En estos días se difundió un video de la
comunidad “Centro mariano de Aurora”, también llamado “Casa de la redención”.
La Diócesis de Salto (Uruguay) sacó un comunicado afirmando que dicho
movimiento no pertenece a la Iglesia Católica.
Hasta acá todo bien.
Debido a que me llegaron varias
consultas sobre el tema y pude leer unos cuantos comentarios intento ofrecer mi
visión. Ofrezco mi visión porque este problema puntual, en realidad, esconde
toda una postura y una manera de vivir la fe que va mucho más allá del evento
puntual.
Lo que sigue va justamente en este
sentido: más allá del caso puntual para evidenciar unas posturas de fondo que,
a mi entender, poco tienen que ver con el evangelio.
Aprovechemos de la situación para crecer
en comprensión y compasión.
Lo que no comparto es la postura
dogmática, cerrada y agresiva de muchos católicos con respeto a dicho grupo o a
la situación que se generó.
El video que denuncia dicho grupo habla
de “Satanás” y pone todo en la bolsa de la New Age. Todo con demasiada
superficialidad y poco conocimiento, me parece.
Desconozco este grupo y por lo poco que
se ve en el video no me atrae para nada. Mi camino es otro.
Pero me pregunto: ¿Por qué tanto
escandalo? ¿Por qué tanto ruido? ¿Por qué tanta agresividad?
Lo que estaría afuera de lugar y sin
duda poco ético es que el grupo se hiciera pasar por católico o tratara de
engañar, manipular o extorsionar a la gente.
Cosa que, con certeza, no sé. Esto hay
que aclarar, y punto.
Aclarado esto podríamos aprovechemos
para preguntarnos:
¿La
iglesia católica tiene la exclusiva de unos tipos de vestimenta?
¿Acaso
la iglesia compró la exclusiva sobre la Virgen María y el Padre Pío?
¿Sólo
los católicos podemos venerar una cruz o cantar himnos?
Sería el caso de aplicar serenamente el
consejo que Gamaliel dio al sanedrín en relación a la actividad de los
apóstoles: “No se metan con esos hombres
y déjenlos en paz, porque si lo que ellos intentan hacer viene de los hombres,
se destruirá por sí mismo, pero si verdaderamente viene de Dios, ustedes
no podrán destruirlos y correrán el riesgo de embarcarse en una lucha contra
Dios” (Hec 5, 38-39).
¿Qué
hay detrás de este afán de justicia y de condena?
Cuando alguien tuvo la deslumbrante
experiencia de encuentro con el Cristo vivo y con la frescura del evangelio,
¿pueden surgir semejantes preocupaciones?
Sospecho que no. Ya no se tiene tiempo
ni gana de gastar energía inútilmente.
La tentación de “quemar” al distinto
está siempre presente. También la vivieron los apóstoles: “Cuando sus discípulos Santiago y Juan vieron esto, le dijeron: «Señor,
¿quieres que mandemos caer fuego del cielo para consumirlos?». Pero él se
dio vuelta y los reprendió” (Lc 9, 54-55).
Jesús deja vivir.
“Juan
le dijo: «Maestro, hemos visto a uno que expulsaba demonios en tu Nombre, y
tratamos de impedírselo porque no es de los nuestros». Pero Jesús les
dijo: «No se lo impidan, porque nadie puede hacer un milagro en mi Nombre y
luego hablar mal de mí. Y el que no está contra nosotros, está con
nosotros” (Mc 9, 38-40).
Jesús está tan apasionado por el Reino y
por la belleza de la vida que no pierde el tiempo. Solo piensa en vivir y en
amar.
Nosotros tal vez perdemos tiempo y
energía porque nos falta esta profunda y radical experiencia de Dios. No
estamos radicalmente enamorados del Amor, como Jesús.
En el fondo de estas posturas dogmáticas
y agresivas está la pretensión absurda de “poseer la verdad” y ser los
defensores de dicha verdad.
Cosa insostenible desde todos los puntos
de vista: religioso, espiritual, filosófico, científico.
Esta postura lleva a juzgar y etiquetar
a experiencias milenarias como el yoga, por ejemplo. Decir por ejemplo que
detrás del yoga o el reiki está Satanás es un absurdo colosal, cuando el
yoga formó a seres humanos tan realizados, amantes y pacíficos como muchos de
los santos cristianos.
Ponemos todo en la misma bolsa sin saber
nada.
Juzgamos y etiquetamos desde una
terrible superficialidad y desconocimiento.
Juzgamos una experiencia desde la nuestra: esto es poco ético y
poco respetuoso de lo que es y significa la espiritualidad. Solo tenemos
derecho a opinar después de haber hecho “experiencia del otro”, haber entrado
en su mundo.
Estas actitudes me preocupan más y me
parecen mucho más graves y, entre paréntesis, muy poco evangélicas.
Seguimos juzgando, etiquetando, marginando
en nombre de una doctrina y supuestas verdades por defender.
Jesús nunca hizo eso. Jesús siempre
abrió, recibió, acogió, perdonó. Siempre, el primer gesto de Jesús fue de
aceptación, comprensión, compasión.
Jesús desparramó vida, levantó vida:
“Talitakum”.
Solo condenó la hipocresía. Hipocresía
que en muchos casos sigue siendo nuestra y, - qué pena -, en nombre del evangelio: por
defender doctrinas, leyes y catecismos hacemos lo opuesto de lo que Jesús
hacía.
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