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sábado, 8 de agosto de 2020

Mateo 14, 22-33




 

Mateo insiste en la vida de oración y de soledad de Jesús. Después de la multiplicación de los panes, Jesús vuelve a la soledad y al silencio: “subió a la montaña para orar a solas. Y al atardecer, todavía estaba allí, solo” (14, 23).

La misión y la predicación de Jesús se enmarcan en este estilo silencioso y orante.

Jesús se vive y vive desde este Centro inmóvil que es su identidad más profunda y también la nuestra.

Volver a nuestro Centro una y otra vez y vivirnos desde ahí es la clave para una vida espiritual sana y fructífera.

 

El texto de Mateo continua con el relato de la barca sacudida por las olas y el viento. Es un relato extremadamente simbólico. Captar lo simbólico nos introduce en un nivel más profundo de comprensión y nos libera de una lectura literal que no conduce a ningún lado.

La barca de la comunidad y de la humanidad es sacudida. El mar representa el mal y las experiencias de dificultad.

Jesús camina sobre las aguas: en Jesús se nos revela nuestra identidad más profunda, nuestra auténtica naturaleza. Lo que somos no puede ser amenazado. Nuestra esencia está siempre a salvo. ¡Qué hermosa noticia! Esto es evangelio!

Jesús camina sobre las aguas y los discípulos se asustan. Entonces el maestro dice: “Tranquilícense, soy yo; no teman” (14, 27). Parece que la traducción más fiel al texto original griego sea: “tranquilícense, Yo soy, no teman…”. Es el “Yo soy” de Juan 8, 58 y que remite a la revelación de Dios a Moisés en Éxodo 3, 14.

Jesús nos revela y nos introduce a nuestra esencia eterna, enraizada en el Ser de Dios.

 

Pedro intenta también caminar sobre las aguas – siempre estamos en el terreno del símbolo – pero el miedo lo hunde.

 

El miedo es uno de los grandes protagonistas de nuestro texto y de todo el evangelio.

Podemos leer todo el evangelio en clave de aprender a trascender el miedo.

Parece que el miedo es la emoción dominante y común al ser humano, una emoción que siempre nos acompaña.

El miedo y los miedos nos hunden, no nos dejan vivir y disfrutar de la vida. Enfrentar y superar el miedo es esencial para una existencia plena y fecunda.

Solo superamos definitivamente el miedo cuando nos descubrimos en nuestra verdadera y común identidad. Ahí todo es paz, todo es calma. “El viento se calmó” (14, 32).

 

Pedro justamente simboliza nuestra fragilidad, nuestras existencias marcadas por el miedo.

Cuando el miedo nos atrapa, nos hundimos.

Negar el miedo es inútil, así como reprimirlo. La clave es siempre la conciencia. Ser cada vez más conscientes de nuestro miedo y de nuestros miedos: es el único camino para superarlos y trascenderlos.

Tal vez nos hundiremos en algún momento: no hay problema. Es la manera para aprender a confiar en nuestra esencia. Es la manera que la Vida tiene para mostrarnos el camino de regreso a Casa.

Siempre habrá una mano tendida, siempre. Es la mano tendida del Misterio amoroso que se nos presenta a través de personas y situaciones.

¡Qué importante es aprender a reconocer las manos tendidas y tener la humildad para agarrarlas!

 

 

 

 

 

 

 

 

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