El texto de hoy nos abre una ventana
sobre la interioridad de Jesús. Jesús abre su corazón y podemos ver claramente
lo que lo habita: la gratitud.
Jesús alaba al Padre, agradece.
Podemos leer toda la vida de Jesús como
un canto de alabanza al Padre y a la gratitud
como la actitud esencial.
¿De
dónde brota la gratitud?
La gratitud de Jesús brota de su
vibrante percepción y de su alinearse con la vida.
Por un lado, Jesús logra ver más allá de
las apariencias y capta el núcleo esencial de la existencia y de la vida: en
todo descubre la Presencia de Dios.
Por el otro se alinea con esa misma
Vida, la acepta, la asume, dice su “si”. ¡“Si” a la vida!
“Ver” a Dios en todo y decir “si”: esa
es la clave de la gratitud.
La gratitud entonces se convierte en el
eje central de la existencia. Vivimos agradecidos, vivimos dando gracias.
La Vida se convierte en algo
maravilloso, paso a paso, momento a momento.
Esta actitud esencial de gratitud
transforma también los pasajes dolorosos de la existencia: “mi yugo es suave y mi carga liviana” (Mt
25, 30).
La gratitud no anula el dolor y las
dificultades, sino que los transforma y los hace livianos.
¿Por
qué el “yugo” de Jesús es suave y su “carga” liviana?
Porque Jesús no se resiste a la vida, no
se opone a la vida. Jesús la acepta, la ama, la asume en plenitud.
Es la resistencia a la Vida lo que hace el “yugo” amargo y la “carga”
pesada.
Nuestra cultura, y el cristianismo
también, están todavía marcados por la resistencia y la lucha: en lugar de
asumir la vida, creemos saber por
donde tiene que ir y queremos controlar la vida, manipularla y vivirla según
nuestros criterios.
En muchos casos hemos “usado” el
evangelio para nuestras luchas en contra de la vida.
Todo esto produce la clásica actitud defensiva: nos encerramos detrás de los
baluartes dogmáticos y morales y nos perdemos la belleza de la vida y su
liviandad.
Siempre que hay un “en contra de” estamos rechazando la vida. Siempre que hay lucha estamos rechazando la vida.
Siempre que hay resistencia estamos rechazando
la vida.
Y disfrazamos todo esto con el famoso y
reiterado “contracorriente” evangélico.
Jesús nunca se resistió a la Vida, nunca
luchó “en contra de”.
Acá tenemos un gran desafío por delante.
“Ir contracorriente” no puede ser en
absoluto un rechazar la vida o un ir “en
contra de”.
“Ir contracorriente” es descubrir que la
vida siempre tiene razón, aunque no la entendamos.
La fidelidad al evangelio es la
fidelidad a la Vida que se esconde también en nuestros errores y mezquindades.
La fidelidad al evangelio nunca confunde
“pecado” y “pecador”.
La fidelidad al evangelio siempre
reconoce la inocencia de las personas y la realidad, más allá de todo.
La denuncia profética, “en contra” de
las estructuras de pecado, de la opresión y de la injusticia, a mi parecer,
tiene que virar hacia el descubrimiento y el anhelo de vida y amor que se
esconde en el fondo de estas realidades.
Las “estructuras de pecado” están hechas
y sostenidas por personas heridas, inconsciente y sufrientes. Debajo de este
gran dolor se esconde la Vida que quiere sanar, brotar, iluminar.
Nuestra tarea es aportar luz y
conciencia, no juzgar y condenar.
El mal se sana y se convierte asumiéndolo,
no rechazándolo.
La cruz de Jesús es el gran evento, símbolo
e icono de todo eso.
Nosotros luchamos y rechazamos porque no
somos capaces de asumir. Nuestro amor es débil y frágil. Tenemos miedo al Amor.
El “si a la Vida” puede renovarnos y
transformarnos.
El “si a la Vida” transformará el miedo
en amor.
El “si a la Vida” hará el yugo suave y
la carga liviana.
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