Quisiera compartir unas
consideraciones a partir del documento de la Comisión Episcopal para la
Doctrina de la Fe de la Conferencia episcopal española. El documento, con fecha
28 de agosto de 2019, se llama «Mi alma
tiene sed de Dios, del Dios vivo» (Sal 42, 3). (https://www.conferenciaepiscopal.es/wp-content/uploads/2019/09/DF-Nota-doctrinal-sobre-la-oracioìn_AFINT-1.pdf)
El documento quiere presentar
los fundamentos de la oración cristiana y prevenir contra eventuales peligros y
desviaciones. En especial se cita la meditación zen.
La mía no es una respuesta. Es
un simple compartir a partir de mi experiencia y visión. Espero que si algún
obispo español entre en contacto con mis consideraciones – lo veo difícil – las tome así y no se ponga nervioso.
Soy un simple sacerdote, amante
de la meditación y del silencio, un poco poeta y un poco escritor. Tal vez más
poeta que escritor.
Creo que es mi derecho y deber
compartir lo que vivo y siento. Tal vez advertir también a los señores obispos
y al orden episcopal en general que “gracia
de estado” no es igual a “estado de
gracia”. Sin duda los obispos, como cualquier ser humano, tiene la gracia
para vivir en plenitud su vocación, pero esto no lleva directamente al “estado
de gracia”, es decir, a un estado de iluminación e infalibilidad. Es importante
recordarlo, para que el compartir y la escucha se pueda dar en un clima de
igualdad y humildad.
Vamos al grano. El documento
está muy bien hecho y tiene cosas interesantes. Cada cual sabrá descubrir
cuales son y alimentarse de ellas.
Mis consideraciones quieren
cuestionar unos puntos que considero importantes y a mi parecer necesitan unas
revisiones y profundizaciones.
1)
Superar/trascender
el dualismo
El documento deja en evidencia
un importante dualismo. Se sigue proponiendo la fe cristiana y con ella la
oración a partir del dualismo. El dualismo supone una separación entre persona,
Dios y mundo que en realidad no existe. La mística siempre lo supo. También la mística
cristiana: tal vez sería bueno profundizar el enorme material que la mística
cristiana nos regaló a lo largo de los siglos. Sorprende, en el documento, la
ausencia de referencias a la inmensa tradición mística cristiana: Clemente de
Alejandría, Orígenes, Evagrio Pontico, Juan Casiano, Benito, Hildegarda de
Bingen, Francisco de Asís, Domingo de Guzmán, Maestro Eckhart, Juliana de
Norwich, Juan de la Cruz, Thomas Merton, Bede Griffiths, John Main… todos
maestros espirituales que de cierta manera enseñaron el camino místico y
mostraron lo fundamental de trascender el dualismo. La ciencia contemporánea
confirma la superación del dualismo: física cuántica, psicología transpersonal,
medicina, pedagogía. Solo para citar unas pocas ciencias.
Sospecho que atrás del
obstinado dualismo está el miedo a perder el “Tú” divino. La “personalidad” de
Dios es uno de los temas teológicos que necesita una profunda revisión. No
podemos continuar aferrados a las categorías griegas. Es trágicamente
paradójico que la pretensión de universalidad del cristianismo quede embretada
y aferrada a las categorías filosóficas griegas. En el mundo hay mucho más que Aristóteles
y Santo Tomás de Aquino. ¿Por qué no abrir el mensaje cristiano desde un
encuentro con otras cosmovisiones, filosofías, pensamientos?
Podemos preguntarnos: ¿Qué significa ser persona hoy? ¿Acaso no evolucionó la comprensión del
concepto de persona desde que se formularon los dogmas cristológicos y trinitarios
hace 1600 años?
El miedo además no es nunca un
buen consejero. Aferrarse a la doctrina puede dar una sensación de seguridad
pero sin duda aleja de la vida real. La gente lo percibe y se aleja también.
