Empezamos hoy el tiempo de Adviento, tiempo de la venida, tiempo
del Viniente.
Tal vez esta es la mejor manera de
entender y vivir este tiempo litúrgico.
Dios es el Viniente: el Misterio de Amor siempre presente y que siempre viene
a nuestro encuentro. En cada situación, persona, circunstancia. Es la Presencia.
El texto de Mateo abre una ventana sobre
unos temas importantes: el género apocalíptico, las expectativas de Israel y de
los cristianos, la escatología, el despertar.
El género
apocalíptico es una manera de escribir que anuncia una novedad radical a
partir de la destrucción de lo viejo. Es un lenguaje simbólico y por eso es
absurdo tomarlo al pie de la letra o como profecías de algo que está ocurriendo
o ocurrirá.
Jesús es novedad y su propuesta de vida
puede transformar radicalmente nuestras existencias y el mundo entero. El
“hombre viejo” tiene que morir para que surja el “hombre nuevo” en lenguaje de
San Pablo (Rom 6, 6; Col 3, 10).
Israel vivía de expectativas: esperaba al Mesías y todavía lo espera. Muchos y
hermosos textos del Antiguo Testamento dan testimonio de esta espera, de este
anhelo de un salvador, un liberador.
En el fondo la espera de Israel expresa
el anhelo de cada corazón humano de una vida plena, justa, libre y fraterna.
Paradójicamente estas expectativas
siguen con los cristianos.
No nos alcanzó la primera venida de
Jesús… ¡esperamos una segunda! ¿Por qué?
¿No es Jesús nuestra Vida y Plenitud?
La razón es simple: porque nos dimos
cuenta que – aparentemente – el mundo nuevo anunciado por Jesús todavía no
llegó. Todavía hay dolor, mal, muerte, injusticia. Todavía no percibimos los
frutos de la resurrección de Cristo.
¿Hay
que seguir esperando? ¿Hasta cuando? ¿Nos les parece absurdo?
Parecería que a Dios no le salen las
cosas y que sigue enviando gente hasta que comprendamos…
No es así obviamente. Desde una
comprensión mística de la realidad – es
lo que los místicos vienen diciendo desde siempre – caemos en la cuenta
(¡despertamos!) que Dios siempre está Presente y siempre está viniendo. No hay
que esperar a nada ni a nadie. Vivir de expectativas es perderse el regalo
hermoso de la vida y la plenitud del aquí y del ahora. El “tiempo” de Dios es
el Presente: Dios es.
Por eso que el símbolo de la “segunda
venida” de Cristo hay que comprenderlo no en un sentido futuro, sino en un sentido de profundidad.
Ya Teilhard de Chardin había dicho que Dios es “timón de profundidad”.
La plenitud está presente y late
amorosamente en lo profundo. No la vemos porque está oculta debajo de nuestras
expectativas, deseos, miedos, necesidades. En una palabra: nuestro ego, nuestro
yo superficial.
Silenciado el “yo” aparece nuestra
verdadera identidad y con ella la Plenitud anhelada. Silenciar el “yo” es
despertar a nuestra esencia, al amor que somos, que nos constituye y constituye
todo lo que es y vemos. Descubrimos así que todo está bien, todo es perfecto.
¿Y
el mal, el dolor, las injusticias?
Silenciado el yo que juzga y discrimina
salimos de una interpretación mental e idealista de la perfección que requiere
que la vida se ajuste a nuestras necesidades y deseos… y comprendemos con
asombro que la perfección ya late en la Vida…que la Vida es perfecta y somos
nosotros que tenemos que ajustarnos y fluir con ella.
Todo esto nos aclara también la cuestión
de la escatología, termino griego que
expresa las realidades “últimas”: el fin del mundo, la muerte y todo lo
relacionado.
En la carrera teológica hay una materia
que lleva este nombre: escatología. La estudié con un excelente profesor y la
salvé con excelente nota.
Pero ya no me interesa la escatología:
quiero vivir, no pensar en un hipotético futuro y en hipotéticas cuanto raras
suposiciones. La vida es lo real, no el pensar sobre la vida y, menos, sobre la
muerte.
Nos viene bien recordar la invitación de
Blaise Pascal: “Dios no hay que pensarlo,
hay que vivirlo.”
“Unos
discípulos le preguntaron a su maestro zen: «Maestro, ¿qué hay después de la
muerte?» El contestó: «No lo sé». Le urgieron: «¡Pero usted es un Maestro Zen!».
Y el respondió impertérrito: «Sí, pero no soy un maestro Zen muerto».”
Este tiempo de Adviento entonces puede
ser una oportunidad para estar más atentos, vigilantes, preparados.
“El Hijo del hombre vendrá a la hora menos pensada” (24, 44): ahora.
Como invita también San
Pablo: “Este es el tiempo favorable, este
es el día de la salvación” (2 Cor 6, 2).
La atención a la Vida y al
momento presente nos conduce serena y alegremente al despertar: Uno con la
Vida, aquí y ahora.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario