En esta fiesta de la Trinidad se nos
ofrece un texto central del evangelio de Juan.
La primera parte del versículo 16 podría
ser un hermoso resumen de todo el evangelio: “Dios amó tanto al mundo, que entregó a
su Hijo único.”
¿Cómo comprender este maravilloso anuncio del amor de Dios?
Debemos de entender la cosmovisión que hay detrás. Una
cosmovisión es una manera de ver la vida, de interpretar la realidad. Es un
paradigma, es como tener un par de lentes a través de los cuales vemos la realidad.
La cosmovisión del evangelio
de Juan responde a las categorias de su tiempo y queda marcada por la dualidad, expresión caracteristica del teismo: la realidad está separada en
mundos distintos y Dios interviene en el mundo humano desde afuera. De ahí la
imagen de un Salvador “externo” que baja del cielo.
Esta cosmovisión, y el
teismo que le sigue, es justamente la que entró en crisis en este actual cambio
de epoca. La crisis de las religiones, en general, es la crisis de una manera
de ver la vida y de vivir, es la crisis de una etapa de la conciencia humana.
No podemos quedarnos
anclados a lo viejo. Hay que rescatar la experiencia nuclear que el evangelio
nos propone y comprenderla desda la nueva cosmovisión.
Como afirman muchos
teologos: Dios evoluciona con la humanidad. No porque a Dios le falte algo,
obviamente, sino porque Dios, cosmos y humanidad son UNO.
La evolución de la
conciencia humana nos ha llevado a esta comprensión: no hay mundos separados.
La realidad es UNA y se expresa y manifiesta de manera distinta, nueva,
creativa.
Lo maravilloso es que esta
experiencia nuclear de lo Uno es, desde siempre, la experiencia de todos los
místicos, los maestros, los iniciadores de caminos espirituales. Ellos
simplemente compartieron esta experiencia a través de los medios culturales y
de las capacidades lingusticas que su entorno le ofrecía.
Por eso debemos ir más allá
– trascender – la forma en las cuales
se expresa la experiencia para llegar al fuego iniciador, al nucleo ardiente de la experiencia.
La zarza ardiente de Moisés (Ex 3, 2) es un simbolo de todo eso: lo
fundamental para nosotros y para cada ser humano de todos los tiempos y
latitudes es ver la zarza ardiendo y no tanto los relatos que nos hacen sobre la zarza ardiendo.
En terminos cristianos: el
evangelio se nos regala para que podamos hacer la mismisima experiencia de
Jesús y no tanto para que sepamos cosas sobre Jesús.
Volvemos a nuestro texto e
intentamos comprenderlo desde esta cosmovisión no-dual o mística.
Si la realidad es
profundamente Una, Jesús no viene desde “afuera”, sino desde “adentro”. Jesús
expresa lo mejor de la humanidad y lo que Dios hace y es en Jesús lo hace y es en cada uno de nosotros.
Como afirma bellamente Jean
Sulivan: “Jesús es lo que
acontece cuando Dios habla sin obstáculos en un hombre”
Nuestra tarea es sacar los obstáculos,
para ser lo que ya somos y para que se manifieste en plenitud nuestra esencia.
En general estos obstáculos son nuestras
creencias, los miedos, la falta de apertura, de disponibilidad, de silencio.
El camino espiritual se concentra en la
capacidad de soltar el apego a nuestra identidad superficial y crear espacio
para que la verdadera identidad pueda emerger.
Este camino no es posible desde la mente
y la racionalidad. Uno de los ejes del cambio de época y de la cosmovisión
actual es la necesidad de trascender lo mental.
Si la vieja cosmovisión se centraba en
la racionalidad, la actual se centra en su superación, la conciencia.
Desde el silencio mental y emotivo la
mente es integrada y trascendida para entrar en el espacio no dual de la
perfecta unidad.
Desde este espacio comprendemos
cabalmente que no existe ningún juicio: “Dios no envió a su Hijo para juzgar al
mundo, sino para que el mundo se salve por él” (3, 17).
El juicio es un invento
humano – del ego mejor dicho – para
esconder nuestra incapacidad de abrirnos al amor.
El juicio solo puede existir
desde la mente. Trascendida la mente solo hay Amor.
La resurreccion es
justamente el anuncio definitivo que no existe ningún juicio y que solo el amor
es real.
Estamos llamados a dejarnos
plasmar desde la resurrección que sigue aconteciendo aquí y ahora: en el
silencio, desde las entrañas de lo real.
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