El texto de hoy nos sitúa en uno de los
ejes de la condición humana, de la realidad y del camino espiritual: la
paradoja.
“Paradójico”
es todo aquello que la mente percibe como opuesto o contradictorio y que, en
cambio, en la vida se armoniza y se expresa simultáneamente.
El versículo central de nuestro texto lo
expresa perfectamente:
“El
que encuentre su vida, la perderá; y el que pierda su vida por mí, la
encontrará” (10, 39).
Otro versículo muy claro en este sentido
lo encontramos en el evangelio de Juan: “si
el grano de trigo que cae en la tierra no muere, queda solo; pero si
muere, da mucho fruto” (Juan 12, 24).
Todos los maestros y todas las
tradiciones religiosas y espirituales de la humanidad de una forma u otra
siempre han llamado la atención sobre este aspecto.
La tradición cristiana – en uno de sus
más fulgidos ejemplos – lo expresa maravillosamente a través de la experiencia
y la poesía de San Juan de la Cruz que gira alrededor del eje “todo/nada”: para
llegar al Todo hay que pasar por la Nada.
Sumamente paradójico: la mente no lo entiende,
el corazón y la vida sí.
El budismo zen habla del vacío y la
forma: vacío es forma y forma es vacío.
¿Qué
quiere expresar la dimensión paradójica de lo real?
Quiere expresar la doble dimensión de la
realidad: la esencia es Una y se manifiesta en infinitas formas. El Amor Uno se
revela y expresa en todo lo que vemos y conocemos. El Ser es el “alma”
invisible de todo lo que “está siendo”.
Todas maneras de decir lo mismo.
Jesús, místico y profeta, lo supo ver.
Su lucidez de conciencia le permitió penetrar el Misterio de lo real.
Cuando Jesús afirma: “El que encuentre su vida, la perderá; y el
que pierda su vida por mí, la encontrará”, ¿Qué quiere decir?
Muchas veces se interpretó este versículo
en sentido moral: renunciar a sí mismo siguiendo a Jesús nos proporcionaría la
verdadera vida. El acento estaría puesto en la propia entrega amorosa. “Darse”,
en el amor, nos permite encontrarnos.
Sin duda una lectura que dio muchos y
abundantes frutos pero también una lectura parcial y superficial que a menudo
generó cansancio, malentendidos y frustración.
Desde la visión mística y contemplativa
que surge del silencio creo que podemos dar un paso más.
“Encontrar
la vida” corresponde a vivir solo una dimensión de lo real: la parte
visible, externa, lo que se manifiesta. Sería vivir desde la creencia de ser el
“yo”.
Este falso “yo” corresponde a nuestro
nombre, historia, cuerpo/mente… todo esto obviamente no es “lo que somos”…
porque todo eso cambia, pasa, muere.
Este falso “yo” es nuestra personalidad y la personalidad es la
estructura psicofísica que es manifestación
de lo que somos: simple, frágil y bella a la vez.
Si creemos ser este “yo” nuestra
existencia no conocerá la verdadera paz y la verdadera alegría, sino que
probablemente seguirá altibajos emocionales.
“Quien
pierda su vida por mí, la encontrará”: quién suelta este falso sentido de
identidad y conecta con su verdadera esencia encuentra la Vida verdadera y la
paz definitiva.
Dejando la creencia de ser el “yo”,
aprendemos el arraigo a nuestra esencia, nuestra verdadera y común identidad.
¿Qué
somos?
¿Cuál
es nuestra identidad?
No podemos definirla con palabras. El
Misterio es inefable e indefinible. Las palabras son simples indicadores, “dedos
que apuntan a la luna”: Amor, Vida, Espíritu, Conciencia, Silencio….
Conectados con nuestra común esencia, la
personalidad dejará de ser expresión del ego y sus miedos, y se convertirá en
la manifestación única y original de esta misma esencia común.
La personalidad
será la forma concreta – temporal, frágil y pasajera – a través de la cual el Misterio se expresará y revelará en cada
uno.
“Lo que somos” siempre está a salvo. “Lo
que somos” está siempre intacto, inmaculado, eterno.
Terminada la personalidad, lo que somos
permanece.
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