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sábado, 9 de mayo de 2020

Juan 14, 1-12




El evangelio de hoy comienza con la invitación a la calma: “no se inquieten”, en otras traducciones “no pierdan la calma”.
La calma es un corazón sereno y en paz, un corazón que confía.
No se inquieten. Crean en Dios y crean también en mí”: creer es confiar. Este es el verdadero y fundamental sentido de la fe: la confianza.
Debemos de salir de una “fe mental” como asentimiento racional a una doctrina. Esta “fe mental” se denomina creencia y poco tiene que ver con la confianza.
La fe bíblica y la fe de Jesús se expresan en una confianza radical en la vida y en una Presencia amorosa que todo lo sostiene en el ser.
Esta confianza nos lleva a la calma. La calma, a su vez, alimenta y sostiene la confianza.
El evangelio es la narración de la confianza de Jesús.

Jesús nos abre su conciencia y nos comparte su experiencia. Estamos invitados a entrar en la misma y maravillosa experiencia del maestro de Nazaret.
Entrar en su experiencia es compartir su visión, ver lo que él vio.
Es palpitar con su corazón.
Hace años el gran teologo suizo Hans Urs von Balthasar (1905-1988) escribió un hermoso y místico libro: “El corazón del mundo”.
Este corazón es el corazón de Cristo que sigue latiendo. Es el corazón en el cual vivimos y que late junto al nuestro.
No hay más que un corazón y un latido: esta deliciosa percepción es la iluminación.
Todo late al ritmo del Corazón de Cristo: los miles de millones de corazones humanos y todas las infinitas formas de vida que habitan el planeta tierra y el Universo entero.
En este Corazón hay lugar para todos. Más aún: es nuestra Casa. “En la Casa de mi Padre hay muchas habitaciones” (14, 2).
El famosisimo versiculo 6 es el eje de nuestro texto: “Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. Nadie va al Padre, sino por mí. Si ustedes me conocen, conocerán también a mi Padre. Ya desde ahora lo conocen y lo han visto”.
Jesús nos muestra la profunda unidad de lo real. Todo es Uno y todo brota continuamente desde esta Unidad.
Entrar en la conciencia de Jesús es entrar en esta Unidad, en la Presencia amorosa desde la cual todo surje.
Camino, Verdad y Vida expresan maravillosamente esta Presencia amorosa que llamamos Dios. Jesús se percibe así porque se percibe Uno con el Padre.
Estamos llamados a percibir lo mismo que Jesús: esto significa “entrar” en su conciencia.
Jesús, como todos los grandes maestros de la humanidad, no guarda para sí mismo la experiencia fundante y central de su vida, sino que la comparte.
La comparte para que podamos vivir su misma experiencia y ver los mismos frutos en nuestras vidas: “Les aseguro que el que cree en mí hará también las obras que yo hago, y aun mayores, porque yo me voy al Padre” (14, 12).
¿Cómo entrar en la percepción/conciencia de Jesús?
En este versiculo está la clave.
El Jesús historico ya no está presente. Su Presencia continua a través del Espíritu que todo lo llena y que se expresa, entre otras cosas, en los sacramentos de la iglesia.
Pero su Presencia continua esencialmente a través del Cristo interior. Este Cristo interior es nuestra propia esencia, es el lugar donde “somos uno” con Dios. Es la Vida de toda vida, el aliento de todo aliento.
Es nuestro fondo común, que al mismo tiempo, es el fondo de Dios, como afirmó Maestro Echkart.
Por eso el único camino a la conciencia de Jesús es el camino a nuestra propia conciencia.
Hay un punto, en las profundidades, donde nuestra conciencia y la conciencia de Jesús coinciden: es el Cristo interior, nuestro ser auténtico y verdadero.
Ahí residen la calma y la paz.
El camino hacia este lugar pasa necesariemente por conocerse: “Si ustedes me conocen, conocerán también a mi Padre. Ya desde ahora lo conocen y lo han visto” (14, 7).
Conocerse a uno mismo es conocer a Dios y conocer a Dios es conocerse a uno mismo. Es el camino recorrido y subrayado por innumerables maestros de la humanidad.
No hay atajos.
Aprovechemos las oportunidades que la vida nos brinda para profundizar en el conocimiento. Regalemonos tiempos de calidad para conocernos.
Sabemos también que conocimiento y amor van de la mano: no podemos amar lo que no conocemos y no conocemos lo que no amamos. Son las dos caras de la misma moneda.
Vivir desde el Amor supone conocimiento y aprender a amar supone conocerse. Desde ahí brota el verdadero amor: pura libertad que reconoce la perfecta unidad de toda la creación.



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