Tal vez acá radica uno de los motivos de la crisis de la iglesia y del
cristianismo y del abandono de la practica religiosa de muchos cristianos.
Superar el dualismo no
significa perder una relación personal con la divinidad. Significa
recomprenderla, reformularla y vivirla a partir de la experiencia de la Uno y
de la unidad. Experiencia mucho más integral, plena, humana.
2)
Mirada honesta
sobre la realidad: la centralidad de la experiencia
Todas las preguntas que se
hacen los obispos en el párrafo 3. del documento están marcadas por el dualismo
y lo doctrinal.
La vida es mucho más que
experiencia dual y doctrina.
Sospecho que ninguno de los
obispos españoles tuvo una seria experiencia de meditación zen. En este caso es
bueno recordar la advertencia de Ken Wilber: “Así pues nos encontramos ante dos opciones en cuanto al enjuiciamiento
de la cordura, o de la realidad, o del nivel deseable de la mente, o del
conscienciamiento místico: podemos creer en quienes lo han experimentado, o
proponernos experimentarlo por nosotros mismos, pero si no somos capaces de
hacer lo uno ni lo otro, lo más sensato es no formular ningún juicio prematuro”.
Planteo mis preguntas: ¿Cómo juzgar entonces lo que no se conoce?
¿Cómo juzgar una tradición desde otra? ¿Qué se entiende por “Dios vivo y
verdadero”? ¿Qué se entiende por “uno mismo”? Cuando la neurociencia
advierte que lo que comúnmente definimos como “yo” en realidad es una ficción
mental: ¿Qué entendemos por “yo”?
Volver a la experiencia es
entonces una de las claves para el crecimiento en la vida espiritual y para
respetar el camino del otro.
En el párrafo 12 los obispos
escriben:
“Desde la idea de que el sufrimiento tiene su origen
en la no aceptación de la realidad y en el deseo de que sea distinta, la
meta de la meditación zen es ese estado de quietud y de paz que se alcanza
aceptando los acontecimientos y las circunstancias como vienen, renunciando a
cualquier compromiso por cambiar el mundo y la realidad. Por tanto, si con este
método la persona se conformara solo con una cierta serenidad interior y la
confundiera con la paz que solo Dios puede dar, se convertiría en obstáculo
para la auténtica práctica de la oración cristiana y para el encuentro con
Dios.”
Unas acotaciones.
En primer lugar es totalmente
falsa la idea de que la quietud y la paz, frutos de la meditación, llevan a
renunciar “a cualquier compromiso por
cambiar el mundo y la realidad”. Si bien es cierto que la aceptación de la
realidad es uno de los ejes de la meditación, esta misma aceptación, lleva al
compromiso y al amor concreto. Eso sí, liberado del ego y de las visiones
parciales y superficiales de la realidad. Lo esencial de la aceptación, además, la encontramos en
innumerables textos cristianos. Parece ser una clave de todo camino espiritual.
En segundo lugar la idea de que
la paz solo la puede dar “nuestro Dios” es también falsa. Más allá que habría
que discutir que entendemos cuando hablamos de “Dios”, decir que la paz solo
viene del Dios de Jesucristo no responde a la realidad. En todas las
expresiones religiosas de la humanidad hay experiencias de profunda y verdadera
paz y de profundo y verdadero amor.
¿Por qué somos tan arrogantes al pretender que tenemos la exclusividad
de la paz?
Simplemente no responde a la
verdad. Aceptación es también reconocer la verdad y dejarse cuestionar por
ella.
¿Por qué si un budista o un hinduista me comparte su experiencia de
paz y plenitud no tendría que creerle?
Otro aspecto de la realidad que
los obispos parecen no considerar es la experiencia viva de muchos sacerdotes,
consagrados y laicos que a partir del encuentro con la meditación zen u otras
tradiciones religiosas renovaron y renuevan su propia fe cristiana y su amor a
Cristo y al evangelio.
