medio de la zarza”
(Ex 3, 2).
Encontrarse con este fuego es entonces esencial. El fuego que nos anima
expresa a la vez nuestra identidad compartida – el amor que somos – y nuestra
vocación única y original en cuanto manifestación de la Vida Una.
Paradojicamente descubrirse como expresión de la Vida Una no quita lo
individual y original de cada uno: más aún, lo plenifica.
Es lo que ocurre con las personas realizadas, felices, plenas. Son
plenamente ellas mismas, son fieles a su esencia, a su vocación única.
Experimentarse en profunda comunión con el Universo confiere más espesor
a lo personal.
Jesús fue fiel a sí mismo, fiel al Amor Uno que lo animaba y por eso
encontró su camino único y original.
Comprender esta dimensión paradojica es fundamental y nos permite
comprender cabalmente el texto evangelico de hoy que, a una mirada superficial,
podría sorprendernos o hasta asustarnos.
“¿Piensan ustedes que he venido a
traer la paz a la tierra? No, les digo que he venido a traer la división”
(12, 51)
Palabras fuertes, tajantes, contundentes. Palabras de fuego justamente.
Palabras que surgen de un corazón fiel a su esencia y fiel al Amor.
El místico sufí Rumi había dicho de sí mismo algo parecido: “esta flauta es tocada por el fuego, no por
el viento.”
Jesús vino a revelarnos que la plenitud de vida consiste
en ser fieles a nuestra propia esencia y originalidad. Siendo fieles a eso
seremos fieles al Amor Uno y a la Vida Una y, por el otro lado, conectándonos con
nuestra verdadera identidad – el Amor Uno
y la Vida Una – descubriremos nuestra unicidad y originalidad.
Ocurre muy a menudo que esta fidelidad y coherencia
suscite oposición en quien vive en la superficie, animado desde el ego y no
desde el Espíritu.
Lo sabemos bien: las personas enteras, coherentes, fieles
a su esencia son causas de conflicto.
Solo por citar unas pocas conocidas: Gandhi, Martin
Luther King, Nelson Mandela. También podemos nombrar los miles de mártires
cristianos.
Muchas más son las desconocidas, gente sencilla y común.
Por eso Jesús dijo: “¿Piensan
ustedes que he venido a traer la paz a la tierra? No, les digo que he venido a
traer la división”.
La paz que Jesús descubrió y vivió no es la paz superficial e ilusoria
del ego. Es la paz de la fidelidad a nuestro auténtico ser. Muchas veces para
descubrir esta profunda y eterna paz hay que pasar por el conflicto, el dolor,
el fuego.
El maestro zen Hakuin lo había expresado así: “Si lo que deseas es la gran tranquilidad, prepárate
a sudar la gota gorda.”
Hasta que la persona no trasciende el ego siempre estará
en algún tipo de conflicto y división. El ego no conoce la verdadera paz porque
el ego vive desde una identidad ilusoria y desde esta ilusión necesita del
conflicto para reforzar la creencia en esa misma identidad.
El fuego de Jesús, el fuego de nuestro auténtico ser
tendrá que quemar esta falsa y superficial identidad. El conflicto y las
divisiones que experimentaremos – adentro y afuera – nos revelarán cuan lejos
estamos de nuestro centro, nuestra esencia, la verdadera paz.
Por eso no hay que huir del conflicto: hay que asumirlo,
comprenderlo, trascenderlo.
Hace pocos día tuve la posibilidad de ir al cine a ver la
película “El Rey León”.
Uno de los ejes de la película – tal vez el principal –
es la frase que Mufasa repite a Simba: “recuerda
quien eres”.
El olvido de nuestra verdadera identidad es la causa de
la falta de paz, de los conflictos y las divisiones.
Recordar nuestra esencia no es cuestión de memoria
intelectual o de capacidades mentales. Es justamente lo opuesto: solo desde el
silencio mental el ego es trascendido y la verdadera esencia aparece.
Desde el silencio lo que somos aparece y se transforma en
fuego de vida.
Lo que somos es el Amor Uno y la Vida Una expresándose creativa
y originalmente en nuestra estructura psicofísica individual y en cada cosa
existente.
Se expresa desde el Silencio, como fuego, aliento y vida.
Deja que el fuego que te ilumine y te consuma.
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