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sábado, 27 de junio de 2020

Mateo 10, 37-42




El texto de hoy nos sitúa en uno de los ejes de la condición humana, de la realidad y del camino espiritual: la paradoja.

Paradójico” es todo aquello que la mente percibe como opuesto o contradictorio y que, en cambio, en la vida se armoniza y se expresa simultáneamente.

El versículo central de nuestro texto lo expresa perfectamente:

El que encuentre su vida, la perderá; y el que pierda su vida por mí, la encontrará” (10, 39).

Otro versículo muy claro en este sentido lo encontramos en el evangelio de Juan: “si el grano de trigo que cae en la tierra no muere, queda solo; pero si muere, da mucho fruto” (Juan 12, 24).

Todos los maestros y todas las tradiciones religiosas y espirituales de la humanidad de una forma u otra siempre han llamado la atención sobre este aspecto.

La tradición cristiana – en uno de sus más fulgidos ejemplos – lo expresa maravillosamente a través de la experiencia y la poesía de San Juan de la Cruz que gira alrededor del eje “todo/nada”: para llegar al Todo hay que pasar por la Nada.

Sumamente paradójico: la mente no lo entiende, el corazón y la vida sí.

El budismo zen habla del vacío y la forma: vacío es forma y forma es vacío.

 

¿Qué quiere expresar la dimensión paradójica de lo real?

Quiere expresar la doble dimensión de la realidad: la esencia es Una y se manifiesta en infinitas formas. El Amor Uno se revela y expresa en todo lo que vemos y conocemos. El Ser es el “alma” invisible de todo lo que “está siendo”.

Todas maneras de decir lo mismo.

 

Jesús, místico y profeta, lo supo ver. Su lucidez de conciencia le permitió penetrar el Misterio de lo real.

Cuando Jesús afirma: “El que encuentre su vida, la perderá; y el que pierda su vida por mí, la encontrará”, ¿Qué quiere decir?

Muchas veces se interpretó este versículo en sentido moral: renunciar a sí mismo siguiendo a Jesús nos proporcionaría la verdadera vida. El acento estaría puesto en la propia entrega amorosa. “Darse”, en el amor, nos permite encontrarnos.

Sin duda una lectura que dio muchos y abundantes frutos pero también una lectura parcial y superficial que a menudo generó cansancio, malentendidos y frustración.

Desde la visión mística y contemplativa que surge del silencio creo que podemos dar un paso más.

Encontrar la vida” corresponde a vivir solo una dimensión de lo real: la parte visible, externa, lo que se manifiesta. Sería vivir desde la creencia de ser el “yo”.

Este falso “yo” corresponde a nuestro nombre, historia, cuerpo/mente… todo esto obviamente no es “lo que somos”… porque todo eso cambia, pasa, muere.

Este falso “yo” es nuestra personalidad y la personalidad es la estructura psicofísica que es manifestación de lo que somos: simple, frágil y bella a la vez.

Si creemos ser este “yo” nuestra existencia no conocerá la verdadera paz y la verdadera alegría, sino que probablemente seguirá altibajos emocionales.

 

Quien pierda su vida por mí, la encontrará”: quién suelta este falso sentido de identidad y conecta con su verdadera esencia encuentra la Vida verdadera y la paz definitiva.

Dejando la creencia de ser el “yo”, aprendemos el arraigo a nuestra esencia, nuestra verdadera y común identidad.

¿Qué somos?

¿Cuál es nuestra identidad?

No podemos definirla con palabras. El Misterio es inefable e indefinible. Las palabras son simples indicadores, “dedos que apuntan a la luna”: Amor, Vida, Espíritu, Conciencia, Silencio….

Conectados con nuestra común esencia, la personalidad dejará de ser expresión del ego y sus miedos, y se convertirá en la manifestación única y original de esta misma esencia común.

La personalidad será la forma concreta – temporal, frágil y pasajera – a través de la cual el Misterio se expresará y revelará en cada uno.

“Lo que somos” siempre está a salvo. “Lo que somos” está siempre intacto, inmaculado, eterno.

Terminada la personalidad, lo que somos permanece.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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