Mirar con apertura y honestidad
a la realidad nos hace más humildes, más auténticos y más creíbles.
3)
Cuestionarse lo
dogmático
La iglesia jerárquica está como
obsesionada por mantener el “deposito de la fe”. Ya la palabra “deposito” no
habla de frescura, novedad, creatividad. Habla más de aire estancado, humedad,
cerrazón. Reinterpretar y reformular la misión de la iglesia en clave de
compartir la vida y la experiencia de Jesús es fundamental.
La teología necesita una
renovación y descubrir el verdadero sentido de la “tradición”.
Los obispos hacen referencia al
método histórico-crítico que se utilizó para estudiar el evangelio e intentar
llegar lo más cerca posible de la persona histórica de Jesús. Más allá de los
logros del método quedaron también al descubierto sus fallas y sus limites.
No creo necesario recordar que
los evangelios no son libros de historia, a pesar obviamente de tener raíces históricas.
El evangelio es anuncio de fe, compartir de una experiencia, relato de un
encuentro.
Remontar a la misma persona de
Jesús de Nazaret y poder encontrar sus exactas palabras y sus gestos concretos
es prácticamente imposible. Separar la historia de Jesús de la interpretación
de sus seguidores y de los evangelistas es una operación tanto inútil cuanto estéril.
Lo que necesitamos es
encontrarnos con el Cristo viviente hoy. Sin olvidarnos, por supuesto, del
Jesús “histórico”.
La experiencia de la meditación
nos regala admirablemente esta posibilidad. Trascendiendo lo mental nos conecta
con el eterno Presente que, para nosotros los cristianos, adquiere el nombre
del Cristo viviente.
¿No será más fecunda esta postura que seguir defendiendo conceptos teológicos
obsoletos?
A partir de una verdadera
experiencia del Cristo viviente se nos abrirán las puertas para reinterpretar, resignificar
y reformular los dogmas cristianos que tanto preocupan a los obispos.
Sin duda las doctrinas que más necesitan
ser reinterpretadas, recomprendidas y reformuladas son: la Revelación, la
Encarnación, la Trinidad, la unicidad de la salvación en Cristo, la misión de
la iglesia.
4)
La sencillez
En el párrafo 40, el último,
los obispos invitan a los cristianos “a
que tengan en cuenta estos principios y no se dejen «arrastrar por doctrinas
complicadas y extrañas» (Heb 13,
9) que desorientan al ser humano de la vocación última a la que ha sido llamado
por Dios, y llevan a la pérdida de la sencillez evangélica, que es una
característica fundamental de la oración cristiana.”
Propiamente la meditación tiene
la gran ventaja de la sencillez. Se podrá “acusar” al zen de todo, menos que de
complejo. El zen es entrar en la plenitud de la vida,
aquí y ahora: punto. ¿Algo más simple? Todos pueden meditar: no se necesitan títulos
universitarios ni capacidades especiales. Todos: desde la niñez hasta la
muerte.
Es la oración “cristiana” que
la hemos complicado excesivamente: la liturgia usa un lenguaje arcaico y muchas
veces incomprensible, rezar la liturgia de las horas a menudo se convierte en
un ejercicio de paciencia para encontrar las distintas antífonas y salmos, la
verborragia aturde y confunde.
La meditación puede ayudarnos a
recuperar la sencillez perdida.
·
Conclusión
Espero que estas
consideraciones puedan ser recibidas desde el amor y con amor. Así las ofrezco,
sin ninguna otra intención. ¡Qué lindo e importante es aprender a dialogar sin
miedo, sin nerviosismo, sin crispaciones, sin pretensiones de poseer la verdad!
En mi experiencia la meditación zen, que en mi persona
coincide con meditación cristiana, no
crea ningún tipo de conflicto.
Me siento profundamente
unificado, feliz, en paz.
Me siento profundamente
cristiano y realmente uno con mis
hermanos ateos o de otras tradiciones religiosas.
¿Por qué no tendría que ser así?
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