El Espíritu de la verdad permanece con
nosotros y está en nosotros (14, 17): es la gran y buena noticia del evangelio.
Es la revelación más grande y el regalo
más hermoso que Jesús nos hizo.
El Espíritu de la verdad permanece con
nosotros y está en nosotros porque es nuestra identidad más profunda: ¡es lo
que somos!
Nuestra identidad no tiene nada que ver
con lo que llamamos “yo”: este pequeño e ilusorio “yo” es nuestra personalidad
frágil, temporal, pasajera. Este “yo” es la manifestación
en el mundo y en la historia de lo eterno: el Espíritu.
Espíritu es
otro de los nombres del “Misterio sin nombre” que los cristianos llamamos
“Dios” y que Jesús llamó “Padre”.
Todas palabras que apuntan a lo
invisible e inefable: el Amor eterno que constituye nuestra verdadera y común
identidad. Somos Amor manifestándose en nuestra persona concreta. La
manifestación visible del Misterio no lo agota obviamente, sino que simple y
maravillosamente lo revela desde un punto único y original: este punto es mi
esencia, esencia que se manifiesta en el mundo – se vuelve visible – a través de mi persona. La persona y la
personalidad son la visibilidad concreta e histórica de mi esencia invisible,
el Espíritu.
Esta es la experiencia fundante de Jesús
y de todos los sabios y maestros de la humanidad. Experiencia que Jesús expresa
así: “el Padre y yo somos una sola cosa”
(Jn 10, 30).
El camino espiritual es el camino de la
disolución de nuestro pequeño “yo” en este Misterio de Amor que nos constituye,
que constituye a todo lo real, y que está más allá de lo real.
La disolución del “yo” que nos da tanto
miedo es la disolución del ego, de la identificación con la mente, para caer en
la cuenta que nuestra identidad real y profunda es Amor. Amor que se expresará,
manifestará, revelará a través de nosotros, dependiendo de nuestra capacidad de
apertura, confianza y desapego.
Nuestra esencia espiritual es Una cosa sola con este Misterio de Amor
y por eso lo que somos no puede nacer y no puede morir. Es nuestra esencia
eterna que se manifiesta en nuestra persona y en nuestro viaje humano.
Recordemos lo que dijo Teilhard de
Chardin: “no somos seres humanos en un
viaje espiritual, sino seres espirituales en un viaje humano.”
Por eso tal vez la metáfora del Espíritu
es una de las menos inadecuada para expresar este Misterio maravilloso que nos
desborda por completo.
Misterio que no comprendemos por exceso
de luz, no por falta. Demasiada luz para nuestros ojos, demasiada luz para
nuestra mente racional.
Por eso el silencio es maestro y guía.
En el silencio la luz se nos hace más accesible, porque el silencio es humilde
y no pretende atrapar a la luz. La mente en cambio es manipuladora y siempre
pretende poseer el Misterio.
El versículo que cierra nuestro texto es
de una belleza y profundidad inacabable: “El que recibe mis mandamientos y los cumple, ese
es el que me ama; y el que me ama será amado por mi Padre, y yo lo
amaré y me manifestaré a él” (14, 21).
Jesús nos hace entrar en su
conciencia y visión: circulo y plenitud del Amor.
Amor recibido y entregado.
Amor que es la perfecta Unidad desde la cual todo continuamente está surgiendo
y regresando.
Entrar en esta corriente de
Amor es el llamado para cada ser humano, cada ser viviente, cada cosa.
Porque este Amor es lo que
somos y es la esencia de cada cosa.
Solo el Amor es real, porque
es desde el Amor que surge la Vida y porque el Amor todo lo engendra, lo
constituye, lo sostiene en el ser.
Esta oración del místico
sufí Rumi lo expresa maravillosamente:
“¡Oh,
Dios grande!,
mi
alma con la tuya se ha mezclado,
como
el agua con el vino.
¿Quién
puede separar el vino del agua?
¿Quién,
a ti y a mí, de nuestra unión?
Tú
te has convertido en mi yo más grande:
ya
no quiero volver a ser el pequeño yo.
Tú
has aceptado mi esencia:
¿no
debería yo aceptar la tuya?
Me
has aceptado para la eternidad
de
manera que yo no pueda negarte por la eternidad.
Ha
penetrado en mí tu aroma de amor,
y
ya no abandona mi médula.
Como
una flauta permanezco entre tus labios
y
como un laúd sobre tu regazo.
¡Sopla!
Y yo emitiré suspiros.
¡Toca!
Y yo vibraré en llantos.
Tú,
aliento de mi corazón.”
No hay comentarios.:
Publicar un comentario