Mateo insiste en la vida de oración y de
soledad de Jesús. Después de la multiplicación de los panes, Jesús vuelve a la
soledad y al silencio: “subió a la montaña para orar a solas. Y al atardecer,
todavía estaba allí, solo” (14, 23).
La misión y la predicación de Jesús se
enmarcan en este estilo silencioso y orante.
Jesús se vive y vive desde este Centro
inmóvil que es su identidad más profunda y también la nuestra.
Volver a nuestro Centro una y otra vez y
vivirnos desde ahí es la clave para una vida espiritual sana y fructífera.
El texto de Mateo continua con el relato
de la barca sacudida por las olas y el viento. Es un relato extremadamente
simbólico. Captar lo simbólico nos introduce en un nivel más profundo de
comprensión y nos libera de una lectura literal que no conduce a ningún lado.
La barca de la comunidad y de la
humanidad es sacudida. El mar representa el mal y las experiencias de
dificultad.
Jesús camina sobre las aguas: en Jesús
se nos revela nuestra identidad más profunda, nuestra auténtica naturaleza. Lo
que somos no puede ser amenazado. Nuestra esencia está siempre a salvo. ¡Qué
hermosa noticia! Esto es evangelio!
Jesús camina sobre las aguas y los
discípulos se asustan. Entonces el maestro dice: “Tranquilícense, soy yo; no
teman” (14, 27). Parece que la traducción más fiel al texto original griego
sea: “tranquilícense, Yo soy, no teman…”. Es el “Yo soy” de Juan 8, 58 y que
remite a la revelación de Dios a Moisés en Éxodo 3, 14.
Jesús nos revela y nos introduce a
nuestra esencia eterna, enraizada en el Ser de Dios.
Pedro intenta también caminar sobre las
aguas – siempre estamos en el terreno del símbolo – pero el miedo lo hunde.
El miedo es uno de los grandes
protagonistas de nuestro texto y de todo el evangelio.
Podemos leer todo el evangelio en clave
de aprender a trascender el miedo.
Parece que el miedo es la emoción
dominante y común al ser humano, una emoción que siempre nos acompaña.
El miedo y los miedos nos hunden, no nos
dejan vivir y disfrutar de la vida. Enfrentar y superar el miedo es esencial
para una existencia plena y fecunda.
Solo superamos definitivamente el miedo
cuando nos descubrimos en nuestra verdadera y común identidad. Ahí todo es paz,
todo es calma. “El viento se calmó” (14, 32).
Pedro justamente simboliza nuestra
fragilidad, nuestras existencias marcadas por el miedo.
Cuando el miedo nos atrapa, nos
hundimos.
Negar el miedo es inútil, así como
reprimirlo. La clave es siempre la conciencia. Ser cada vez más conscientes de
nuestro miedo y de nuestros miedos: es el único camino para superarlos y
trascenderlos.
Tal vez nos hundiremos en algún momento:
no hay problema. Es la manera para aprender a confiar en nuestra esencia. Es la
manera que la Vida tiene para mostrarnos el camino de regreso a Casa.
Siempre habrá una mano tendida, siempre.
Es la mano tendida del Misterio amoroso que se nos presenta a través de
personas y situaciones.
¡Qué importante es aprender a reconocer
las manos tendidas y tener la humildad para agarrarlas!
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