El texto de hoy es de una importancia,
belleza y ternura increíbles.
El eje central gira alrededor de la
tensión entre miedo y confianza.
Para comenzar un interesantísimo dato
científico: la neurociencia descubrió que “miedo”
y “confianza” utilizan las mismas
redes neuronales. En lo concreto significa que no podemos temer y confiar a la
misma vez: o tenemos miedo o confiamos.
Lo podemos comprobar fácilmente con las
personas. En una relación de cualquier tipo no podemos temer a una persona y al
mismo tiempo confiar, y al revés, si confiamos no la tememos.
Es un dato importante porque nos puede
revelar algo sobre nosotros mismos y nos invita a trabajar la confianza en
todos sus aspectos: en la vida, hacia uno mismo y en las relaciones.
Existe un miedo “sano” que es el miedo
biológico. Es fruto de la evolución y tiene que ver con el normal instinto de
supervivencia.
Los demás son miedos insanos que no nos
permiten vivir la vida en plenitud.
La gran mayoría de nuestros miedos son
de estos tipos: miedos mentales, irreales, ilusorios. Miedos que provienen de
nuestras heridas psicológicas, nuestra falta de desarrollo espiritual, la
cultura, la educación, la religión.
Está ampliamente comprobado que el miedo
es una de las técnicas de manipulación más utilizada, consciente o
inconscientemente. Los poderes institucionalizados se sirven del miedo para
controlar la población e implementar sus estrategias.
Lamentablemente pasó y pasa también con
el cristianismo.
Afirma lucidamente Fray Marcos:
“En nuestra
religión, el miedo ha tenido y sigue teniendo una influencia nefasta. La misma
jerarquía ha caído en la trampa de potenciar y apuntalar ese miedo. La causa de
que los dirigentes no se atrevan a actualizar doctrinas, ritos y normas
morales, es el miedo a perder el control absoluto. La institución se ha
dedicado a vender, muy baratas por cierto, seguridades externas de todo tipo, y
ahora su misma existencia depende de los que sus adeptos sigan confiando en
esas seguridades engañosas que les han vendido. Han atribuido a Dios la misma
estrategia que utilizamos los hombres para domesticar a los animales: zanahoria
o azúcar y si no funciona, palo, fuego eterno.”
Sin duda estamos en otra etapa evolutiva y muchos están tratando de
salir de la esclavitud del miedo. La pandemia que estamos viviendo puede ser
leída también con esta clave de lectura: una oportunidad para trascender el
miedo.
Me parece notar con claridad que a menudo la necesaria prudencia se
transforma en miedo injustificado. El miedo paraliza, entristece. Hay personas
que “dejaron de vivir” por el miedo a contagiarse o contagiar.
Las tremendas palabras de Jesús en nuestro texto pueden iluminar:
“No teman a los que
matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma. Teman más bien a aquel que puede
arrojar el alma y el cuerpo a la Gehena. ¿Acaso no se vende un par de
pájaros por unas monedas? Sin embargo, ni uno solo de ellos cae en tierra, sin
el consentimiento del Padre que está en el cielo. Ustedes tienen contados
todos sus cabellos. No teman entonces, porque valen más que muchos pájaros”
(Mt 10, 28-31).
La vida no está bajo nuestro control. Si Dios cuida de algo tan
“insignificante” y frágil como un pájaro y un cabello, ¿no se preocupará de
nosotros?
¿Nuestro existir
no está en sus manos?
Todavía no hemos comprendido cabalmente la invitación del Maestro:
“¿Quién de ustedes, por mucho
que se inquiete, puede añadir un solo instante al tiempo de su vida?” (Mt
6, 27)
Si dejamos de abrazar a alguien por razonable prudencia y por cuidar
la vida, estamos en el Amor.
Si dejamos de abrazar a alguien por miedo, estamos “afuera” del Amor
y moriremos igual cuando nos toque… ¡y nos perdimos un abrazo!
Cuidar y amar la vida, propia y de los demás, es un deber que nos
proporciona paz y alegría.
Cuando este “cuidado” se transforma en miedo, la vida se va apagando
y con ella, la confianza.
La línea es delgada y la experiencia es subjetiva.
Lo esencial es ser autentico con uno mismo, saber reconocer lo que
nos ocurre adentro. El ego es tan hábil que muchas veces hace pasar el miedo
por prudencia.
Por eso es importante detenerse y abrirse a la confianza.
Confiar nos abre a la plenitud de la Vida y sin duda es mejor “pecar”
por exceso de confianza (si es que se puede….) que por defecto.
En juego está la belleza infinita de la vida y del vivir. Belleza que
solo la disfruta quien vence el miedo a la muerte y confía.
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